Varanasi, la Ciudad de la Luz
En varias entrevistas con medios de comunicación siempre he comentado que el único lugar del mundo donde me sentí totalmente desbordado y superado por el entorno fue en Benarés (o Varanasi, su nombre oficial), en mi primer viaje a India en los 90.
Era un momento de especial tensión entre hinduistas y musulmanes, y la presencia de la policia, dotada de largas y gruesas varas de madera que usaban sin ningún miramiento para meter a la población en vereda, añadía dureza a una situación de por sí dramática.
Las callejuelas de Varanasi estaban atestadas de gente, las vacas campaban a sus anchas, te podían aplastar contra una pared si no te apartabas, e iban dejando enormes boñigas que parecía que nunca se recogían y que invariablemente acababas pisando.
La suciedad, más bien inmundicia, era omnipresente en toda la ciudad, pero lo que me pudo sobre todo fue la visión de personas muriendo en las calles mientras la gente pasaba a su lado sin inmutarse.
Quería convencerme de que eso no iba conmigo, de que en la India la pobreza y miserias físicas no tienen nada que ver con las riquezas espirituales que demuestran muchos hindúes, que se despojan de todo lo material y dedican el resto de su vida a la meditación y contemplación, y de que la razón de que hubiera tanta gente muriendo por las calles era porque acudían precisamente allí, a Varanasi, por ser la ciudad más sagrada del hinduismo, a morir para continuar su ciclo de reencarnaciones.
Iba navegando al amanecer entre los gath cuando reparé en bultos flotantes envueltos en telas precarias.
Pregunté qué eran, me dijeron que los pobres que morían sin poder pagarse su haz de leña para ser incinerados eran envueltos en telas y lanzados al río, donde los peces y los cuervos que se posaban sobre tan macabras naves darían buena cuenta de ellos.
La idea de que una religión y un sistema social no eran capaces ni siquiera de ofrecer una muerte digna a millones de personas me golpeó a bocajarro y poco menos que me noqueó.
Mi sentimiento no era de indignación, pues prácticamente todas las religiones han sido más o menos crueles en algún momento de su historia, y nadie nos obliga a practicarlas, pero ese día mi amor por la raza humana y por lo tanto mi autoestima sufrieron un duro golpe.
Regresaba pues a Varanasi 15 años después con las imágenes vivas en mi mente y mi corazón, y me encontré con una ciudad que se ha reinventado a si misma sin cambiar su esencia.
A las 4 a.m., mientras iba en un rickshaw a pedales camino de los ghat, la ciudad estaba limpia y fresca, se despertaba con la promesa de un nuevo día, y hasta las aguas del Ganges me parecieron menos pútridas que en mi anterior visita.
La palabra pútrida no la uso en sentido metafórico ni es una licencia lingüistica, ya que los estudios de la calidad del agua en el río Ganges a su paso por Varanasi, después de miles de kilómetros de recorrido por zonas muy pobladas de la India, demuestran que, técnicamente, su agua es fecal ya que supera en un 500% el máximo recomendado de bactería fecal coliforme, un microorganismo, procedente de los intestinos de hombres y animales que causa enfermedades como hepatitis vírica, cólera, tifus y gastroenteritis.
En las horas que pasé recorriendo los ghat percibí claramente la energía, no sé si cósmica pero sin ninguna duda humana de una de las ciudades más antiguas del Mundo, pero antes de contaros mi experiencia es conveniente dar unos apuntes históricos sobre Varanasi.
Las excavaciones han revelado que Benarés es uno de los más antiguos asentamientos humanos del valle del Ganges.
Sin embargo, la epigrafía más antigua que menciona el legendario reino de Kasi, del que era la capital, se remonta a la literatura védica tardía del siglo VIII a C. En esa época se suele situar la fundación de la ciudad.
Benarés creció y se convirtió en una capital importante ya en tiempos del príncipe Siddharta, el fundador del budismo (siglo VI a C), como lo demuestran las extensas y refinadas ruinas búdicas de Sarnath, hoy absorbidas por los arrabales periféricos de la ciudad.
En aquel momento Benarés constituía una especie de muro de contención entre los imperios de Kosala y Maghada, aunque fue pronto anexionada a éste último.
En el siglo III a C, el célebre emperador Ashoka, convertido a la nueva fe y que hizo del budismo la religión oficial del país, mandó construir en Sarnath un ‘stupa’ (el Dharmarajika) para custodiar las reliquias de Buda.
