Sobre los volcanes Concepción y Madera

El primer volcán que voy a intentar subir es el Concepción, una mole de roca volcánica que se alza 1.600 metros majestuosamente con un forma cónica perfecta, que presiento va a ser bastante difícil en su última parte, ya que sus laderas son muy escarpadas. Silvio, el guía, nos recoge a las 5 am, subiré con 2 chicas canadienses que están en el mismo hotel; aunque es noche cerrada, Altagracia bulle de actividad, Silvio me dice que todos los sábados hay mercado de carne, y que mucha gente va a él.

La primera parte del camino la hacemos por una senda ancha, y cuando alcanzamos la base del volcán el alba comienza a despuntar. Al principio vamos a través de un bosque donde nos reciben los monos aulladores, y bastantes aves que con sus cantos reciben al sol. Enseguida la vegetación empieza a clarear, y los árboles desaparecen para dejar paso a arbustos, begonias y plantas bastante extrañas, con unas hojas enormes que parecen de plástico, adaptadas a las duras condiciones ambientales.

Está nublado, la humedad es bastante alta y no paramos de sudar y beber agua, y aunque nos habían dicho que con 2 litros de agua íbamos a tener suficiente, y yo he traído 3, cuando llegamos a 1000 metros, sólo me queda medio litro, y presiento que voy a tener problemas. Seguimos ascendiendo y el camino se escarpa bastante, no se han preocupado en hacer una senda, sino que han tirado una línea recta hasta la cima, y como está hecha de tierra y roca volcánica, el esfuerzo es enorme, ya que continuamente resbalas y tienes que agarrarte literalmente con uñas y dientes para no caer. Finalmente llegamos gateando hasta el borde del cráter, y entre el esfuerzo y el espectáculo que se abre delante de ti, la expresión de tu rostro es de estupefacción, ya que son unos 500 m de profundidad, con fumarolas que emanan continuamente gases sulfurosos que dificultan la respiración cuando el viento los trae hacia nosotros.

Son las 10 am, han sido 5 horas de dura subida, está bastante nublado, y decidimos comer cerca de la cima para ver si clarea; nos tenemos que alejar del cráter en parte porque hace viento, y en parte porque si te sientas, en 5 minutos tu trasero está como un huevo frito, de lo caliente que está la tierra. Parece como si el volcán estuviera deseando despertar, espero que no se le ocurra hacerlo hoy, la última vez que lo hizo dejó unos cuantos muertos en el camino de una cicatriz de lava que se puede apreciar perfectamente desde la cima. Finalmente despeja y tenemos unas vistas fantásticas sobre Moyogalpa, el volcán Madera, y el lago Nicaragua.

Con la satisfacción de haber llegado a la cima, y la preocupación de saber que lo peor está por delante, comenzamos el descenso. Las rocas y la arena volcánica hacen que cada paso sea riesgoso, y me pego 2 buenas costaladas que dejarán un buen cardenal en mi trasero. Mis compañeras bajan con mucho miedo, una de ellas apoyándose en un palo a modo de bastón, y eso hace el descenso muy lento; como ya ha despejado, y no hay ninguna sombra, el sol del mediodía cae implacable sobre nosotros y nos quedamos enseguida sin agua, aún faltan 3 horas de bajada y no sé como lo vamos a hacer.

A Silvio le queda medio litro de agua con miel y limón que sorbemos a pequeños tragos para racionarla y que nos sabe a néctar de dioses. Finalmente llegamos a la base del volcán, y me meto en la primera casa que veo a pedir agua. Me ofrecen una jarra que me bebo de un trago, mis compañeras son un poco remilgadas y no se atreven porque piensan que no es potable, pero yo en ese momento bebería de un charco infecto lleno de renacuajos. Seguimos camino, y un rato después vemos un bar, que tomamos al asalto para vaciarle la nevera. No nos podemos creer, cuando vemos el cartel de Bienvenidos a Altagracia, que lo hayamos podido conseguir, han sido 5 horas de descenso, estamos exhaustos y deshidratados, pero exultantes porque hemos comprobado que los límites de resistencia de esa máquina maravillosa que es el cuerpo humano están siempre más allá de lo que pensamos.

