Después de mi maravillosa experiencia con los maorís, seguí hacia el sur en busca de mi primer contacto con la montaña. Nueva Zelanda es un paraíso para los senderistas, pero mayo es un mes muy cercano al invierno, y muchos de los senderos son inaccesibles por la nieve o el mal tiempo; mi decepción fue enorme cuando quise cruzar la montaña de Tongariro, 18 km. de caminata que se hacen de un tirón, y que está considerado el sendero más bonito de un día en Nueva Zelanda, que no es poco, pero cuando llegué a Turangi, el pequeño pueblo al borde del lago Taupo que sirve como base para el Tongariro, nos informaron que llevaba varios días cerrado por el mal tiempo, la nieve y el viento, así que me quedé con las ganas de patear esta hermosa montaña, pero en la isla sur tendré nuevas oportunidades, hay senderos muy conocidos, costeros como el Abel Tasman, de montaña por los Alpes, o el mundialmente famoso Milford Sound en la región de los fiordos.
Los pronósticos del tiempo no eran optimistas, así que decidí dejar el cruce del Tongariro para otra ocasión, probablemente a mi retorno de la isla Sur, y me fui a pasar el fin de semana a la capital, Wellington.
Mucho más tranquila y sobre todo con mucho menos tráfico que Auckland, no tiene nada especial que destacar, salvo que cuando juega el equipo de rugby nacional, el All Blacks, la ciudad se engalana tanto como en un Madrid-Barça, con miles de personas vistiendo las típicas camisetas de rugby, y toda la parafernalia adjunta, gorros, bufandas, matracas, bocinas, etcétera.
El Domingo intenté tomar un ferry a la isla Sur, pero el mal tiempo que me perseguía amenazaba con bloquear varios días el cruce en barco, así que me fui al aeropuerto, y pude tomar un vuelo a Nelson con un 50% de descuento por ser lastminute (mi buena estrella volvía a hacer bien su trabajo). 1 hora después estaba en la isla Sur, y por fin pude ver el sol después de varios días de «abundantes precipitaciones en el tercio norte».
En cuanto aterrizas en la isla Sur te das cuenta de que es muy diferente de la Norte, está mucho más despoblada, y su orografía es muy montañosa, con los majestuosos Alpes del Sur y su montaña más famosa, el monte Cook, dominando los paisajes.
Las ciudades, casi podríamos decir pueblos grandes, son muy acogedoras y tranquilas, y Nelson me recibió con toda la parsimonia que un Domingo puede ofrecer.
Encuentro uno de los cafés Internet más bonitos que he visto nunca, el Affaire, y organizo mi visita al P.N. Abel Tasman, a 60 km. de Nelson, uno de los mejores lugares para hacer kayak de Nueva Zelanda. La tarde del Domingo transcurre plácidamente paseando por las calles de arquitectura colonial de Nelson.
Aunque pequeña, Nelson tiene un ambiente multicultural, y ceno en un auténtico restaurante Thai que pone a prueba mi resistencia al picante. Con lágrimas en los ojos, y no de la emoción precisamente, me voy a refrescar al Victorian Rose, un auténtico pub inglés, que presume de pertenecer al Club Guinness de las 100 pintas (cuyos miembros son aquellos clientes que han logrado tomarse 100 pintas de la famosa cerveza negra irlandesa, lo que no sé es en cuanto tiempo).
Me pego un madrugón para ir al parque; las algodonosas nubes de color rosa al amanecer anuncian un precioso día; primero tomo un bus hasta Karatiri, luego un barco que bordea la costa y te deja en la entrada del parque, y comienzo una preciosa caminata de 15 km., siempre cerca del litoral, subiendo pequeñas colinas y a veces atravesando las playas de arena blanca, que están prácticamente desiertas.
El final de la temporada turística se nota en que todos los cafés están cerrados, excepto uno, en el que está recogiendo todo hasta dentro de 4 meses, pero con la amabilidad típica de los kiwis, me hacen un café mientras terminan de vaciar neveras. En 4 horas de caminata prácticamente no me he cruzado con nadie.
El segundo día en Abel Tasman lo paso haciendo kayak, y la experiencia es fantástica, el tiempo es muy bueno, y el mar está como un plato, de vez en cuando se acercan los delfines para acompañar nuestro recorrido, nadando junto a nosotros hasta que se aburren de nuestra lenta velocidad y desaparecen.
La noche la pasamos en uno de los refugios que hay a lo largo del parque; está al borde de la playa en un precioso lugar llamado Anchorage Bay y es muy básico, sin electricidad; los dormitorios están compuestos de 2 literas gigantes en las que se duerme como las sardinas; por suerte no hay mucha gente ya que el invierno está cerca, y más que como sardinas dormimos como lenguados.
Hacemos fuego en la zona acotada, ya que al anochecer la temperatura baja dramáticamente y el fuerte viento traspasa nuestra vestimenta; varios campistas se acercan a compartirlo con nosotros.