Entre los muchos ‘pilares de Ashoka’ que jalonan sus dominios, destaca por su magnificencia el que erigió en Sarnath, con inscripciones en su fuste de arenisca pulimentada, y un capitel, o más bien coronamiento de columna, formado por cuatro soberbios leones sosteniendo el ‘dharmachakra’ o Rueda de la Ley.
La imagen de este capitel se ha convertido en el escudo oficial de la India.
Durante la ‘edad de oro’ o periodo clásico de la historia de la India, coincidente con las dinastías gupta y post-gupta (siglos IV – VI d C), Benarés fue un esplendoroso centro cultural, educativo y artístico.
Xuanzang, un peregrino budista procedente de China que visitó la ciudad en el siglo VII, testimonió que aunque la mayoría de sus habitantes adoraban al dios hindú Siva, aún vivían en Sarnath 1.500 monjes budistas, de la rama theravada.
Dejó también escrito que junto a un árbol sagrado vio montones de huesos humanos, restos de aquellos devotos que se habían quitado la vida y cuyas cenizas habían sido arrojadas al Ganges con el fin de obtener la liberación del ‘atman’ (alma) y la salvación eterna.
Se conocen también otras inscripciones, datadas en el siglo VI, que hablan de suicidios y otras ceremonias rituales en las orillas del río.
Al-Biruni, un estudioso árabe, apuntó que ascetas y anacoretas de todo el país arribaban a Benarés a instalarse en sus calles para esperar allí el fin de sus días.
Benarés recuperó en el siglo XII su rango de capital, esta vez bajo los gahadavalas.
Muchos de los rituales hinduistas que aún se practican hoy en las escalinatas del Ganges se remontan a esta época, así como algunos lugares sagrados, ghat y festivales.
A partir de 1194, la ciudad experimentó una fuerte crisis durante los siglos de ocupación de los sultanes musulmanes con sede en Delhi, provocando la diáspora de sus más eminentes sabios y artistas de religión hindú, lo que acarreó un marcado retroceso cultural.
Los sultanes destruyeron sistemáticamente en todo el norte de la India los templos, capillas y centros pertenecientes al culto hindú, y como consecuencia de ello ninguno de los monumentos de Benarés se remonta a más atrás del siglo XVIII.
Hubo, sin embargo, en el siglo XVI, un paréntesis donde se produjo un renacer temporal, fomentado por la tolerancia religiosa del gran emperador mogol Akbar, con sus actividades de mecenazgo para con las artes y las ciencias.
Sabios (pandits), maestros y estudiantes acudieron de regreso a las aulas, y la ciudad se convirtió de nuevo en el más importante foco de enseñanza de la cultura sánscrita en el país.
Este renacimiento fue una vez más abortado por el régimen rigorista del emperador Aurangzeb, el último gran mogol, en el siglo XVII.
Hubo por fin una última revitalización bajo la dinastía de los marathas, que restauraron el poder hindú y reconstruyeron los templos.
Benarés se convirtió de nuevo en capital de un estado en 1910 bajo la dominación británica, con base en la fortaleza de Ramnagar, levantada en la orilla opuesta del río, pero sin jurisdicción sobre la ciudad.
En 1949, poco después de obtener la India la independencia de los británicos, el estado de Benarés fue incorporado al estado de Uttar Pradesh.
Volviendo a mi visita a los ghat, llegué justo antes del amanecer y ya el río bullía de vida, por un lado comercial con decenas de personas ofreciendo barcas a los turistas a grito pelado, y por otro lado ritual, ya que la gente bajaba al río y se acumulaba en las escalinatas para realizar sus abluciones matinales y sus pujas(ofrendas).
El cielo empezaba a clarear entre nubes y prometía un bonito amanecer, pero a los 10 minutos de estar recorriendo el río en una barca empezó a caer un tremendo chaparrón que me pilló sin paraguas ni chubasquero.
Para que la cámara no se mojara demasiado le pedí al barquero que regresara al muelle y me refugié en un templete.
Lo que inicialmente fue un fastidio se convirtió en uno de esos momentos mágicos que pocas veces pasan en la vida.
