Era el 3 de febrero, cuando la hermosa ciudad de Lijiang, en el noroeste de la provincia de Yunnan, China, se estremeció a causa de un terremoto de 6,8 grados en la escala de Richter.
La parte antigua de la ciudad resistió bien el terremoto, pero fue en la zona de construcción más reciente donde los daños fueron más grandes, contabilizándose más de 300 muertos.
Afortunadamente esto fue hace 9 años, el 3 de febrero de 1996, y no durante mi visita a Lijiang en febrero de 2005, que en todo caso fue bastante movida.
Regresaba agotado del trekking de la Garganta del Salto del Tigre, y después de varias horas en un minibús atestado donde fumaba hasta el gato (el del coche, no el animal), y luego un taxista que conducía con la rodilla me dejó en la entrada de la ciudad vieja, nombrada Patrimonio de la Humanidad en 1997, sólo un año después del devastador terremoto.
La reconstrucción de las zonas afectadas fue ejemplar; las autoridades tomaron nota de que casi siempre la arquitectura popular es más robusta que la moderna, y siguieron ese patrón en la rehabilitación. Hoy Lijiang brilla con más esplendor que nunca.El esplendor se veía empañado por los miles de turistas chinos que habían elegido la ciudad para celebrar la entrada en el año del Gallo de Madera.
Sin un mapa para orientarme, me metí en un hotel con buena pinta, pregunté por curiosidad el precio, y los 200 yuanes, mi presupuesto diario, lo hacían inalcanzable.
Intentaba comunicarme sin mucho éxito con la recepcionista en inglés preguntando dónde podía encontrar hostales, cuando un ángel en forma de mujer china pasó por allí.
Me preguntó si me podía ayudar, le expliqué lo que buscaba, me dijo que Lijiang estaba a tope por el año nuevo, pero que ella tenía una escuela de Kung-fu que estaba cerrada por vacaciones y que me podía alojar allí.
Acepté inmediatamente, y nos dirigimos a la parte alta de la ciudad vieja.
La casa era una preciosidad, con el tejado típico a 2 aguas habitual en Lijiang, y con una extensión enorme que incluía jardín, patios de entrenamiento, y muchas antigüedades y muebles viejos.
Le debí caer bien, porque me dejó el apartamento que había construido para su hijo, todo en madera, con cocina, baño privado, un habitación con una cama enorme, y sala de ping pong.
La llave era una larga pieza de metal, que con un ingenioso sistema cerraba un viejo candado chino.
No podía haber encontrado mejor lugar para recuperarme del trekking, y por si fuera poco, me preguntó si tenía algún plan para pasar el fin de año; le dije que no, y me invitó a cenar con ella y el personal de su restaurante La Papaya Azul en la parte más turística de la ciudad.
Allí me fui con una de las camareras; el restaurante está situado al borde del río, que en Lijiang recorre la ciudad por medio de las calles, con puentes de madera o piedra para cruzarlas y entrar en casa. Los peces nadan tranquilamente por el río, ajenos al barullo de turistas.
La zona más concurrida de la ciudad está llena de tiendas puerta con puerta, y una vez se pasa la plaza del mercado antiguo, empieza la zona de restaurantes, a cada cual con más encanto, con decoración y mobiliario antiguos.
Después de irse el último cliente empezaron a sacar platos de comida de todo tipo, que regamos con cerveza de Yunnan.
En la tele estaban poniendo un programa del estilo de Sábado noche o los de fin de año, aún más kitch, con cantantes de ópera china emperifolladas y bastante «operadas».
Brindamos un montón de veces, y entre las múltiples supersticiones de los chinos, una es que antes de medianoche tienes que tomar dumplings, un plato típico chino, con la característica de que se han debido preparar en familia, para mostrar que están unidos. Primero los toman salados, y luego dulces.
