¡Por allí resopla!, ballenas azules en Mirissa, Sri Lanka

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Siempre he sido un gran amante de las ballenas. El mamífero más grande de la tierra, y a su vez seguramente el más pacífico,  ejerce sobre mi una gran atracción, y en todos los viajes que hago si hay una zona de paso de ballenas, allí me voy a buscarlas o esperarlas.

Seguramente Moby Dick, una de las lecturas más fascinantes de mi adolescencia, tuvo que ver bastante, aunque allí el «malo» de la película es el gran cachalote blanco.

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He visto ballenas en Nueva Zelanda, Australia, Islas Canarias, USA, Argentina, Chile, Brasil y la Antártida, de todo tipo, francas, jorobadas, yubarta y cachalotes, pero me faltaba el leviatán de las ballenas, el animal más grande del mundo, la ballena azul, que puede llegar a los 30 metros de longitud y pesar 200.000 kg.

A su lado, el animal terrestre más grande, el elefante africano, parecería un llavero, ya que su peso máximo es de 6.000 kg y su altura 4 metros.

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Así que cuando me enteré en mi viaje por Sri Lanka de que Mirissa, al sur del país, era un lugar privilegiado para la observación de ballenas desde noviembre hasta abril, durante el verano austral, para allí me fui, y desde luego que valió la pena.

Los barcos salen muy temprano, sobre las 6 de la mañana, y la oferta es muy amplia, incluyendo los piratillas que salen baratos pero no recomiendo, ya que por un lado no tienes garantía de que el barco esté en buenas condiciones, de que el capitán y la tripulación conozcan las zonas de avistamiento más habituales, y sobre todo, que cumplan las normas internacionales de distancia mínima de acercamiento a ballenas, que en el caso de la ballena azul es de 300 metros.

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Mi barco era el Raja & the Whales, uno de los más conocidos, y sin duda uno de los mejores. Recomiendo no contratarlo en el alojamiento, si no directamente en su oficina en la playa, así podrás negociar un descuento si no es temporada alta y el barco no va muy lleno.

En todo caso no es una actividad cara si la comparas con lo que pagas en Europa o Norteamérica; en Mirissa, incluyendo recogida en el hotel, desayuno, y entre dos y cuatro horas de barco, sale entre 15 y 20 €. A las 6:45, con el sol ya en lo alto ( a las 5:50 amanecía) y un cielo azul impoluto, zarpamos del puerto de Mirissa con un precioso y tranquilo mar azul cobalto.

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Dejamos la protección del puerto de Mirissa, y nos cruzamos con varios barcos que venían de pasar la noche pescando calamares, una actividad nocturna ya que atraen a los calamares hacia las embarcaciones con potentes focos de luz.

Bordeamos la península de Mirissa, jalonada con miles de palmeras, y con su faro peleando por asomar entre las palmeras para ofrecer su luz salvadora a las tripulaciones nocturnas, y nos adentramos en el Océano Índico con otros barcos que llevaban la misma misión que nosotros, encontrar al gigante azul.

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Los barcos de avistamiento están preparados para navegar alejándose de la costa, porque a veces ves las ballenas a pocas millas, pero otras tienen que ir hasta 20 millas de la costa, y otras sencillamente no ves ballenas por ningún lado, por lo que algunas compañías te dejan regresar gratuitamente al día siguiente si no ha habido avistamiento.

No fue nuestro caso, al poco rato de salir ya vimos un grupo enorme de delfines saltando y nadando a toda velocidad por delante de las embarcaciones, y cuando llevamos menos de una hora de navegación y estábamos a unas 6 millas de la costa, sonó la voz de un marinero diciendo «whale» (ballena); todos miramos y a lo lejos vimos la inconfundible columna de agua que expulsan las ballenas al salir a respirar a la superficie.

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Nos dirigimos hacia la columna de agua, pero cuando llegamos ya se había sumergido, y durante unos minutos estuvimos oteando la zona, unos desde la cubierta inferior del barco, y arriba, donde no había asientos y el movimiento del barco se notaba más, estábamos dos personas, un británico llamado Michael, y yo.

Cuando el capitán volvió a cantar «whale», esta vez la teníamos muy cerca, y pudimos hacer fotografías del momento mágico en que las ballenas se sumergen y sacan la cola completa del agua para hacerlo. Michael le preguntó al capitán que tipo de ballena era, y cuando esté le dijo que era una ballena azul, Michael insistió varias veces, ¿seguro, seguro?.

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Cuando el capitán le confirmó que si, a Michael le entró una gran euforia, le pregunté por qué y me dijo que de niño había hecho una lista con 11 animales que tenía que ver en estado salvaje antes de morir, y con la ballena tachada de la lista ya sólo le quedaba uno, el oso polar.

El resto de la lista eran los Big Five africanos: león, leopardo, rinoceronte, elefante y búfalo; del océano el tiburón blanco y la ballena azul, de Asia el tigre y el dragón de komodo, y el oso grizzlie de Canadá/Alaska.

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Espero que pueda completar la lista, pero que se apure, porque desgraciadamente el oso polar está en grave riesgo de extinción por el calentamiento global, ya que duerme y cria en invierno y caza y se alimenta en verano para almacenar reservas, pero con el derretimiento de los cascos polares, se le hace cada vez más difícil la tarea de cazar focas, que son vulnerables sobre el hielo, pero inalcanzables en el agua.

Una vez más pudimos ver el ritual de la columna de agua, y el capitán posicionó el barco en el sitio correcto para poder ver y fotografiar bien la cola fuera del agua.

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Nos dieron un desayuno básico ya que con el madrugón nadie había tenido tiempo de desayunar, y el capitán nos preguntó si eramos felices, si todos teníamos fotos de la ballena, y si regresábamos ya a Mirissa. Yo le hubiera dicho que siguiéramos a la «caza» de ballenas, pero el resto de la gente dijo que sí.

Después de poco más de dos horas de navegación, regresamos al puerto de Mirissa, pletóricos y muy contentos por haber comenzado el día de una manera tan estupenda.

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¡Hasta pronto!

Carlos, desde Madrid, 4 de junio de 2016

PS: El video de abajo lo grabó Michael Bacon, un británico al que conocí en el barco del tour de ballenas azules, que ha tenido el detalle de dejarme ponerlo en Vagamundos.