Sydney, entre el humo y la ceniza.
Después de 2 días en Sydney, aún no me he recuperado completamente del jetlag; cuando se viajaba en barco y otros medios de transporte más humanos (el avión es inhumano, vas encerrado en un cilindro de acero, apretujado, presurizado, comiendo plástico, y sin poder escapar), las transiciones de tiempo y clima eran suaves, pero ahora despegas y 30 horas después estás en el otro extremo del mundo, con una diferencia horaria de 10 horas y de temperatura de 30 grados, y tu cuerpo se queja.
Por suerte, este año el vuelo no ha tenido sorpresas, ya que el año pasado mi primer diario fue dedicado a Iberia; como casi nadie vuela el 31 de Diciembre, los vuelos salieron incluso antes de la hora, y caminar por los aeropuertos de Madrid y Frankfurt totalmente vacíos producía una extraña sensación de Fin del Mundo; las 12 campanadas me dieron en el vuelo de Qantas de Frankfurt a Sydney, y fue espectacular ver desde el avión los fuegos artificiales que lanzaban en cada pueblo y ciudad de Alemania. Impresionantes fueron también los fuegos, no precisamente artificiales, que vimos desde el avión cuando estábamos descendiendo a Sydney; desde la ventanilla, en el albor de la mañana, se apreciaban las columnas de fuego de varios kilómetros que rodean la ciudad, e incluso pudimos oler el humo dentro del avión.
A casi 20.000 km de distancia de Europa, la primera impresión que me produce Sydney es que debe ser una ciudad muy agradable para vivir; tiene más de 340 días de sol al año, una bahía muy hermosa, playas extraordinarias cerca de la ciudad, bosques y parques por todas partes, y a pesar de tener 4 millones de habitantes, no he visto grandes atascos ni es una ciudad ruidosa. Pero lo mejor es la mezcla de culturas que se ve, ya que conviven la cultura asiática, la europea, y la autóctona aborigen, en proceso de «reconciliación». En el barrio donde me alojo, Glebe, lleno de pequeñas tiendas y restaurantes, he visto puerta con puerta un restaurante indio, otro Thai, otro italiano, otro indonesio, otro malasio, y para rematar un tapas bar español.
El stress tampoco parece hacer mella en los habitantes de Sydney; los autobuseros te responden a preguntas, te dan orientaciones, y hasta bromean antes de ponerse en marcha, y en el aeropuerto me sucedió algo inusitado, ya que el conductor no tenía cambio de $100 para cobrar mi billete, y otro pasajero, de Melbourne, se empeñó en pagármelo. Hablan el inglés con un acento cantarín, comiéndose sílabas y letras. El transporte público es excelente y barato, ya que tienes una red de buses, ferries, metros, trenes, monorail, e incluso taxis acuáticos, que facilitan moverse por la ciudad.
Recién llegado, me di una ducha, dejé mis bártulos en el hostal, y en vez de echarme a dormir, me eché a las calles de Sydney a patearlas; amanece a las 6 a.m, y a esa hora la temperatura es fresca, lo que se agradece, ya que luego sube hasta por encima de los 30 grados; estaba muy preocupado por los incendios que circundan Sydney, pero por suerte las temperaturas han descendido, y los vientos cambiantes no traen ahora sus columnas de humo hacia la ciudad. Por desgracia, el Royal National Park, el parque más antiguo de Australia, y las Blue Mountains están siendo arrasadas por el fuego, y no creo que pueda visitarlos.
En este enlace podéis ver todas las fotos del viaje de 6 meses en 2002 por Australia y Nueva Zelanda
¡¡ Hasta pronto !!
Desde Sydney, Australia, enero 2002
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