Venezuela, la Venecia de América
Venezuela fue avistada en el tercer viaje de Cristóbal Colón, el 2 de Agosto de 1498, al llegar a la desembocadura del río Orinoco, que impresionó a Colón por su magnitud, ya que en Europa no había ríos tan grandes.
El primer expedicionario que recorrió el país fue Alonso de Ojeda en 1499. Las casas de los indios, palafitos construidos sobre el agua, le recordaron a Venecia, y por ello le puso al país Venezuela o pequeña Venecia. En esa expedición estaba también Américo Vespucio, que dio su nombre al continente.
Llegué a Caracas después de 36 horas de autobús desde Manaos, un espectacular recorrido de casi 2.000 kilómetros, 1.000 en tierras brasileñas cruzando el Amazonas y el Ecuador, para pasar la frontera en Santa Elena de Uairén, cerrada por obras, así que nos tuvimos que ir al pueblo a sellar los pasaportes, y luego cruzar la gran Sabana en Venezuela.
Son 2 noches completas en autobús; al subir en Manaos me pareció que iban a ser eternas porque el bús no era muy cómodo, pero en Santa Elena cambiamos por uno de lujo, con sólo 3 asientos por fila y de cuero, y eso sí, un frío polar como suele ser habitual en estos países, para ellos no hay termino medio, o te asas o te congelas en los buses.
Comprar el billete fue una odisea, en la taquilla en Manaos se negaban a vendérmelo si no enseñaba la cartilla de vacunación contra la fiebre amarilla, y por más que le aseguré que estaba vacunado pero que había perdido la cartilla, me dijeron que sin cartilla no había billete.
Me tuve que ir corriendo al aeropuerto de Manaos, vacunarme, y comprobar lo mal pagados que están los empleados en Brasil, porque al preguntarle a la enfermera cuánto le debía, me dijo que era gratis, pero discretamente escribió en un papel, para que no la oyera su jefe desde la habitación de al lado, «un lanche», un almuerzo; yo pensé que estaba ligando conmigo, hasta que añadió «5 reales», poco más de un euro. Me quedé impresionado y meditabundo un buen rato.
También me impactó la jeta del funcionario del consulado venezolano en Manaos, ya que me engañó diciendo que necesitaba visado para entrar en el país, y como cada día Venezuela se parece más a Cuba, sobre todo en los aspectos negativos, no lo puse en duda, y como yo no podía ir a recoger el visado por la mañana, me pidió un soborno para entregármelo por la tarde.
No pude ir por culpa de la vacuna, y cuando llegué a la frontera tardé menos de 1 minuto en pasarla, e incluso la funcionaria me felicitó por mi cumpleaños. Desgraciadamente no iba a ser mi única experiencia negativa con los corruptos funcionarios del gobierno de Chávez.
Acostumbrado a viajar sólo y tener que buscarme la vida, es un lujo que te vayan a buscar al terminal, que además está bastante lejos del centro en una ciudad tan grande y caótica como Caracas, y efectivamente a las 7h30 de la mañana estaba esperándome Nani con un cartel que decía «Carlos Olmo», la amiga de una amiga venezolana, que me acogió con una gran calidez, algo que enseguida comprobé que es habitual en Venezuela, hasta los policias llaman «mi amol» a las mujeres.
Caracas impresiona por su tamaño y por su ubicación geográfica, cerca del mar y rodeada por las montañas del Ávila, un parque nacional que es el pulmón de la ciudad; resulta extraño salir de la ciudad caminando con las botas de trekking y en 5 minutos estás en plena vegetación subtropical con fuertes rampas de subida que algunos hacen de espaldas. La sierra tiene varios picos, el occidental, el oriental, y el Naiguatá, el más alto con sus 2700 metros.
La recompensa es que desde la cima vislumbras el mar por un lado, Caracas por el otro, y el espléndido parque de el Ávila, pero se necesita estar en muy buena forma para llegar a las cumbres altas, no es casualidad que haya un lugar que se llama «No te Apures».
Para los más comodones está el teleférico de 3,5 kilómetros que te lleva en 12 minutos hasta la estación Ávila, cerca del Hotel Humboldt, construido a 2.100 metros de altitud, cerrado durante muchos años al igual que el teleférico, y actualmente en fase de restauración.
En Caracas conviven, no diría que en armonía, los centros comerciales más lujosos, los coches más espectaculares (2 Hummer vi en un sólo día) y miles de mujeres con aspecto de Miss Universo (eso sí, los catálogos de los cirujanos tienen poca variedad, porque todas parecen iguales), con miles de buhoneros que han tomado al asalto las calles y las autopistas que cruzan la ciudad para ofrecer los más inverosímiles productos mientras los coches circulan (no muy rápido, porque Caracas es un atasco permanente) a su lado.
Al igual que en Lima, la gente está paranoica por la inseguridad, pero no es de extrañar porque, al igual que en España se consideran como algo «normal» las estadísticas de muertos en fines de semana y nadie se sorprende porque haya 30 muertos, en Caracas esa es la cifra habitual de muertes violentas en un fin de semana, y unas 100 en total en el país.
Se bebe mucho alcohol y a todas horas. Observé estupefacto como una pareja se tomaba media botella de ron, y varias cervezas entre copa y copa, en unas 2 horas, no creais que en un bar y de noche, eran las 12 de la mañana en una playa de Los Roques.
La neverita es un apéndice de los venezolanos que acarrean a todas partes.
Los caraqueños están muy orgullosos, y con razón, de sus museos, teatros y centros educativos, representados respectivamente por el Museo de Arte Contemporáneo de Caracas Sofía Imber, el Teatro Teresa Carreño, y la Ciudad Universitaria de Caracas, obra del arquitecto venezolano Carlos Raúl Villanueva, nombrada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en el año 2.000.
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¡¡ Hasta Pronto !!
Carlos, desde La Coruña, España, 18 de Julio de 2004
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