San Luis, la Isla Puente de Senegal
Cruzar la frontera entre Mauritania y Senegal por Rosso es mucho más que un acto físico.
El río Senegal separa los dos países, y la ausencia de puente entre las dos orillas, que obliga a un incómodo paso en ferry, es como un muro que separa dos mundos, el de África del Norte, árabe y estrictamente musulmana, y el del África Negra, flexible como los juncos que crecen en la orilla del río Senegal.
La diferencia geográfica también es evidente. El desierto del Sáhara, que nos acompañó durante más de 2.000 kilómetros de carretera, da paso a tierras fertilizadas por el río Senegal, que marca la frontera natural y política entre Senegal y Mauritania durante cientos de kilómetros y le dado su nombre al país.
Tuvimos que pasar varias horas, bajo un sol de justicia, en ambos lados de la frontera para pasar los trámites de aduana, mientras veíamos impotentes como cientos de senegales y mauritanos pasaban con sus pertenencias sin pasaporte, sólo mostrando un papelito.
La gente se agolpaba en las ventanillas ofreciéndonos cambio, helados, lavarnos el coche, comprárnoslo, etc. Al menos no tuvimos tiempo para aburrirnos
Para colmo, en la parte senegalesa decidieron cerrar la aduana para registro de vehículos justo a la hora que llegó el ferry, con lo que nuestra desesperación iba en aumento, pero si hay algo importante para disfrutar de un viaje por África es la flexibilidad, por lo que aproveché el tiempo para mentalizarme y poner el reloj mental en hora africana.
Cuando nos abrieron la valla, nos las prometíamos muy felices porque San Luis, la antigua capital de Senegal, estaba a sólo una hora en coche, pero no contábamos con el elemento que más pone a prueba tu paciencia en África, el policia corrupto.
Cuando estábamos a punto de llegar a San Luis nos paró un policía, y después de inspeccionar los papeles, todos en regla, nos dijo que en Senegal estaba prohibido tener los cristales tintados en los vehículos.
Le dijimos que nos parecía muy bien, pero que el nuestro era un vehículo extranjero y que ibamos de tránsito hacia Gambia, por lo que no teníamos la obligación de cumplir esa ley salvo que quisieramos matricular o vender el vehículo en Senegal.
Negaba con la cabeza, esperando una propina que detuviera su movimiento, pero los que seguimos la teoría de que para que haya un corrompido tiene que haber un corruptor y por principios nos negamos a pagar sobornos en las fronteras sabemos que es importante mantenerse firmes, y en último caso decir que no hay problema para pagar la multa, pero en comisaria, nunca a un policia en carretera.
Así se lo dijimos y se quedó con la documentación de la furgoneta, que recogimos el día siguiente en San Luis, previo pago de un pequeño trámite administrativo.
El mal rollo con el policia se nos pasó en cuanto llegamos a San Luis, capital colonial del Senegal francés hasta 1958, situada en la desembocadura del río Senegal, en una pequeña isla conectada con el continente por un puente metálico que diseñó el ingeniero Gustave Eiffel, como imaginais el mismo de la torre parisina.
Cuenta la leyenda que el puente fue originalmente diseñado para cruzar el Danubio, en Viena o Budapest, y que por misteriosas razones finalmente acabó en Senegal, pero es eso, leyenda.
Nombrada Patrimonio de la Humanidad en el año 2000, San Luis conserva poco de la grandeur francesa, con calles mal asfaltadas y edificios coloniales que, excepto aquellos destinados a hoteles o usos oficiales, muestran en sus fachadas ajadas el indeleble paso del tiempo. Pero su encanto es indudable, es de esos lugares en los que te sientes bien nada más llegar sin saber exactamente por qué.
Está hermanada con la ciudad francesa de Lille, que, si mi francés no me falla, significa isla, así que el hermanamiento es doble.
Uno de los edificios bien conservados era el de nuestro hotel, el Harmatan, y aunque el nombre nos trajó el recuerdo del duro viento que nos azotó en el Sahara, el hotel era un oasis.
El dueño es francés y, aparte de un bar bien surtido, teníamos un pequeño jardín interior frente a las habitaciones, decoradas en un estilo étnico africano un poco kitch, y un lujo muy conveniente para mi, conexión wifi gratuita para clientes.
Después de una ducha reconfortante fuimos a un restaurante a probar una especialidad senegalesa de la Casamance, la yassa, que no sé cómo está hecha pero que recomiendo probar, igual que el thiou de pescado; ambos platos son deliciosos.
Otros platos recomendables, siempre que uno no sea alérgico o no le gusten los cacahuetes y el aceite de palma, es el mafé y el domodah, salsas que sirven de acompañamiento a arroz con carne, pollo, pescado y en general cualquier animal que se pueda comer.
El puente Eifell, aunque el nombre oficial es Faidherbe, giraba antiguamente su pontón central para permitir el paso de los barcos pero creo que ahora no se atreven a hacerlo por miedo a que no vuelva a encajar correctamente.