A la 1 de la mañana, bastante cansado por el ajeteadro día, regresé con Shana, que así se llama mi ángel guardián en Lijiang, callejeando por las mágicas rúas de la ciudad, empedrada con losas milenarias, tan desgastadas por el paso del tiempo que brillaban como si hubiera llovido.
Lijiang se encuentra a 2400 m de altitud, rodeada de altas montañas entre las que destaca al norte la montaña del Dragón de Jade. Con varias lagunas y ríos, es una ciudad de atmósfera limpia y fresca.
En la única colina de la ciudad se encuentra la pagoda de madera más alta de China, con 5 pisos y 33 metros de altura soportados por 16 pilares, y una intrincada decoración que incluye 9.999 dragones tallados en la madera, 8 leones guardando las 4 puertas en diferentes poses.
Su nombre, Wan Gu Lou, significa literalmente «disfrutando de una buena vista desde lo más alto», nombre apropiado donde los haya.
Pero mi buena suerte no acabó con la invitación a la cena de año nuevo, ya que Shana me comentó que al día siguiente había un festival folclórico con más de 500 bailarines de diferentes minorías étnicas, y una orquesta de músicos Naxi.
Al final me voy a hacer tan supersticioso como los chinos, porque llegué a Lijiang el 8 de febrero, y como bien sabeis el 8 es el número de la suerte chino.
la cultura Naxi es una de las más distintivas de China, con una fuerte inclinación artística, plasmada en originales instrumentos musicales, en la pintura o en la caligrafía.
El idioma Naxi es el único vivo de mundo que utiliza los pictogramas al estilo egipcio para comunicarse; es la llamada cultura dongba, que en el pasado utilizaba esta forma de escritura para registrar sus libros canónicos.
La música clásica naxi es muy famosa, integra armoniosamente canto, danza y los sonidos de instrumentos musicales denominados “fósiles viventes» de la música.
La mayoría de los músicos Naxi son de avanzada edad, y por ello se les suele llamar el Grupo de la Longevidad (una especie de Buena Vista Social Club a la china).
Después de desayunar unos estupendos noodles «a-través-del-puente», la especialidad de Yunnan, nos fuimos al festival, para descubrir que nos estaban esperando con un aperitivo previo a la comida, que se haría al terminar el festival.
El lugar era un pueblo Naxi a unos 5 kilómetros de Lijiang, y en la plaza principal se arracimaban cientos de bailarines con las manos unidas y diversas coreografías que cambiaban al ritmo de la música, vestidos con espectaculares conjuntos y tocados de toda forma y color.
En el centro de los círculos concéntricos de bailarines estaban una serie de personajes disfrazados de iconos de la cultura china, el dragón y otros animales mitológicos, y el sabio de larga melena y barbas blancas.
Había bailarines de todas las edades, en cambio los músicos eran todos muy mayores.
Gracias a los contactos de Shana me permitieron entrar en la plaza para fotografiar de cerca a los bailarines, y mi Olympus echaba humo porque oportunidades así no se dan todos los días.
Cuando se terminó el festival, los bailarines se abalanzaron sobre los puestos de avituallamiento, lo que nos recordó que nos estaban esperando para comer, así que nos fuimos rápidamente a degustar una comida típica Naxi, que suele ser picante y algo amarga, pero deliciosa.
Regresamos a la ciudad y para bajar la comilona me fui al Parque de la Colina del León, donde se encuentra la pagoda Wan Gu Lou.
En el ascenso me fui enamorando de los pequeños rincones de Lijiang, con calles ciegas, recovecos, escalinatas, casas realmente antiguas y tejados combados armoniosamente, y una cordialidad que asoma a los rubicundos rostros de los Naxis.
Aunque los viejos del lugar se quejan de que Lijiang ha perdido la tranquilidad que la caracterizaba, también es cierto que con el nombramiento como Patrimonio de la Humanidad hemos ganado un lugar más que será preservado para el futuro.
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¡¡ Hasta Pronto !!
Carlos, desde Da Li, China, 13 de febrero de 2005
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