Sabía que mi viaje a Nueva Zelanda iba a ser largo y agotador, ya que en 3 días iba a recorrer tres continentes.

La única manera de conseguir un vuelo a precio decente a Nueva Zelanda, era desde Londres via Tokio con Air New Zealand por 1100 euros, ya que desde España el precio no bajaba de 1.500 euros, pero lo que no imaginaba era lo estresante que iba a ser, tanto al comienzo como al final.

 

Baño del aeropuerto de Narita

Baño del aeropuerto de Narita

Como uno tiene bastante callo con los aeropuertos y líneas aéreas, aunque tenía una conexión matinal que me permitía llegar de Madrid a Heathrow, preferí volar el día anterior y dormir en el aeropuerto.

Cuando compré el billete con Ryanair no imaginé que incluso las 16 horas de conexión entre vuelo y vuelo podían ser insuficientes.

Japón es también el paraíso de las máquinas expendedoras

Japón es también el paraíso de las máquinas expendedoras

El lunes 11 de enero de 2010 Madrid amaneció con un espeso manto de nieve y las cancelaciones se contaban por cientos, además de problemas acumulados en Gatwick por varios días de mal tiempo que habían provocado el caos en Gran Bretaña.

La cosa no pintaba nada bien.

Por suerte mi vuelo era a las 7 de la tarde, y a esa hora más o menos se había recuperado la normalidad, aunque el susto cuando llegué al aeropuerto de Barajas fue grande cuando vi la oficina de Ryanair con una larguísima cola de gente reclamando por los vuelos cancelados.

Mi buena estrella funcionó e incluso llegamos a Gatwick con adelanto sobre la hora prevista.

La poetisa de los haikus

La poetisa de los haikus

Tres horas después estaba acomodado en Heathrow en un sillón que «robé» a British Airways.

A los empleados de BA no les debe hacer gracia que los mochileros utilicen los asientos dedicados a los seres humanos porque a las 4h30 de la mañana uno me despertó con un grito que casi me deja sordo y me dio un susto de muerte.

Le envié recuerdos cariñosos para su madre, y me fui al cafe Costa, en la planta de salidas del Terminal 3, que suele ser el último local en cerrar y el primero en abrir, de hecho los dos indios que estaban en la barra seguro que habían dormido allí también porque me habían atendido 5 horas antes con la misma ropa.

Mi segunda noche la pasé en el vuelo a Tokio, donde aterricé temprano por la mañana, y aunque tenía unas 5 horas de conexión, era mi primera visita a Japón y no quería correr a Tokio para ver 2 cosas, así que decidí quedarme cerca del aeropuerto de Narita, en la ciudad homónima, que tiene unos templos budistas con más de 10 millones de visitantes al año, aunque supongo que en Japón esa cifra es pecata minuta.

El día estaba fresco pero soleado, y la elección fue perfecta.

La entrada principal a los templos Naritasam

La entrada principal a los templos Naritasam

Narita está a 2 estacíones de tren del aeropuerto, y luego hay media hora caminando tranquilamente hasta los templos, por una calle llena de establecimiento de todo tipo donde vendían cosas que yo no sabía si eran para comer, para decoración, o para ponerse encima.

También había una estatua dedicada a una poetisa famosa especializada en haiukus, poemas breves de tres versos de cinco, siete y cinco sílabas respectivamente, típicos de la poesía japonesa.

Realmente la cultura nipona es de otro mundo, y hasta lo que se supone que puede ser el aparato más sencillo, un váter, lo han sofisticado de tal manera que el iphone se queda pequeño frente a las prestaciones del váter que visité en el aeropuerto.

Farolillo de colores

Farolillo de colores

Tenía, por este orden, apertura y cierre automático con un botón, música ambiental al entrar. un discreto vaporizador de perfume que se activa al entrar y al salir, y varios aparatos que juro que no logré descubrir para qué eran a pesar de haber sido informático 20 años.

Yendo al váter propiamente dicho, tenía unos cuantos botones, por suerte con dibujos y textos en inglés, que me indicaba que si lo quería no necesitaba usar papel, ya que si le daba a un botón salía un chorro de agua caliente para limpiar, y dándole a otro uno de aire caliente para secarte, además de tener función bidet incorporada.

Recé para que no funcionara con Windows y me electrocutara, pero todo fue a la perfección.

Pensar que en India cuando comen no usan la mano izquierda por es la «mano impura». Si algún día instalan esos baños ya podrán comer con las 2 manos.

Devotos

Devotos

Japón es también el paraíso de las máquinas expendedoras, ya que encuentras cientos de ellas vendiendo los productos más insospechados, como ropa interior.

Con el culito seco, suave y caliente como el de un bebé, visité encantado los templos budistas de Naritasan, con más de 1000 años de historia.

Su nombre completo es Naritasan Shinshoji, y consta de varios templos en distintos niveles, rodeados de un parque de hermosos jardines, incluso en invierno, de más de 100.000 m2.

El templo principal fue construido hace cai 950 años y los japones acuden en masa a adorar su reliquia principal, una estatua del dios budista Fudo Myoo que fue esculpida por el fundador de la secta Shingon, un gran personaje del budismo japonés llamado Kobo Daishi.

