Reflexiones de un vagamundos sobre la identidad nacional.

No me considero un patriota en el sentido clásico de la palabra: el himno nacional, la bandera, y los desfiles militares no me producen ninguna emoción; sin embargo, amo profundamente a mi país, España. Me hice hombre viajando, ya que por suerte libré del servicio militar (en aquella época la insumisión y la objeción eran quimeras).

En los primeros viajes no me sentía especialmente orgulloso por venir de un país cutre, casposo y meapilas, que se estaba quitando de encima 40 años de mugre; enseguida descubrí que todos los países tienen sus miserias y trapos sucios: los suizos ocultaron durante 50 años las millonarias cuentas que en sus bancos habían abierto los judíos alemanes; los ingleses mantienen una política colonial anacrónica con las Malvinas y Gibraltar, que sólo conservan por pura nostalgia de su disuelto imperio; los franceses hicieron su guerra sucia en Argel, y los alemanes e italianos eliminaron a sus grupos terroristas de manera poco ortodoxa, algo que en España no funcionó porque nuestros servicios secretos se parecen bastante a los personajes de Gila.

Al principio me sentía ciudadano del mundo, pero pronto me dí cuenta de que ese concepto es utópico. Cuando te encuentras otros viajeros, después de un rato de charla, lo que preguntas/te preguntan es de donde eres, incluso antes que el nombre. Lo que somos o dejamos de ser está directamente influenciado por el lugar donde hemos nacido, nuestra alimentación, el clima en que vivimos, nuestro idioma materno, y el círculo en que nos movemos. Con todos esos ingredientes, la receta final varía mucho, pero jamás podremos hacer una lasaña con los productos de una paella. Más del 50% de nuestro yo está fuera de nuestro control, son esas reacciones viscerales que luego nos preguntamos cómo hemos podido tener.

No soy un español típico: no me gusta el fútbol, odio los toros, no hablo en voz alta, no fumo, bebo con moderación (excepto en Puerto Rico), y no soy un «macho hispánico» al uso, pero con el tiempo he descubierto que que hay muchos españoles como yo, pero como formamos una minoría silenciosa no llamamos la atención; somos los que nunca respondemos a una encuesta ni atendemos a un cuestionario telefónico, y en general no nos gusta mostrar nuestra vida privada, porque el respeto a la privacidad es nuestro templo.

Estados Unidos, cuya población autóctona, los indios americanos, fueron casi exterminados, es el mayor conglomerado étnico del mundo, ya que sus más de 250 millones de habitantes forman un conjunto heterogéneo de razas, religiones, culturas, idiomas, que al principio se dio por llamar «melting pot» o crisol de razas, donde cada elemento se disolvía para formar una cultura común y ahora se habla de una «ensalada mixta«, donde todos mantienen su individualidad, y aportan su «sabor» al conjunto, sazonado, eso sí, con un elemento cohesionador. Ese es el futuro que yo desearía para el mundo, un lugar donde todas las culturas y creencias aportarán su granito de arroz y su ingrediente para la gran paella mar y monte.

Si algo podemos aportar los latinos, es nuestra «pasión por la vida«, antiguo eslogan turístico que era muy acertado; a pesar de la situación dramática de muchos países de Latinoamérica, la sonrisa siempre está a flor de piel. En España hemos pasado de la «cultura del pelotazo», al «España va bien», y ahora parece que «España va menos bien»; el lema que a mí me gustaría sería «España es feliz», porque esa es la mayor riqueza que puede tener un país.

En todo caso, España es probablemente el país del mundo con más fiestas populares, ya que en un libro recientemente publicado, su autora recopilaba más de 5.000 fiestas, y confesaba que habían quedado otras tantas para un segundo tomo. Por ello, independientemente de que me sienta como en casa en muchas partes del mundo, me alegra regresar a España a tiempo para las fiestas de San Juan, que celebran el solsticio de verano, e intentan, con sus mágicas hogueras, alargar la luz al máximo, ya que a partir de ese momento los días se van acortando en busca de un invierno inexorable que nadie quiere que llegue.

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¡¡ Hasta Pronto !!

Desde Quito, 01/06/2001

Argentina