El domingo lo paso relajado en la playa de Santo Domingo, a 8 Km de Altagracia, un sitio que algún día seguramente albergará muchos hoteles, pero que hoy es un tranquilo lugar donde sólo hay 2 hotelitos y poca gente en la playa; aunque es una playa lacustre, hay olas y viento, e incluso una persona practicando windsurf (bueno, más bien practicando como subir y bajar de la tabla, debe ser su primer día). Regreso por la tarde caminando a Altagracia, me duelen bastante las piernas, pero el lunes voy a subir al volcán Madera, así que no las puedo dejar relajarse todavía.

El madrugón del lunes todavía es mayor, ya que a las 4h30 am tenemos que tomar un autobús a Balgüe, nos lleva una hora para 12 km porque el bus va lleno y suben todo tipo de animales, al menos los cerdos van en el techo. Comenzamos la subida, y en media hora llegamos a la finca la Magdalena, que produce café orgánico y sirve como puesto de control para la ascensión al volcán, incluso hay gente que duerme en hamacas colgadas en su porche para poder iniciar la ascensión temprano; nos tomamos un energético desayuno de gallo pinto, y nos ponemos en marcha.

Todo el sufrimiento que padecí en el volcán Concepción se convierte aquí en placer, ya que la senda transcurre por un frondoso y bonito bosque alfombrado de hojas, donde abundan los monos aulladores y todo tipo de aves, y la luz se abre paso dificultosamente entre la espesura dejando un haz muy hermoso; me recuerda a «El bosque animado» de Wenceslao Fernández Flores. Después de 4 horas de camino llegamos al borde del cráter, que es totalmente diferente al del Concepción, aquí está cubierto de bosque, y entre los árboles vislumbramos el lago que hay en el fondo del cráter; nos queda un último escollo, porque hay que lanzar una cuerda de escalada para poder descender los últimos 10 metros, ya que la pared es vertical.

Lo hacemos, y cuando llegamos al fondo, nos quedamos boquiabiertos, el lago tiene unos 200 metros de diámetro y un hermoso color verde esmeralda; nos despojamos rápidamente de nuestras empapadas vestiduras y nos tiramos al agua; el fondo es de lodo y éste nos llega hasta la rodilla, pero enseguida toma profundidad, y se puede nadar, lo cruzo disfrutando de su agradable temperatura, y después de un refrescante baño nos tomamos un merecido almuerzo. Un rato al sol, y tomamos el camino de vuelta.

Me distancio de mis compañeros, esta vez una pareja de holandeses muy agradables, pero necesito un poco de soledad para disfrutar al máximo de este momento mágico. Después de 2 horas de descenso, al que se suma un perro de la finca que nos ha acompañado todo el tiempo en la subida, excepto por supuesto el descenso en cuerda, alcanzo un mirador desde donde se ve la playa de Santo Domingo y al fondo el volcán Concepción totalmente despejado, y me acuerdo de los malos momentos pasados, pero la naturaleza es así, te da y te quita, hoy ha sido un día mágico que compensa los sufrimientos vividos.

Espero en el mirador la llegada de mis compañeros dormitando, y juntos realizamos la última parte de bajada a la Magdalena, donde nos relajamos en las hamacas situadas en el porche a la espera del bus que nos llevará a Altagracia, y que cerrara un día absolutamente mágico. Os recomiendo vivamente que conozcáis Ometepe antes de que se convierta en un centro turístico y pierda parte de su encanto.

¡¡ Hasta Pronto !!

Desde Altagracia. Isla Ometepe. Lago Nicaragua, 20/03/2001

 

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