KM0. Los mejores pensamientos son los pensamientos caminados (Nietzsche)
Después de varias semanas calentando motores, nuestra web vagamundos ya está lista, y de una manera simbólica he querido comenzar el viaje colocando mis pies en el Km.0 de la Puerta del Sol de Madrid. Una descripción bastante ajustada a la realidad dice:
Verdadero centro de las Españas (al menos en el aspecto viario: en ella se encuentra el km 0 de todas las carreteras radiales del país), es uno de los rincones madrileños imprescindibles y, sin duda, el más conocido de todos merced a las retransmisiones televisivas del rito de las doce uvas con el que se despide cada año.
La plaza debe su aspecto actual a la remodelación de 1986, que ganó espacio para los peatones (pero lo quitó a los sedentes, ya que no hay un solo lugar para sentarse) y respetó el curioso anuncio de Tío Pepe como un emblema patrimonial del lugar. Es un permanente bulle-bulle de viandantes, viajeros despistados y gentes dedicadas a las más diversas ocupaciones, incluidas las que tienen por objeto vivir de lo ajeno.»
Madrid, la ciudad que me acogió hace 11 años como a todos los provincianos, sin preguntarme quién era, de donde venía, cuáles eran mis apellidos y mi árbol genealógico. Una ciudad que a veces puedes odiar profundamente por esa anarquía y caos de tráfico que según nuestro ínclito alcalde (bueno, el de ellos) es normal (será que a él le abren paso en los atascos), pero con la que te reconcilias instantáneamente tomando un chato en alguno de los variopintos bares, o viendo la puesta de sol desde el templo de Debod.
El Madrid que me apasiona bombea los domingos desde su corazón verde, el Retiro, una muestra compactada de la maravillosa diversidad humana que nos rodea, ya que en un paseo de 1 hora podemos escuchar música de los rincones más variados del mundo, relajarnos con un masaje chino o sorprendernos con un mago ruso, comprar un CD a un precio más justo que el abusivo de las multinacionales discográficas, y ver la felicidad en los rostros de los niños sentados delante de un guiñol (¡esto si es interactividad y no lo que nos prometen en la maldita televisión!).
El madrid que me apasiona tiene un encanto especial en cada una de sus estaciones: el madrid otoñal con una luz límpida que nos acerca al cielo y una alfombra de colores hecha de las hojas de los árboles caducos; el madrid invernal frío pero seco, que permite incluso disfrutar de algunas terrazas todo el año con una buena bufanda y un vermouth de Reus; el madrid primaveral de largos días y multitud de espectáculos que le hacen desear a uno tener un clónico para que nos sustituya en la oficina, y por fin el madrid veraniego del que tanta gente echa pestes por las altas temperaturas, pero que tiene un secreto escondido: las noches mágicas en terrazas recoletas viendo girar indolentes las agujas del reloj hasta altas horas de la madrugada.
De este Madrid me despido por una temporada, porque los inquietos pies de vagamundos me arrastran lejos de aquí, pero igualmente me devolverán, en un viaje circular, espero que con muchos «pensamientos caminados».
¡Hasta pronto!
Vagamundos
Desde Madrid, 28/11/2000
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