Faro en el Castillo de San Antón de La Coruña.

Después de la agitada navegación entre Villagarcía y Finisterre, y una vez reparado el motor del Pekas II, reemprendí mi recorrido por mar hasta Ribadeo embarcando en La Coruña en un día que amaneció soleado pero que enseguida se cubrió de una neblina que le daba un toque fantasmagórico a la recortada costa que teníamos que recorrer en nuestro camino hacia el punto más oriental de la costa de Galicia.


La Torre de Hércules entre la bruma

Sobrepasamos el coqueto faro que se encuentra dentro del Castillo de San Antón, el único que se conserva de los 2 que servían para proteger la ciudad de La Coruña de los ataques por mar (el otro es el de San Diego, hoy desaparecido), que ahora es Museo Arqueológico, y enfilamos a la baliza del dique de abrigo.

Enfrente teníamos los 2 faros de Mera y nada más salir de puerto una brisa nos hizo concebir la esperanza de que podríamos ir a vela, pero la alegría nos duró poco porque en lontananza vimos venir a un velero a motor con las velas flameando, así que una vez más tuvimos que recurrir al motor como auxilio de la navegación.


El faro Prior

Vimos una aleta que parecía de tiburón, y viramos para confirmar qué tipo de pescado era, pero comprobamos que pertenecía a un enorme pez luna que estaba muerto.

Comparado con el pequeño faro de San Antón, la Torre de Hércules se alzaba inmensa en su pedestal, difuminada por la niebla como esas viejas damas que se ponen velos para disimular las arrugas del tiempo.


El faro Frouxeira y los acantilados

Con el motor a ritmo suave para evitar averías como la de Finisterre, enseguida cubrimos la corta distancia que separa La Coruña de la ría de Ferrol, en la que destacaba la herida del enorme puerto exterior que están construyendo en Caneliñas, y a su lado el faro de Prioriño Chico, que como sus 2 diminutivos indican, casi no se podía distinguir entre tanta magna obra.

Cuando alcanzamos el faro de cabo Prior, el mar de fondo empezó a agitar el barco, lo que contrastaba con la calma absoluta del viento.


El faro de Cedeira

Prior se erguía vigilante sobre los enormes acantilados y farallones rocosos que le dan un aspecto todavía más impresionante.

Seguimos navegando y pronto distinguimos la estilizada silueta del faro Frouxeira, sobre el que tengo sentimientos encontrados, ya que es un faro «de diseño», que rompe la estética tradicional de los faros de toda la vida.

A veces me gusta y otras no, pero en todo caso la zona donde se ubica merece una visita, eso sí, con los pies bien anclados en el suelo, ya que no hay abrigo y el viento suele ser muy fuerte.


El faro de Candelaria (Candieira) y el velero

La entrada a la recogida ría de Cedeira está marcada en la distancia por la pequeña ermita de San Antón de Corveiro, de 1661, pintada de color blanco, que destaca entre los pinares.

Para los que tengan buena memoria musical y unos cuantos años, la famosa canción de Andrés do Barro con la letra «0 caminiño que leva a San Antón» está inspirada en esta ermita.


El faro de Ortegal y los acantilados

Da paso a la enfilación un coqueto farito torre en medio del mar, una baliza de color rojo sangre en la entrada del puerto, y el propio faro de Cedeira, uno de mis favoritos, quizá porque me trae recuerdos de una infancia de veraneos en esta tranquila villa.

Siempre hay una buena razón para hacer un alto en Cedeira, que es además una razón de peso, porque el marisco y pescado de por aquí son insuperables, y si los tomas además en el Badulaque, sito en los bajos de la casa del Mar del puerto, la garantía de satisfacción es completa.

Descartados los percebes «dedo gordo» del Roncudo por su precio todavía más gordo, el rape con guisantes y el bonito en rollo fueron más que suficientes para llenar nuestros vacíos estómagos y continuar la navegación hasta Viveiro, nuestro destino para pasar la noche.


El faro de Estaca de Bares asomando la cúpula

Empezó a llover, pero a pesar de eso, bien protegido con mi impermeable, me di una buena siesta en cubierta.

Llegamos al faro de Candelaria (Candieira en gallego), donde nos cruzamos con un velero que iba bastante cerca de la costa y aparecía y desaparecía de nuestra vista, como si lo tragara y escupiera alternativamente el mar de fondo que cada vez era más fuerte.


La isla Coelleira

El faro de Ortegal, en sí anodino, debe su fama al cabo en que se encuentra, a los acantilados y a su climatología, ya que la expresión «temporal en Ortegal» pone los pelos de punta a los marineros que lo tienen que doblar.

Por suerte nosotros sólo sufríamos un incómodo mar de fondo que hacía bailar al Pekas II a pesar de las 8 toneladas de peso.


El faro de Roncadoira y el mar de fondo dando duro

Vimos aparecer la punta del faro de Estaca de Bares, que curiosamente no está situado en la zona más alta del acantilado, supongo que para protegerlo de los temporales, cuya cúpula juega al escondite con los barcos cuando te vas acercando.

La vista de la isla Coelleira, llamada así porque estaba llena de «coelhos», conejos, nos avisa de la entrada a la ría de Viveiro.

El faro que se alza en el punto más alto de la isla comenzaba a enviar su tímida señal a navegantes, que contrastaba con la potencia del faro de Roncadoira, a varias millas pero tan intensa que parecía estar al lado.