Altar

Altar

Hay varias pagodas de hasta tres nivel y una «pagordísima», llamada la Pagoda de la Paz, que impresiona por su tamaño descomunal.

Después de la visita a Naritasan, pensaba comer en alguno de los restaurantes de la calle Omotesando, la que conecta la estación del tren con los templos, pero había cambiado pocos euros, y me habían avisado de que las tarjetas de crédito no se aceptan en muchos lugares en Japón, así que me fui un poco fastidiado a la estación.

Llevaba 24 horas sólo con la comida de plástico del avión y necesiaba comida de verdad, y en un pequeño local a 20 metros de la estación vi una barra y a varios japoneses tomando enormes bols de sopa de noodles.

Me metí, y aunque no hablaban una palabra de inglés, conseguí tomarme una sopa fabulosa con todo tipo de vegetales, bambú, lemongrass, y otros que no había visto en mi vida, de sabor y textura curiosos, por sólo 6¤, algo que en Japón es más que barato.

La Pagoda de la Paz

La Pagoda de la Paz

Con el estómago calentito, regresé al aeropuerto listo para mi tercera noche en un avión.

La duración de mi vuelo de Tokio a Auckland, la última etapa de mi vuelo tri-continental, era de «sólo» 11 horas, con 3 de diferencia horaria, ya que Japón está 9 horas por deltante de España, y Nueva Zelanda 12, vamos, lo que se define como las Antípodas, el lugar más lejano que puede haber en el planeta.

Iba preparado para un control más o menos exhaustivo de entrada, ya que los kiwis (así es como les llamaré, es un poco más corto que nueva zelandeses) son muy estrictos para que la gente no pase ningún tipo de fruta, vegetal, alimento fresco, etcétera, que pueda afectar a la naturalzeza.

Lo que no iba era preparado para lo que me pasó. Cuando le di el pasaporte al de inmigración, un pasaporte que no tiene ni 2 años, aunque bastante usado, ya que había sobrevivido al viaje 2009 por África y 2009 por Caribe y Colombia, las cubiertas se quedaron en una mano y el resto del pasaporte en la otra.

Ornamentación

Ornamentación

Con una cara que no sabría definir si de estupor, ya que estaba demasiado cansado, me preguntó qué había pasado, y yo le dije que no sabia, que el pasaporte había salido bien de Tokio y que esas cosas pasan.

No le debío de gustar mi respuesta porque a partir de ese momento me trataron, eso sí, muy educadamente que en eso los de origen británico son únicos, como un criminal. Estuvieron cerca de una hora revisando todo mi equipaje, y el colmo fue cuando el tipo encendió mis cámaras y revisó mis fotos.

Me dieron ganas de decirle si me enseñaba las suyas de su teléfono, pero la perspectiva de salir deportado de Nueva Zelanda de vuelta a España y repetir el itinerario me hiceron callar.

Tuvo el detalle de decirme que las fotos eran muy buenas. Qué majo.

Cuenco para abluciones

Cuenco para abluciones

Cuando comprobaron que no llevaba nada ilegal, extraño o simplemente incoveniente, me llevaron a una comisaría donde me dijeron que tenían que comprobar que el pasaporte era válido.

Ahí reaccioné y pregunté si creían que un criminal iba a llegar a Nueva Zelanda con un pasaporte roto, y me dijeron que era el procedimiento a seguir, o sea perder horas con un ciudadano ejemplar (¡ejem!) mientras se les cuelan por otro lado las mafias chinas y demás.

Seguramente estudiaron en la misma escuela antiterrorista del que combinó la foto de Bin Laden con Gaspar Llamazares para dar con el perfil del terrorista del S. XXI. ¡En que manos estamos!.

Nos reimos con películas como Aterriza como puedas, Espía como puedas, Escuela de policías XXX, por absurdas, y la realidad supera a la ficción.

Muñecas japonesas

Muñecas japonesas

Una vez me liberaron, que esa es la palabra que usaron, me dijeron que si iba a salir y regresar a Nueva Zelanda que trajera otro pasaporte, porque ese no entraba de nuevo.

A este también le mandé recuerdos cariñosos para su madre. Me toca visita al consulado español en Auckland.

Para rematar el asunto, siguiendo mi estilo habitual llegué a Nueva Zelanda sin ningún tipo de reserva de alojamiento, y resulta que había un festival de música en Auckland y todos los hostales estaban a reventar.

Así que tomé el Aerobus al centro, y sobre la marcha decidí que me iba al norte, a bucear para soltar todo el estress, y en una hermosa tarde de jueves, habiendo comenzado mi viaje en lunes, llegué a la exótica (por el nombre) ciudad de Whangarei en el Northland, dispuesto a bucear con los «caballeros pobres», pero esa es una historia que será contada otro día.

Preparando sushi

Preparando sushi

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Fotos de Narita.

Mapa con las fotos geoposicionadas en Flickr Maps y Google Maps.

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¡¡ Hasta Pronto !!

Carlos, desde Paihia, isla norte, Nueva Zelanda, 20 de enero de 2010

Japón. Narita