Al poco de desembarcar paró de llover y el sol empezó a jugar con las nubes y el río como si fuera un pintor loco, cambiando la paleta de colores cual Van Gogh, y comprobé que la mejor manera de entender Varanasi es pasar unas horas sentado en sus gaths, intentando mimetizarme al máximo con el entorno.
Allá donde mires verás algo que te deje boquiabierto; puede ser un sadhu desnudo y cubierto simplemente con ceniza, una mujer limpiando los escalones mientras luce su sari como una princesa, el entrechocar de cientos de precarias barcas en el río, el mosaico multicolor de cientos de saris secándose al sol, la gente lavando ropa a golpes rítmicos, una persona meditando en posición de flor de loto durante horas, o un grupo de jóvenes chapoteando en el agua, totalmente ajenos a las bacterías fecales coliformes.
Me tomé un reconfortante té que vendía un señor de edad tan indefinida como la propia ciudad de Varanasi, cocido en una marmita que seguramente era de la misma época.
Después de saborearlo, comprobé que por ningún lado había una garrafa de agua mineral y que por tanto el agua podía venir del mismo Ganges, así que, tengo que reconocer que con un poco de inquietud, decidí ponerme en paz conmigo mismo y con el mundo por si acaso.
Ya fuera porque después de 5 meses en la India mi sistema inmunológico estaba adaptado, o porque realmente el té sí estaba hecho con agua mineral, el caso es que no hubo consecuencias nefastas por mi acto, y sí todo lo contrario, ya que me sentí purificado.
Hasta 84 ghat jalonan el río Ganges a su paso por Varanasi, pero la zona más visitada es la de Dasaswamedh o Godaulia, donde se concentran los barqueros, y el ghat Harishchandra, donde se hacen las cremaciones (totalmente prohibido fotografiarlas), pero recomiendo alejarse de los ghat más frecuentados y sentarse en algún discreto a ver la vida pasar tal y como lleva miles de años.
Durante varias horas recorri río arriba y abajo los ghat, pensando en la inmutabilidad de algunas cosas.
Ahora que escribo este diario y estoy viendo las fotos de Varanasi hechas con una cámara digital de última generación y geoposicionadas en un mapa satelital, me reafermo en que la tecnología sólo cambia las formas y que la comunicación entre los seres humanos y las energías incognoscibles del mundo siempre se hará del mismo modo.
En la zona del ghat Assi hay hoteles y restaurantes desde donde se disfruta de una vista extraordinaria sobre el río.
Estaba en una terraza y me pasó una cosa curiosa, ya que de repente un billete de 500 rupias (unos 8 €) apareció volando de la nada y se posó a mis pies.
Pensé si sería un mensaje divino, pero mi escepticismo es total sobre un uso tan espiritual de algo tan material. así que miré a mi alrededor y, como no vi a nadie buscando el billete, me lo guardé en el bolsillo.
La última tarde en Varanasi la pasé buscando la sede de Madre Teresa de Calcuta porque llevaba cosas que me habían traído de España para entregar, pero aunque parezca increíble, después de tomar 1 taxi, preguntar a varios policías, que me enviaron en un rickshaw, que a su vez se paró varias veces a preguntar, que en la última casa me invitaron a entrar a tomar un té y el dueño finalmente me llevó hasta…………una escuela que no tenía nada que ver con la Madre Teresa, pero como el tiempo apremiaba y la hora de mi tren se acercaba, les dejé el paquete.
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Visita la web de turismo de Uttar Pradesh en inglés y para saber más sobre Varanasi visita la web Varanasi city y la web oficial del distrito de Varanasi, con abundante información en inglés.
Si vas a viajar a Varanasi, te recomiendo que visites antes la web de Índica libros, una editorial y librería que tienen su sede en Varanasi, regentada por uno de los españoles que más sabe de la India, Alvaro de Enterría.
Es autor del estupendo libro La India por dentro. Una guía cultural para el viajero, que por fin se puede conseguir en España, ya que las 3 primeras ediciones estaban agotadas y acaba de salir la cuarta.
También te recomiendo el blog de la periodista peruana Patricia Castro, que cuenta sus experiencias viajeras en Asia fruto de su trabajo como corresponsal del diario El Comercio.
Gran parte de la información histórica contenida en este diario sobre Varanasi ha sido extraída de wikipedia.
Visita la web oficial de turismo de la India para saber más sobre el país.
¡¡ Hasta Pronto !!
Carlos
Desde La Coruña, 26 de noviembre de 2007
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