Coelleira, deshabitada, es ahora una importante reserva ornitológica para las aves migratorias en su camino a/desde África.

Los pescadores del calamar estaban regresando a puerto en sus pequeñas barcas, y el Pekas II parecía mamá pato con todos sus patitos detrás con las luces de posición encendidas.


Los 2 faros de Isla Pancha

Varias balizas marcan la profunda entrada a la ría de Viveiro, y el largo canal de acceso al club naútico te asegura que aunque el mar esté movido allá fuera, dormirás plácidamente amarrado a sus pantalanes.

En las calles del casco viejo celebraban el final del verano con una cuchipanda en la calle y 2 músicos que eran auténticos hombres orquesta, ya que los sintetizadores y cajas de ritmo les hacían sonar como una banda más que como un dúo; su estilo estaba claramente influenciado por las giras de las fiestas de verano en los pueblos de Galicia.


El faro hexagonal de Ribadeo, ahora vivienda

Tomamos unos calamares en tinta en el restaurante Anduriña, una especialidad de Viveiro con garantía de frescura, y luego los bajamos en los cafés de la parte vieja.

A la mañana siguiente nos lo tomamos con calma, ya que el viento seguía sin dar señales de vida, y a mediodía salimos hacia Ribadeo, de nuevo con el motor como compañero, esta vez fiel.


El ultraligero en que volé

Pasamos el faro de Roncadoira, y pronto vimos la impresionante chimenea de la fábrica de Alúmina de San Ciprián, que en la lejanía puede confundirse fácilmente con un faro.

Al acercarnos apareció el perfil más modesto de los 2 faros de Punta Atalaya o San Ciprián (San Cibrao), al que no nos pudimos acercar porque el mar de fondo levantaba altísimas columnas de espuma en los acantilados.


Isla Pancha desde el aire

Las cicatrices en las rocas y acantilados dejaban claro que el mar allí no es ninguna broma, y yo cruzaba los dedos para que nuestro motor siguiera portándose bien, porque sin viento y con un mar de fondo tan fuerte, los acantilados serían un imán irresistible donde el Pekas II se convertiría en picadillo en segundos.

El ronroneo del motor seguía sonando a música celestial y pronto alcanzamos la entrada a la ría de Ribadeo, la isla Pancha, que, como San Ciprián, tiene 2 faros, el antiguo que corona la antigua casa del farero, y la torre nueva.


Tapia de Casariego desde el aire

La entrada a Ribadeo es famosa por el peligro que supone para los barcos, ya que a las rocas que hay en su entrada, se añaden las olas que se forman, que casi hay que surfear, intentando no estamparte con alguno de los pilotes del puente que une Galicia con Asturias.

Vi el albergue de peregrinos casi al borde del mar, y recordé que exactamente hace 2 años estaba allí a punto de comenzar el Camino del Norte a Santiago, uno de los más exigentes para el peregrino, con 200 kilómetros hasta Santiago, pero también uno de los más gratificantes, con etapas espectaculares entre bosques como la de Ribadeo a Lourenzá.


El faro de Tapia de Casariego desde el aire

Superamos el puente sin contratiempos y vi el que sería el último faro de esta etapa, un edificio hexagonal que se encuentra en un alto que domina el puerto de Ribadeo, en desuso como faro y reconvertido en vivienda del farero responsable de los faros de Isla Pancha.

Contentos por haber terminado sin contratiempos el regreso del Pekas II a casa después de varios meses navegando por las Rías Bajas, nos tomamos unas cervezas en el Club Naútico y luego fuimos a prepararnos para la Fiebre del Sábado Noche de Ribadeo, ciudad donde el arte del «bebercio» y el «comercio» alcanzan cotas muy elevadas.


Las Catedrales (cortesía Tino Reymóndez)

Conseguí que la noche no me confundiera como a Dinio, y el Domingo me levanté a una hora en la que las calles estaban recién puestas, pero los ribadenses no se dignaron a estrenarlas hasta las 11, hora en que comienzan la ruta de los aperitivos.

Fui caminando hasta la isla Pancha en un delicioso paseo de unos 5 kilómetros ida y vuelta, y luego me sumé a la ruta de los aperitivos dominicales, callos incluidos.


El faro de Isla Pancha enmarcado (cortesía Tino Reymóndez)

Feliz y contento por haber terminado bien una etapa que había comenzado bastante mal, no sabía que todavía me quedaba una sorpresa, el broche de oro, el lazo o la guinda del pastel, como querais llamarle, y es que pude sobrevolar en ultraligero los faros de Ribadeo y Tapia de Casariego gracias a a las gestiones de Javier, el patrón del Pekas II, y a la amabilidad de Tino, un experto piloto que me llevó en un vuelo corto pero emocionante desde la pista de sólo 270 metros situada ya en Asturias.


Panorámica de Ribadeo

Esperamos a que aterrizara otro ultraligero que parecía una reproducción de los cazas de la II Guerra Mundial, y tras una corta carrera despegamos.

Con la puerta del ultraligero abierta para poder hacer mejor las fotos, y el cinturón de seguridad como único punto de sujeción frente al fuerte viento que me impactaba en cuanto me asomaba para hacer fotos, dimos varias vueltas sobre Ribadeo y Tapia, ya en Asturias, y sus respectivos faros, con lo que mi felicidad fue ya absoluta.


Juan Salvador Gaviota en vuelo rasante

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¡¡ Hasta Pronto !!

Desde La Coruña, 26 de setiembre de 2005