Retorno al Caribe. P.N. Manzanillo y Tortuguero

Después de la húmeda experiencia de Cahuita, retorno al Caribe porque parece que el tiempo ha mejorado, y me voy a Puerto Viejo, uno de los sitios que primero visitaron los españoles, y que le dio el nombre al país, ya que pensaron que en estas costas encontrarían oro, y de ahí el nombre de Costa Rica.

El guía que nos acompañará en el parque es Ricki, le llaman Big Papa por su tamaño y probablemente por su aspecto rastafari, con el típico gorro tejido con los colores de la bandera jamaicana. Conoce el parque como la palma de su mano, y tiene una vista increíble para ver los animales, ya que donde nosotros sólo vemos espesura, él señala con su dedo o con su bastón hacia un árbol, y allí, está un mono aullador, un perezoso, o uno de los cientos de especies de aves que se encuentran en Costa Rica. También nos enseña una gran variedad de árboles y sus aplicaciones medicinales; así, vemos sicomoros de casi 1000 años de edad, que te hacen torcer el cuello hasta que no da más de sí, para ver hasta donde llega su copa, pero es tarea imposible ya que se elevan más de 60 metros sobre el suelo.

Vemos el árbol del caucho, y el del chicle (sí, se puede mascar el interior de su corteza). Arribamos a una pequeña laguna donde habita un solitario caimán que está inmóvil sobre el agua, pero empieza a moverse cuando nos acercamos, alejándose de nosotros. Nos enseña también los 3 tipos de palmeras que hay en Costa Rica, y sus diferentes usos prácticos, y en un santiamén, trenza una de sus hojas para mostrarnos cómo se construyen los tejados de las casas.

El recorrido se hace pesado por la cantidad de barro que hay, y la alta humedad que soportamos; estamos en plena jungla, y los insectos también se encargan de recordarnos que por mucho que te embadurnes de loción, siempre encontrarán el centímetro que has dejado libre, o te dejarán una roncha en las partes más insospechadas del cuerpo. De repente, La jungla acaba abruptamente, y el cielo azul del caribe se abre ante nosotros, y al mirar para abajo (estamos a unos 50 metros de altura), me extasío con el agua azul turquesa de la hermosa playa que se extiende a nuestros pies con su blanca arena y sus cocoteros inclinados.

Vamos raudos a la arena, y nos tiramos en ella para recuperar energías; Ricki nos hace una demostración de lo abundante que es la naturaleza en este lugar, ya que recoge un coco, lo abre con su machete en una complicada operación que no nos recomienda, ya que con el coco en una mano, y el machete en la otra, lo va dejando pelado hasta que abre un agujero por el que libamos ávidamente el delicioso néctar del agua de coco, y masticamos su pulpa, que se deshace en nuestras bocas como si fuera un terrón de azúcar. A Ricki le cuesta trabajo arrancarnos de la arena, pero llevamos ya 5 horas de recorrido, y es hora de comer, así que nos levantamos indolentemente, y salimos arrastrando los pies del parque; yo paso de comer y me tiro al agua para refrescarme y disfrutar de esta playas.

El ambiente en Puerto Viejo es muy animado, y como en toda la costa caribeña, hay bastante influencia jamaicana, con bares de reggae y bastantes rastafaris tipo «don‘t worry be happy«. Nos quedamos en un bar que tiene la mejor terraza posible, ya que de noche abren agujeros en la arena, donde colocan velas que iluminan la playa, y el agua lame tus pies mientrás te tomas una cerveza helada en una mesa.

Al día siguiente tenemos un largo recorrido hasta Tortuguero, uno de los parques más visitados en Costa Rica, tanto por su belleza como por la comodidad que supone hacerlo en barco por sus ríos y canales sin sufrir los rigores y la humedad de la jungla. Primero vamos en bus de Puerto Viejo a Puerto Limón, y allí abordamos la lancha rápida que nos llevará a nuestras cabañas dentro del parque. No sé como lo hace, pero Luis, el piloto de la lancha, se las arregla para navegar a toda velocidad, ya que son 5 horas de viaje, por el río serpenteante, y al mismo tiempo tiene el ojo puesto en las riberas; cada poco tiempo se detiene para indicarnos aves, cocodrilos, tortugas, y lo más increíble y maravilloso del día, un perezoso que está encaramada a sólo 1 metro de altura en un árbol sobre el río, y que evidentemente no puede escapar a tiempo (tampoco parece que le preocupe mucho) cuando nos acercamos, y nos mira con esa cómica cara que tienen y que te derrite de ternura. Estiro mi brazo y lo tengo a menos de 2 metros, pero él no me extiende su largo brazo que termina en unas enormes y curvas garras que le sirven para aferrarse con seguridad a los árboles en sus escaladas, y sigue su cansina escalada por el árbol. Después de un rato de éxtasis seguimos nuestro camino con la sensación de haber vivido un momento mágico.

La variedad de aves que hemos visto en pocas horas es increíble, ya que han desfilado ante nosotros jacanas, cormoranes, martín pescador, oropéndola de montezuma (con ese nombre os podeis imaginar lo bonito que es, y toda la variedad de garzas, garcetas, garcetas, y garzón (este último bastante cabezón, no sé si es casualidad).

Finalmente llegamos a nuestras cabañas, y el sitio no podía ser más idóneo para mí, ya que por un lado tenemos a 2 pasos el río Matina, y por el otro, a 20 metros, el Caribe. El atardecer en el río es de un color dorado increíble, como si el astro rey se fundiera en un crisol (no se por qué, pero en el mar las puestas de sol son rojas o rosas, y en los ríos doradas), y desparramara su contenido.

Cuando me acuesto con el sonido del mar como la mejor música para caer en brazos de morfeo, recuerdo una autopromesa que me hice un día, y es que cuando me canse de vagamundear y eche raíces definitivas, lo único que pido es tener como banda sonora de mis sueños el sonido del mar, ya que, como cantaba Serrat en la hermosa poesía «Pueblo Blanco», «si te toca llorar es mejor frente al mar«. Sé que la cumpliré, y espero tener la misma suerte que el «tío Alberto».

Me levanto a las 6 am, justo a tiempo para ver el amanecer sobre el océano, brillando el sol sobre la espuma blanca que crean las olas cuando rompen en la barrera de coral, tan fuertes que arrastran los troncos de varios árboles enormes que se mecen en el agua tan livianos como si fueran mondadientes.

Después de desayunar salimos de nuevo en nuestra lancha rápida para dirigirnos a nuestro próximo destino, Rara Avis (hermoso nombre para un hermoso lugar), el primer complejo de ecoturismo que se creó en Costa Rica hace ya 20 años, y que se encuentra en plena jungla, con un acceso bastante complicado que os contaré en un próximo diario.

¡¡¡ Hasta Pronto !!!

Desde La Fortuna, 03/03/2001

 

Costa Rica