Baliza en el puerto de Vigo.

Mi primera singladura para farosdelmundo.com no pudo empezar de manera más intensa, ya que consistió en navegar desde Vigo hasta Sada, La Coruña, en un Bavaria 44 de Avelasvir, nombre que juega con la palabra velas, verlas en gallego, y vir, venir, expresión que se usa en gallego como sinónimo de estar pendiente de lo que te viene encima.

Son la mejor opción para navegar por Galicia (y Formentera, donde tienen un velero clásico).

Están en el puerto de Sada, a 25 km. de La Coruña, colaborando con Cadenote, una de las empresas naúticas de Galicia con más solera.

El pronóstico de tiempo era bueno para el fin de semana, pero con viento norte, contrario a nuestra navegación, y rachas anunciadas de fuerza 6.


La baliza Robaleira y el cabo do Home

Mientras esperaba en la cafetería del Club Naútico de Vigo a mis compañeros de navegación, el viento ululaba fuera y se escuchaba el típico tintineo de todos los puertos, cuando hay viento, de las piezas metálicas golpeando los mástiles.

El marinero de guarda comentó conmigo que se esperaba temporal, así que empecé a ponerme nervioso.

He visto muchos temporales en Galicia desde tierra, y siempre he pensado que estar en el mar en esas condiciones es una locura.


El faro de las islas Cíes

Mis compañeros llegaron con 2 horas de retraso porque la autopista estaba cortada por culpa de un incendio forestal, una plaga que había respetado a Galicia este verano, pero que estaba recuperando el tiempo perdido, como comprobamos durante la navegación.

Cuando llegaron asentamos las provisiones en el barco, y nos fuimos a cenar algo por el puerto de Vigo, en permanente estado de obras que intenta convertir lo que era un barrio portuario en zona de bares de copas pijos y restaurantes «fashion», como uno que se llama Gastravaganza, ¡divino de la muerte!.


Largando cabo bajo la atenta mirada de Jorge, el patrón

El espacio en el Bavaria 44 está optimizado al máximo, y sus 44 pies o 13,5 metros de eslora pueden alojar hasta 10 personas en 4 camarotes, más la mesa del salón que desciende para convertirse en cama. Muchas soluciones ingeniosas parecen de inspector Gadget, como el grifo del lavabo, que se extrae y convierte en ducha, y los tiradores de los armarios, que se ocultan.


El perfil del Cabo y faro Finisterre al atardecer

La cocina también es original, y requiere un tiempo de adaptación, ya que se bambolea libremente con el movimiento del mar para evitar que los liquidos se derramen, aunque con movimiento fuerte del mar a veces es inevitable.

Dormimos en el puerto deportivo de Vigo, porque a la mañana siguiente llegaba el resto del grupo para completar la tripulación, 10 en total.

A las 9 am estábamos listos para zarpar, después de un buen desayuno con churros, pero la oficina del Club Naútico estaba cerrada y no podíamos pagar las tasas de amarre, hasta que nos dijeron que se las pagáramos al gasolinero, que estaba a 10 metros, pero para llegar a él teníamos que dar la vuelta a todo el club naútico.


Reflejos en el mar dorado

En cuanto salimos del puerto largamos vela; el viento estaba todavía tranquilo porque nos protegía la ría de Vigo, con las imponentes islas Cíes en proa, el puente de Rande en popa, Moaña y Cangas a estribor y playa América a babor (hay que repasar los términos marineros para no olvidarse).

Enseguida llegamos a la entrada de la ría de Vigo, marcada por las balizas de Monteagudo en las Cies y Robaleira en Cangas, y la enorme torre cilíndrica de la baliza de cabo de Home, con 17 metros una de las más altas de Galicia.

Allí empezó el baile. Mis intentos para hacer una foto del faro de las Cíes, a contraluz, eran vanos porque el cabeceo del barco era tal que sacaba cielo o mar pero nunca el faro en la foto.

Entrar en cabina era una locura, te golpeabas con todo y la sensación era como estar dentro de una batidora, lavadora, montaña rusa o cualquier aparato que se mueva mucho.

Después de unos minutos de adaptación al meneo del barco, ya sólo tuve que seguir su ritmo para poder hacer las fotos; que salieran horizontales ya era otro cantar.


Casi toda la tripulación

Con el viento en proa y rachas fuertes, los menos marineros del grupo empezaron a ponerse primero pálidos, luego macilentos, seguidamente comenzó la vomitona y pronto tuvimos 3 bajas, una de ellas abandonaría luego en Finisterre, y a otro no le volvimos a ver porque se encerró en el camarote hasta llegar a puerto.

Durante el primer día de navegación, los compañeros inseparables fueron los borreguitos (así es como se le llama al mar cuando está encabritado con crestas de espuma blanca), y espesas nubes de humo en lontananza, de los incendios forestales que asolaban Galicia, que nublaban un despejado día.


