Huayna Potosí y los Yungas
La Paz tiene la ventaja de estar muy cerca de la Cordillera Real, y en el día se puede llegar al Chacaltaya, al Illimani, y al Huayna Potosí, una montaña que desde el altiplano, a 4.000 m, no parece muy alta, pero sus 6.066 metros superan en 1.200 a la más alta de Europa, el Mont Blanc, con 4.845.
La búsqueda en las calles Sagarnaga e Illampu, donde se agolpan todas las agencias de aventuras de La Paz ofreciendo todo tipo de locuras, me llevó por suerte a la mejor posible, la Huayna Potosí, propietarios de un refugio de madera a 4.800 metros, que sirve como base para su escalada, que se hace en 2 días, ya que el primero se acampa a 5.200 metros, y a medianoche se empieza la ascensión hasta la cima.
Su dueño, Hugo Berrios es un médico alpinista que acababa de hacer cumbre en solitario 2 veces en el Aconcagua, uno de mis sueños.
Me avisaron que en época de lluvias la escalada se complica porque la nieve está muy blanda y hay peligro de avalanchas, pero les dije que la cima para mí no era un objetivo; disfrutar de la montaña con todas sus consecuencias, las buenas y las malas, es suficiente para mí.
El grupo anterior a nosotros no había podido hacer cumbre y quedó claro que era arriesgado intentarlo, así que nos limitamos a disfrutar haciendo prácticas de escalada en hielo en el glaciar a 5.000 metros.
Conmigo estaban un dánes que hacía prácticas de medicina en La Paz y un austriaco que se quedó un día más para intentar hacer cumbre con el guía.
En temporada seca, de Mayo a setiembre, la ascensión es mucho más fácil porque la nieve está completamente helada y los días suelen ser secos y estables. Una razón más para regresar a La Paz.
A pesar de las lluvias, me arriesgué a irme al norte, a los Yungas, a una localidad que aunque está a sólo 100 km. de La Paz, parece que esté realmente en otro mundo: Coroico. Las combis salen de Villa Fátima, un barrio al norte de La Paz, con un sistema de horarios muy claro, no arranca hasta que esté llena hasta los topes.
La carretera cruza la Cordillera Real por la Cumbre, a 4.600 metros de altura, una bajada muy popular para hacer en bicicleta de montaña, ya que se desciende hasta 1.200 metros por una carretera espectacular y bastante peligrosa si los frenos de nuestra bici no están reforzados. Si le añades la lluvia feroz de aquel día, la bajada es suicida.
Iba pensando que lo que dice la guía Footprint sobre esta carretera, «la más peligrosa del mundo», «el camino de la muerte», era un poco exagerado, pero la realidad es que ibamos por la carretera «nueva», hasta un punto en que un derrumbe nos desvió a la carretera antigua.
Entonces entendí porque cuando compré el asiento me preguntaron: «¿lado montaña o lado precipicio?», porque en la carretera antigua vas literalmente al borde de un precipicio de al menos 1000 metros (si se cae la combi da igual 1000 que 2000), y no pasan 2 vehículos en muchos puntos.
Para ver la panóramica Olympus de Coroico, haz click aquí.
Después de 3 horas de «acongojamiento», llegamos a Coroico, entonces toda la tensión se disipa y la terminas de soltar con una cerveza «paceña» en la plaza del pueblo. Coroico es un pueblo muy pequeño, pero situado en un lugar privilegiado, un monte que tiene un extraordinario mirador sobre los valles circundantes.
Es un lugar turístico a pesar de lo peligroso que es llegar hasta allí, pero si queremos visitar los Yungas es parada obligatoria. Ubicado en fértiles valles, se cultiva la coca, el café, la yuca, el plátano y otras muchas frutas tropicales.
La vegetación es exuberante y la gente del pueblo muy relajada. Hay 3 cybercafés, que indican «conexión satelital», pero hacía una semana que no tenían conexión y tampoco parecía preocuparles mucho.
Me alojé en el hostal Kori, que por 3 euros ofrece más de lo que puedes esperar, una habitación privada, una piscina de 20 metros, y varias terrazas con vistas espectaculares del valle, que me enganchaban todas las tardes para ver la puesta de sol y observar como se iban difuminando lentamente en la lejanía los ríos, bosques y casas.
