Kuching, el Año del Gato
Para no confundir a los seguidores del calendario chino, no es que entren en el año del gato, de hecho comienza el año del perro en febrero de 2006 y las comunidades chinas en Borneo preparan ya las celebraciones.
El título del diario es un homenaje a una de mis canciones favoritas, El año del gato de Al Stewart, que en su letra dice «en un país que regresa atrás en el tiempo», y así es como me he sentido en la capital de Sarawak, Kuching, que además significa gato en malayo.
El nombre le viene de una fruta que se cultiva en esta zona, llamada «ojos de gato», y el rajá blanco, James Brooke, le puso el nombre Cochin, como el puerto de la India de donde venía, que derivó en Kuching, y hay que reconocer que hacen honor a su nombre, pues hay varias estatuas de gatos diseminadas por la ciudad, además de un museo bastante kitch con más de 4.000 objetos relacionados con los felinos.
Como sucede en muchos lugares de Malasia, el contraste entre los edificios oficiales, ultramodernos, y la vida cotidiana, es enorme. El gobierno malayo tiene como objetivo que el país sea considerado oficialmente Primer Mundo en 2020, e invierte cantidades ingentes de dinero en proyectos tecnológicos, como el Gran Corredor Multimedia, que alberga una ciudad inteligente, Cyberjaya, y muchos proyectos cyber, y en la construcción de edificios mastodónticos que muchas veces son de poca utilidad para los ciudadanos.
Un ejemplo es la nueva biblioteca de Kuching, tan grande que la tuvieron que hacer en las afueras de la ciudad, lo que obliga a la gente a perder mucho tiempo para desplazarse a ella; resultado: está casi siempre vacía.
La vida cotidiana de Kuching tiene poco de tecnológica; las comunidades china, india, malaya y las originaria de Sarawak como los Iban trabajan en pequeños comercios y negocios en los que fabricante, mayorista y minorista se confunden en uno, porque he visto fabricar muebles, rejas metálicas y todo tipo de objetos que se venden en el mismo lugar.
En cambio, me decepcionó el mercado dominical, al que vienen los indígenas de Sararaw a vender sus productos; no es que el mercado no estuviera bien, de hecho disfruté comprando frutas, sobre todo unos deliciosos rambutanes, pero de las miles de personas que había, nadie vestía de manera tradicional, parecía que el uniforme de mercado eran las chancletas, el short y la camiseta.
Kuching es el lugar perfecto como base de operaciones para visitar Sarawak, ya que tiene aeropuerto internacional, varias rutas de autobuses de largo recorrido y el río, punto de partida de barcos que llegan allí donde las carreteras no han podido con las impenetrables junglas de Borneo.
En Kuching se come de maravilla y muy barato, y cada día puedes saltar de país y gastronomía sin moverte de calle; yo he estado en India, China, Corea y Thailandia en los 4 días que llevo en la ciudad.
Mi única concesión al mundo occidental fue tomarme un buen café, que me costó más que una comida, en uno de los muchos lugares enfocados al turista de nivel alto, ya que en Kuching hay varios hoteles de lujo como el Hilton, Crowne, Holiday Inn y centros comerciales donde te quedas helado, por el aire acondicionado y por los precios, tan o más altos que en Europa.
La información al viajero es muy completa, tanto en las oficinas turísticas como en los hostales y diversos museos de la ciudad.
Lo que no visité fue el llamado Sarawak Cultural Village, que es una especie de Sarawaklandia donde se muestra la vida cotidiana de las diferentes etnias de Sarawak que incluso viven dentro del pueblo, en las tradicionales longhouses, literalmente «casas largas», viviendas comunales que en el pasado llegaron a tener hasta un kilómetro de largo. Prefiero ir conociendo poco a poca la cultura de Borneo sin pasar por filtros turísticos.
A 1 ó 2 horas de Kuching también hay lugares muy interesantes, como el Parque Nacional Gunung Gading, donde vi la flor más grande del mundo, que no la más bonita, la Rafflesia, el Centro de rehabilitación de vida salvaje Semenggok y el Parque Nacional Bako, donde tuve mi primer encuentro con las etnias más famosa de Borneo, los primates, representados por los orangutanes, los monos narigudos, los macacos, y los monos plateados.
