Colonia. Armonía en piedra.
Colonia del Sacramento es uno de los lugares más apacibles y agradables que he conocido. Está muy cerca de Buenos Aires, al otro lado del Río de la Plata, y el barco rápido toma sólo 45 minutos; yo tomé el ferry clásico, que tarda 3 horas, pero te permite disfrutar de la navegación por el río y charlar con otros pasajeros. El barco, con gran capacidad para gente y vehículos, iba prácticamente vacío. Aunque el día era gris y frío, Colonia te acoge de manera muy cálida, es una ciudad pequeña, su barrio histórico lo es todavía más, y te sientes como en casa paseando por sus estrechas calles.
Fundada en 1680 por los portugueses, ha sido nombrada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO por su perfecta conservación, tanto de los bastiones construidos para protegerla de los ataques de los españoles, como por sus calles empedradas y sus casas bajas. El paseo por la costa es muy bonito, y prácticamente no hay tráfico de automóviles. Supongo que en verano cambia la cosa, porque es un destino turístico típico de los argentinos y muchos europeos, pero ahora te sientes casi el señor de la ciudad paseando por sus calles.
Tiene varios museos pequeños pero interesantes, como el Portugués, el Español, el Municipal y el de los azulejos, siguiendo la vieja tradición ceramista de azulejos portugueses azules. Conserva una puerta con un puente y un foso, llamada de Campo, fundada en 1745, que era la entrada principal a la ciudad por sus murallas.
En las afueras de la ciudad se sitúa el Real de San Carlos, fundado por los españoles cuando situaron allí en 1761 un campamento con el objetivo de asaltar la ciudad. Más reciente, de 1910, es el intento de un empresario argentino, Nicolás Mihanovich, de convertir Colonia en el centro de diversión de los porteños. Con una inversión de $1.5 millones de dólares de la época, creó un complejo que incluía un hipódromo, una plaza de toros de estilo árabe, frontón, casino, todos ellos los más grandes de América.
Tenía también su propio puerto y planta eléctrica. Nunca se llegó a terminar, ya que las corridas de toros fueron prohibidas en 1912, y nuevos impuestos desanimaron a los argentinos a ir al lugar. Ha quedado como monumento a esas obras megalómanas que os mencionaba en mi diario de Buenos Aires.
Entre los muchos restaurantes de la ciudad, tuve la suerte de entrar en uno que se llamaba «Los 3 chiflados» (por algo será), y tuve una charla muy agradable con uno de los 3 socios, buen conversador, que me comentó que el nombre lo pusieron porque todo el mundo les decía que estaban locos por abrir un restaurante sin apenas dinero, en un sitio con tan amplia oferta gastronómica; el nombre es el título de una película cómica muy famosa de los años 40, y por los resultados no estaban tan locos, porque el restaurante funciona muy bien después de sólo 7 meses, con un ambiente muy acogedor, y una bodega de vinos uruguayos, que no conocía, y que me sorprendieron por su calidad. Si venís por acá, os lo recomiendo, está en la calle del Comercio (y del bebercio, añadiría yo).
Dejo Colonia con la sensación de haber retrocedido 300 años y saboreado ese estilo de vida antiguo que ya no se encuentra, y, ayudado por los vapores etílicos del vino uruguayo, duermo plácidamente las 3 horas de regreso en el Ferry a Buenos Aires, que me devuelve a la cruda realidad de sus 12 millones de habitantes.
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¡¡ Hasta Pronto !!
Desde Colonia, 15/05/2001
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