Al contrario de lo que pasa en Europa, al anochecer no le siguió el ritual de miles de bombillas encendidas, sólamente pequeños puntos luminosos indicaban una casa en la lejanía.
Esto permite una visibilidad de las estrellas impresionante, a pesar de que era luna llena, pude ver millones de estrella titilando, incluyendo la única constelación que se puede ver en los 2 hemisferios, el carro.
Al día siguiente amaneció llovizando y con niebla, así que cambié mi plan de subir al monte que domina el pueblo, ya que se encontraba oculto entre las nubes.
Opté por el camino a las cascadas, que primero pasa por un via crucis en subida que llega a una pequeña capilla en un llano, para luego continuar a media ladera, en un sendero de unas 2 horas que me deparó un regalo increíble, ir caminando entre cientos de orquideas salvajes al borde del camino, de todos los tamaños, colores, y con esas formas sensuales que ninguna otra flor puede ofrecer.
A pesar de que la pendiente es muy fuerte, los paisanos se afanan en hacer terrazas para poder cultivar, y a veces algunos derrumbes de tierras hacían complicado el paso por el sendero.
Las cascadas que se pueden visitar son 3, pequeñas y bonitas, pero estropeadas porque les han puesto cierres de cemento y vallas para impedir el paso, ya que el agua se utiliza para el suministro a las poblaciones.
En alguna de ellas el paso es peligroso, ya que hay que pasar (más bien patinar) por una plataforma de cemento que por el musgo se ha convertido en lo más parecido a una pista de despegue. Agarrado con uñas y dientes a las raíces y plantas que sobresalían, logré pasar indemne.
El camino de regreso decidí tomarlo por la carretera, aunque perdiera el placer de volver a ver las orquídeas, no menos interesante es pasar por los pequeños pueblos donde un forastero es siempre algo extraño, y mis intentos de charla con los niños del lugar no fueron muy fructíferos.
He observado que los bolivianos, sobre todo los indígenas, son bastante tímidos y muchas veces reticentes a hablar, supongo que tantos siglos de abuso y dominación por parte de los blancos han levantado una muralla defensiva.
Cuando compré el billete para las 7 am del día siguiente crucé mis dedos para que no lloviera, pero los debí cruzar al revés porque se pasó toda la noche lloviendo sin parar, y los peligros y problemas de la carretera a la ida se multiplicaron a la vuelta.
Tuvimos que pasar varios ríos sin puente con el agua bastante crecida, y la posibilidad de que nos quedaramos atascados o nos llevara la corriente. Una vez superada esta prueba, nos encontramos un atasco de camiones y coches, parados por un derrumbe.
Una movilidad (así le llaman a las patrullas) estaba intentando despejar la carretera, pero las 4 personas con palas no podían hacer mucho; los conductores, después de media hora, decidieron echar una mano, y acabaron de despejar el camino.
El problema ahora era el barro; nos bajamos de la combi para aligerar el peso, y logró pasar casi sin problema; cuando ibamos caminando cuidadosamente entre el barro para llegar hasta ella, otra combi embalada nos adelantó y nos puso de barro hasta las orejas, parecíamos estatuas, por suerte llevaba la capucha puesta y lo único que pasó fue que mi gore-tex azul pasó a ser marrón, y mi pantalón beige cambió de tonalidad.
Una vez me cambié, volvimos a la combi, y todavía nos quedaban varias pruebas de valor, ya que sobre la carretera caían cascadas de agua con gran fuerza, y las piedras, grietas y derrumbes eran contínuos; a ello hubo que añadir que nos cruzábamos con maquinaria pesada que iba a ayudar para recomponer la carretera.
En resumen, que las 2 horas previstas se convirtieron en 4, y cuando llegué a la Paz, no me podía creer que estuviera entero.
Me fui directamente al terminal de buses, y tomé un billete para Villa Tumari, sin saber que habría una nueva prueba de valor en carretera, pero esa es otra historia y será contada otro día.
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¡¡ Hasta Pronto !!
Carlos, desde Sucre, 15 de febrero de 2004
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