El solsticio de verano y las hogueras de San Juan en La Coruña.
Mi regreso a España ha coincidido (no casualmente) con las fiestas de San Juan, que se celebran en la noche del 23 al 24 de Junio. Es una festividad milenaria que se celebra en todo el mundo, festejando el solsticio de verano (o de invierno en el hemisferio sur), y que en España tiene un sentimiento especial de alegría por cuanto supone la llegada del verano, la jornada continua, las terracitas, y en general, la buena vida durante 3 meses. También es un rito muy asociado a todo lo mágico y brujo, en el País Vasco se celebran aquelarres, y en los Paisos Catalàs se celebra la nit del foc, sin olvidar la famosa reunión de Stonehenge, en Gran Bretaña, donde miles de personas se reúnen en torno a los círculos de megalitos de piedra.
Galicia, como buena tierra celta, es quizá donde las fiestas de San Juan adquieren un tono más mágico, ya que se mezclan leyendas y tradiciones con las ganas de fiesta después de los largos y húmedos inviernos gallegos. Galicia es la región más occidental de España, y por ello el último lugar donde se pone el sol en el país, y después de la puesta, a las 22h15, las hogueras comienzan a encenderse intentando ahuyentar los miedos de la noche y el hecho de que a partir de San Juan los días serán cada vez más cortos, camino de un inexorable invierno que nadie quiere que llegue.
Dice la canción popular que es mejor entrar en La Coruña de noche que en el mismísimo cielo de día, y aunque parezca una exageración (nadie lo ha podido refutar, al menos nadie ha vuelto del cielo para decirlo), y esta frase tiene sentido especialmente en la noche de San Juan, ya que prácticamente todos los coruñeses se echan a la calle, ya sea para celebrar en sus barrios las fiestas, o para realizar una ceremonia colectiva en las playas del Orzán y Riazor, donde miles de personas se congregan para preparar hogueras y comer las típicas sardiñas con pan y cachelos (patatas cocidas con monda), regadas con abundante vino ribeiro o, en las generaciones más jóvenes, con botellones de 2 litros de coca-cola con «aderezo».
Las meigas (brujas), están presentes en toda la iconografía gallega, y para espantarlas hay multitud de ritos; en las fiestas de San Juan de La Coruña se quema una falla gigante que representa una bruja, y la gente tiene que saltar 3 veces la hoguera para ahuyentarlas; otra leyenda dice que hay que sumergirse en el mar y saltar 9 olas, pero el frío Océano Atlántico decanta más a la gente por la primera opción, más calentita.
Otro rito es el de mujeres que vuelven del mercado portando un ramo de flores silvestres compuesto de artemisa, bieiteiro, espadaña, fiuncho, helechos, hierba de Santa María, malvarrosa, malvavisco, orégano, trovisco, verbena, rosas silvestres, entre otras, que servirá, una vez macerado en agua, para hacer abluciones al despertar el día 24, y conseguir ahuyentar cualquier mal, tanto del cuerpo como del alma. El ramo se deja secar, colgado al aire, para que durante todo el año espante del hogar a brujas, trasgos, demos y coruxos.
La medianoche es recibida con un gran castillo de fuegos artificiales, y seguidamente se quema la falla que representa a la bruja; los cientos de hogueras diseminadas por la enorme playa, dan un toque espectral a los cuerpos que se arraciman a su alrededor, ya sea bailando, saltando, comiendo sardinas con cachelos, o simplemente «romanceando». También hay otros ritos de fecundidad en la noche de San Juan, y no me extrañaría nada que fueran bastante efectivos después de lo visto.
Abandono la playa con el corazón lleno de alegría, volver a sentir el calor humano de mi tierra, oler el Océano Atlántico y ver su color azul cobalto tan diferente del turquesa del Caribe, pero igualmente hermoso, me recuerda que por mucho que viaje por el mundo, por maravillosos que sean algunos sitios que he visitado, y aunque siempre estoy con la mochila hecha y con los pies dispuestos a partir raudos, siempre habrá un lugar llamado Galicia que ejerce sobre mi una fuerza gravitacional que me acaba trayendo de vuelta, algo llamado en definitiva raíces, algo a lo que los que las tenemos no solemos darles importancia hasta que uno se encuentra por el mundo gente desarraigada que te miran con una envidia enorme por tener un «hogar donde regresar» cuando el polvo del camino te ciegue, las piernas no te respondan más, y el espíritu viajero te abandone.
¡¡ Hasta Pronto !!
Desde La Coruña, 24/06/2001
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