Es curioso comprobar las diferentes razones que han llevado a la gente hasta allí a compartir un fuego, está un alemán de 30 años, broker de bolsa, que lleva recorriendo Nueva Zelanda a pie varios meses, una pareja inglesa que vive en Australia y está dando la vuelta al mundo durante 2 años, y mis compañeras de kayak, Lisa, una chica irlandesa que también ha decidido dar la vuelta al mundo antes de empezar a trabajar, y en su próxima etapa viajará en el tren transiberiano de Pekín a Moscú, y Steffi, una alemana de sólo 19 años, que está trabajando en una granja cerca de Auckland, cuidando animales, y finalmente un español que decidió «viajar para vivir» en vez de «vivir para viajar».
Un grupo variopinto al que une su amor por los viajes, aunque las razones que les llevaron a dar el primer paso fueran muy diferentes. Bajo un manto de estrellas que casi podías tocar con la mano, y con el crepitar del fuego a nuestros pies, compartimos vivencias y sentimientos como si nos conocieramos de toda la vida, y sabiendo que seguramente no nos volveríamos a ver nunca.
Un sueño reparador y un amanecer precioso nos ponen en marcha llenos de energía para un nuevo día de caminata, que además será más larga de lo previsto, porque al estar la marea alta, tenemos que bordear completamente los deltas de los ríos que en pleamar se convierten en enormes lagunas.
La vegetación es tan espesa que cuando penetramos en los bosques se hace casi de noche, y la temperatura baja tanto como sube la humedad; son increíbles los contrastes, porque cuando salimos a zonas cerca de la costa donde el sol de la mañana empieza a picar, sudamos como pollos, así que después de varios quita y pon de ropas térmicas, decido que prefiero pasar frío en las zonas umbrías.
A mitad de la caminata paramos a comer en Bark Bay, donde hay un refugio que está mucho mejor que el de Anchorage Bay de la noche anterior. En parte porque hace calor, y en parte para descansar de las malditas sandflies o moscas de arena, tan pequeñas que casi no las ves, pero el bicho más peligroso, o al menos más incordiante de Nueva Zelanda, decidimos darnos un baño en las transparentes pero gélidas aguas, antes de retomar nuestro camino.
Seguimos recorriendo hermosos bosques y cruzando playas espectaculares y desiertas, y el final de nuestra ruta está en Onetahuti Beach, donde me vuelvo a bañar a la espera de la lancha taxi que nos llevará de regreso hasta a la entrada del parque.
El P.N. Abel Tasman es uno de los más pequeños de Nueva Zelanda, pero sus posibilidades son ilimitadas, ya que lo puedes recorrer completo caminando por la costa de norte a sur, unos 70 km en 5 días, o navegarlo plácidamente en kayak durmiendo en alguna de las islas desiertas que jalonan su costa, o en los refugios que siempre están al borde del mar, o una combinación de ambas actividades, que es lo que hice yo y recomiendo vívamente.
Los senderistas que busquen emociones más fuertes pueden hacer «tramping» (así es que como le llaman en Nueva Zelanda al trekking) hacia el interior, y entonces se encontrarán con una naturaleza totalmente salvaje y la posibilidad de no ver a nadie durante varios días, por lo que hay que ir preparados para cualquier eventualidad.
Como en Australia y Nueva Zelanda hay muchos caminantes solitarios, han inventado un aparatito, que se lleva al cuello y es un pequeño colgante, que puedes activar en caso de accidente o emergencia; funciona vía satélite, por lo que los servicios de rescate se ponen inmediatamente en marcha cuando reciben la señal, algo muy conveniente en lugares que están muy lejos de un teléfono o un hospital, y enclavados en zonas de difícil acceso.
Los servicios de rescate de Nueva Zelanda y Australia están entre los mejores del mundo, probablemente porque los rescatadores están tan «zumbados» como los kiwis y aussies a los que he visto por todo el mundo meterse en la boca del lobo haciendo el más difícil todavía y apuntándose siempre los primeros a todas las actividades de riesgo. No hay que olvidar que fue un kiwi el que inventó (inspirado por los indígenas de Papua Nueva Guinea), lo de atarse una goma elástica a los pies y tirarse desde un puente.
Como yo pruebo casi de todo, hace 6 años me tiré desde el que en ese momento era el «puenting» más alto del mundo, 100 metros desde el puente internacional sobre el río Zambeeze en la frontera entre Zimbawe y Malawi. Cuando recuperé el habla y mis órganos internos se recolocaron en su sitio, sólo pude decir ¡¡Uff!!, así que cuando he visto en Nueva Zelanda tirarse a la gente desde 136 metros, el récord actual, sólo puedo preguntarme dónde están los límites del cuerpo humano y de la cordura.
Desde Nelson, Nueva Zelanda.
¡¡ Hasta Pronto !!
Excelente tus vivencias.
Un gusto leerte