Juan Salvador Gaviota

Dejamos la isla de Ons por estribor, con su impresionante, por lo hermoso, faro, y su no menos impresionante, pero no tan hermosa, orografía, en la que casi han desparecido todos los árboles que antes la poblaban.

La isla de Sálvora la pasamos por el interior, ya que el mar estaba más calmado y permitía mejores vistas del faro.

Una historia curiosa es que este faro durante un tiempo emitía la señal de SOS, lo que llevaba a confusión a los marinos, y la Oficina Internacional de la Unión Telegráfica lo indicó y desde el 1 de enero de 1934 emite la señal RA.


Puerto de Finisterre

Un poco más al norte alcanzamos el faro de Corrubedo, situado en uno de los parajes más hermosos de Galicia, pero al mismo tiempo más afectados por la intervención humana, algo que se ha paliado en parte gracias al nombramiento como Parque Natural.

Es un conjunto formado por marismas y enormes dunas de arena vivas, de hasta 15 metros de altura, en las que antes los camiones robaban una arena que parecía infinita hasta que dejó de serlo. Es también refugio de innumerables aves marinas.


Baliza del puerto de Finisterre

Desde el faro de Corrubedo se puede ver, hacia el sur, la luz del faro de Cíes, y hacia el norte, la del de Finisterre.

Pasado Corrubedo, nos encontramos con un faro de segundo orden, el de Louro, y otro de primero, el de Ínsua, probablemente el único faro del mundo que tiene un campo de fútbol a sus pies.

El sol iba descendiendo y seguimos navegando con un viento norte constante y constantemente fuerte hacia el Fin de la Tierra, como llamaron los romanos a Finisterre al asomarse a sus altos acantilados y ver un horizonte de sólo agua, agua y más agua.


El faro Finisterre «pola mañanciña»

Con la luz dorada del atardecer iluminando el perfil del cabo y del faro, llegamos a puerto y por vez primera en 10 horas de navegación, dejamos de sentirnos como borrachos dando bandazos de un lado al otro de la calle.

El curioso efecto que suele ocurrir es que cuando bajas a tierra parece que todo se mueve bajo tus pies.

Fue una pena no haber tenido tiempo para internarnos en las rías de Pontevedra, Arosa, Muros y Noya, y Corcubión, pero nos hubiera llevado varios días y sólo teníamos 2.


El GPS del Kanala

Aunque parezca difícil de creer, Galicia tiene 1.200 km. de costa, ya que las rías la alargan. De Coruña a Ferrol por mar hay menos de 15 km. y por tierra son 50.

Desde el pueblo no se ve la puesta de sol, y no llegábamos a tiempo al faro para verla, así que nos tuvimos que conformar con una espléndida luna llena que empezaba a hacerse visible.

Fuimos a cenar, más bien a devorar, porque el tópico de que el mar abre el apetito es más que cierto, al restaurante Fin del Camino, aunque no eramos peregrinos, pero por los clientes que había, ninguno era peregrino, que a esos los reconozco a primera vista.


El faro Finisterre una vez doblado

Las raciones eran como las de Los Picapiedra, pero sobró poco, tanto de comida como de bebida, y sobre la 1 am salimos del restaurante bajo una luna que teñía de luz blanca todo el pueblo y regresamos al barco, que habíamos dejado amarrado a un pesquero para facilitar la maniobra de desatraque.

La marea había subido bastante y eso facilitó la bajada al barco por la escala de hierro. Estuvimos un rato en cubierta disfrutando de la noche, aunque como siempre en Galicia estaba todo húmedo por la xiada, y apareció el orondo armador del pesquero en su Mercedes para controlar quienes eran esos extraños que habían amarrado a su barco.


Panorámica del cabo Finisterre

Como vio que no teníamos pinta de narcos o piratas del mar, nos dijo que podíamos dejar el barco acodado de noche.

Dormí profundamente y a pesar de dejar las cortinas abiertas para levantarme a hacer fotos al amanecer, no me desperté hasta las 8h30.

El puerto y el pueblo estaban vacíos, porque las noches de sábado en Finisterre son famosas, y como los domingos no se faena, sólo estaban abiertos el quiosco de prensa, el bar y la panadería.

Recorrí la escollera haciendo fotos de las gaviotas, en lo que prometía ser otro hermoso día, aunque la perspectiva de navegar por el lugar de España que tiene el récord de naufragios y número de muertes no era precisamente tranquilizadora, pero esa es otra historia que será contada otro día.

 


Panorámica del puerto de Finisterre al amanecer

 

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¡ Hasta pronto !!

Desde La Coruña, 31 de agosto de 2005