Lo primero que encontramos al cruzarlo es el Hotel de la Poste, llamado así porque era el punto de encuentro de los intrépidos aviadores «carteros», que llevan el correo desde Francia a Sudamérica y tenían aquí su última parada continental.
Aviadores míticos como Jean Mermoz tomaban su aperitivo Ricard en la terraza del hotel de la Poste y seguro que brindaban por el buen desarrollo de un viaje transatlántico que era una aventura en si mismo.
Hay que pensar que estaban en una época en la que los satélites meteorólogicos y el gps no estaban ni en la imaginación de los científicos y los pilotos debían sentir una sensación de encontrarse frente a lo desconocido similar a la de los romanos que llegaron a Finisterre y lo declararon el Fin de la Tierra.
En la parte oeste de San Luis, cruzando un pequeño puente, se encuentra el poblado de pescadores y el mercado, con un ambiente y una animación 100% africanos, en contrastre con la isla central.
El bullicio es permanente, y más que coches el transporte es en pequeñas calesas tiradas por caballos.
Una de ellas me dio un buen susto cuando noté que alguien agarraba la bolsa de la cámara y la arrastraba consigo.
Dispuesto a enfrentarme con un ladrón, cuando me volteé, vi con sorpresa que la correa se había enganchado en los arneses del caballo, y tuve que correr un trecho paralelo a la calesa para poder desenganchar la bolsa.
Pasado el susto, continué mi recorrido hasta el cementerio de los pescadores, que de manera apropiada adornan sus tumbas con redes y otros elementos marinos.
Es un cementerio musulmán porque esa es la religión mayoritaria en Senegal. Hice alguna foto desde el exterior del cementerio.
De regreso por la playa docenas de niños me asaltaron pidiendo una foto y, por supuesto, queriendo cobrar por ella.
Los mayores también me asaltaron, pero estos con el ofrecimiento de comprar pescado, amontonado en pequeños puestos, con millones de moscas alrededor.
Seguro que ese mismo pescado lo tomas luego en un restaurante y está delicioso, pero verlo así, con «aliño de moscas», te quita las ganas de comerlo.
En mi mapa de la ciudad aparecía un faro, y por más que escrudiñaba la costa no lo localizaba, hasta que mis ojos se posaron sobre una estructura de hormigón desvencijada de unos 15 metros de altura, que en la parte superior tenía una pequeña luz. Ese el faro de San Luis.
San Luis es también un lugar de animada vida nocturna, aunque yo la única vez que salí de noche fue para ver un concierto de un músico caboverdiano de nombre Tcheka en el centro cultural francés. Cantaba en portugués, francés y crioulo (el portugués africano), y tanto su voz como su guitarra nos hacían bailar en los asientos.
Al final del concierto esperé a que se fuera el público para saludarlo y preguntarle si tenía CD´s grabados para vender, y me respondió con un tono de orgullo que ya tenía 3 discos grabados y que los podía conseguir en FNAC. Así lo haré cuando regrese a España.
Aunque el idioma oficial de Senegal es el francés, sin ninguna duda el idioma más hablado es el wolof, el de la etnia principal, muy difícil de aprender, pero al menos unas palabras básicas como jeo, agua, chep, arroz, dom, fruta, mburu, pan, y sangara, alcohol, ayudan a que se dibuje una sonrisa en el rostro del vendedor.
El comercio de San Luis muestran el ambiente multinacional de la isla, ya que hay sitios, como la boutique de Aida, que tienen modelitos propios del primer mundo, y la tienda de antigüedades del Dr. Roche, una institución en Senegal, tiene esculturas, tallas, puertas, máscaras, totems y otras piezas de un valor incalculable de varios países de la región.
Los nombres de los bares y discotecas, como la Emboscada o la Iguana, dan también una indicación del nivel de marcha en la ciudad
Un ejemplo de lo amables y serviciales que pueden ser en África nos ocurrió el último día, ya que nos olvidamos la llave de la habitación en la cafetería donde desayunamos.
Cuando regresamos a por ella, el camarero nos dijo que se la había entregado al guarda de seguridad, que había ido corriendo a entregárnosla al….. hotel equivocado!!!.
El camarero salió corriendo a buscarlo para poder recuperar nuestra llave. Después de una corta espera pudimos recuperar la llave.
Los tres días en San Luis pasaron como un suspiro, entre desayunos a la francesa con baguette y buen café, paseos por la ciudad colonial, buena comida africana y trabajo intenso en internet para poner la web al día (si, ya sé que no está al día, pero reto a cualquier viajero a que intente mantener actualizada una página desde África, donde la trinidad de cibercafés, electricidad y conexión a Internet es tan misteriora e insondable como la Santísima Trinidad).
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!! Hasta Pronto !!
Carlos, desde Freetown, Sierra Leona, 13 de Marzo de 2008
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