Al Parque Nacional Bako se llega en un recorrido combinado de bus y barca, que en marea baja te deja a 500 metros de la entrada al parque porque el muelle queda en seco, y tienes que caminar por una extraña combinación de barro blando y arena dura que es muy resbaladiza.
Antes incluso de que puedas registrarte en el parque, los primeros anfitriones, en forma de macacos con mucha jeta, se acercan a tí, que aún no has sido prevenido por los guardias, con la intención de robarte cualquier cosa que sea alimenticia para ellos.
Son tan listos que saben abrir latas y botellas, y siempre atacan por la retaguardia. Las habitaciones y la cocina del hostal tienes que dejarlas siempre cerradas, porque si no al regreso te encuentras un guateque de monos tan peligroso como el de la película de Peter Sellers.
Los alojamientos varían desde los 4€ en dormitorio hasta el lujo de un chalet privado que se llama «mono narigudo», sin duda la estrella del parque.
Es el mono más raro que he visto en mi vida, con un nariz nada simiesca, que varía desde unos pocos centímetros a un auténtico «porrón». Al contrario que los macacos, son muy tímidos y en cuanto ven que se acercan los turistas a «tocarles las narices», desaparecen saltando entre los árboles.
Su estructura corporal es muy estilizada, con una cola de más de un metro de largo, y tanto las patas como los brazos son muy alargados. El pelo es de color marrón claro, con el vientre, la cola y la parte inferior de las extremidades de color blanco.
Los senderos en Bako están muy bien señalizados, y aunque te dan un mapa al registrarte no hace falta, porque cada sendero tiene su color, y en las intersecciones hay mapas.
Los hay de todos los niveles, desde un corto paseo hasta unos miradores en la playa, donde es fácil ver a los monos narigudos y a los macacos, hasta algunos que sólo puedes hacer en 2 días.
Como el monzón todavía está dando duro por esta zona, yo hice varios senderos de nivel medio, en los que me tuve que pelear con caminos embarrados llenos de raíces y charcos, otros de arcilla de color blanco que eran pistas de patinajes, y los más complicados, los de limo amarillo, en los que directamente era imposible mantener el equilibrio.
Uno de los senderos más largos, 5 horas ida y vuelta, me llevo hasta una cascada, que no pude atravesar porque el río estaba muy alto por la lluvia. Otro me llevó a 2 famosas playas de Bako, que en esta época no están muy recomendadas para el baño porque hay cocodrilos.
En los bordes de los senderos se pueden ver varios tipos de plantas insectívoras, que atraen insectos con su olor para luego digerirlos en su cáliz.
Una planta que no digiere insectos pero también los atrae con su olor es la Rafflesia, llamada así porque la descubrió el ínclito y omnipresente en Asia Sir Stamford Raffles. Se encuentra sólamente en Sumatra y Borneo.
Tiene hasta 1 metro de diámetro y 7 kg. de peso, y su olor no es muy agradable; el color es rojo oscuro y el tacto similar al caucho. Florece muy pocas veces y verla es un regalo que el destino me ha dado, ya que me enteré por casualidad de que estaba en flor en el Parque Nacional Gunung Gading, a 2 horas de Kuching en bus y 30 minutos caminando desde Lundu.
Al llegar al parque tienes que contratar un guía porque, aunque los senderos están señalizados, las Rafflesias no están en los caminos.
Pudimos ver una ya en su fase final de floración a 10 minutos de la entrada al parque, pero para ver otras 2 que estaban recién florecidas tuvimos que hacer una dura caminata cuesta arriba de una hora entre la jungla, sudando como sólo se puede sudar en climas tropicales, pero el esfuerzo valió la pena porque las 2 flores estaban en pleno florecimiento.
Recuperamos las energías en una cascada y regresamos a la entrada del parque, donde tienen un centro de información bastante completo. Comentaba luego con los holandeses con los que fui a ver la Rafflesia que viajando uno hace cosas que jamás de los jamases haría en su casa, yo al menos no viajaría 4 horas ida y vuelta en bus, más 3 horas caminando, para ver un flor. Más de uno diría: ¡qué capullo!, pero os garantizo que vale la pena.
También vale la pena, porque en estado salvaje es muy difícil verlos salvo que seas científico y te dediques a ello, visitar a los orangutanes del Centro de rehabilitación de vida salvaje Semenggok, a una hora en bus de Kuching.
Fundado en 1974, se dedica a rehabilitar animales, sobre todo orangutanes, que han sido confiscados por tráfico ilegal, y después de un período de readaptación están en estado semisalvaje en los alrededores de Semenggok, en un área protegida de 640 hectáreas. Hoy hay 22 orangutanes habitando la zona.
Dos veces al día, a las 9 a.m. y a las 15 p.m., son alimentados y es hora de visita para ese otro primate, que a veces parece poco evolucionado, el Homo sapiens. Por un sendero fuimos hasta un mirador de observación desde donde divisábamos una plataforma en la que un cuidador con una cesta llena de plátanos, manzanas y cocos llamaba a los orangutanes con un alarido bastante peculiar.
Un grupo de holandeses de tercera edad ruidosos no paraba de hacer y decir tonterías a pesar de que nos habían dicho que guardáramos silencio, pero no hubo manera de hacerlos callar, y quizás por eso los orangutanes no hicieron acto de presencia aunque esperamos media hora.
Decepcionados, regresamos a la entrada del parque, para descubrir que dos madres con sus bebés al cuello se acercaban saltando por los árboles y deslizándose por las cuerdas que les han puesto para que hagan el show, porque una de ellas se puso a columpiarse, primero sóla y luego el bebé con ella, para deleite de los asistentes.
La orangutana sonreía porque sabía que el premio le esperaba al final de la cuerda, en forma de frutas variadas, y un coco que partió en segundos como si fuera un cacahuete.
La tenía a menos de 2 metros, y el aspecto del bebé, con sus 4 pelos despeinados y pelirrojos, era hilarante. La manera en que me miraba la madre cuando me acerqué a hacerle una foto al bebé claramente decía «cuidado con mi bebé o te suelto un soplamoco», y con esos brazos de más de un metro de largo, mejor hacerle caso.
La palabra orangután viene de Orang Utan, que en malayo significa hombre del bosque, y a aquellos que tengan alguna duda sobre la teoría de la evolución de Darwin, George W. Bush incluído, les invito a que se acerquen a un orangután y lo observen un rato, porque realmente lo único que le falta es hablar para ser humano.
Cuando se hartaron de comer frutas, la orangutana volvió a subir al árbol con una facilidad pasmosa con el bebé en su espalda, y desapareció.
A pesar de que hubiera preferido verlo en un entorno más salvaje y menos preparado, marché de allí con la sensación de haber conocido a un lejano miembro de la familia, a añadir a los Gorilas de Montaña que conocí en Zaire y a los chimpancés de Tanzania de Jane Goodall.
Haz clic para ver las fotos de Kuching, Bako, Gunung Gading, y Gunung Semenggok.
Para saber más sobre Malasia, visita la web oficial de turismo en español, y las webs en inglés de Parques Nacionales de Sarawak, el Festival de Música de la Jungla, Thingsasian, y Geographia.
Ya adaptado al calor, la humedad y el monzón, parto a recorrer Sarawak y el resto de Borneo, en el mejor medio de transporte disponible, que utiliza el agua en vez de las carreteras, cambia las curvas por los meandros y las estaciones de servicio por puertos ribereños, remontando los ríos Sarawak y Rejang, el más largo de Sarawak con 563 km que desembocan el el Mar del Sur de China.
Si quieres ver todas las fotos del viaje de Vagamundos 2006 de 6 meses por Tailandia, Indonesia, Malasia y Borneo, Singapur, y Filipinas, haz clic aquí .
¡¡ Hasta Pronto !!
Carlos, desde Kuching, Borneo, Malasia, 21 de enero de 2006
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