Ciudad de Panamá. Cielo e Infierno

Después de 3 días en Ciudad de Panamá, estoy deseando salir de aquí, no porque la ciudad no sea interesante, que lo es y mucho, sino porque es muy calurosa, con un tráfico insufrible, y sin viento, y después de navegar oyendo sólo el viento y el mar, se me torna insoportable.

El título del diario lo he puesto así porque lo que más me ha sorprendido de la ciudad es el increíble contraste entre su zona comercial y financiera, con enormes rascacielos que no desmerecen a los de Chicago o Nueva York, y a unos cientos de metros un montón de cabañas míseras en un lecho de un río seco y lleno de detritus. Esto explica seguramente el alto índice de criminalidad que hay, porque además la tenencia de armas de fuego es legal. La ciudad, que oficialmente tiene 500.000 habitantes, seguramente tiene muchos más, ya que como Madrid, se extiende mucho más allá de sus límites municipales, y realmente es muy difícil de caminar. La expansión urbanística viene sobre todo por el Oeste, ya que la zona del Canal ha quedado desmilitarizada al ser devuelta por los USA.

La parte positiva es que hay (literalmente) decenas de miles de buses pintados de todos los colores y taxis, que te llevan raudos y veloces a cualquier parte por módicos precios y con el regalo de una charla normalmente interesante. Un taxista me ha informado de que la presencia económica de los españoles es notoria, dueños de todas las mueblerías (no estoy seguro si se refieren más bien a los llamados meublés) y muchos hoteles, y debe ser cierto, porque he visto oficinas del BBVA y del Banco Atlántico. Además parece ser que los españoles controlan los push-bottom (así es como llaman aquí a las casas de citas, no es coña).

El nombre Panamá significa «abundancia de pescado» en lengua indígena, y a buena fé que es cierto, estoy disfrutando de pescados, sobre todo corvina, y mariscos de muy buena calidad, acompañados por tostones, las famosas rodajas de plátano que tanto me gustaron en Puerto Rico, y que aquí se llaman patacones (es fantástica la adaptación del idioma, para los más jóvenes os cuento que los patacones son las antiguas monedas de 1 céntimo españolas, que eran enormes y desde luego se parecen).

Dedico mi último día en la ciudad a pasear por la parte colonial, que es muy bonita, pero me sorprende su estado de total abandono en gran parte, con muchos edificios de los que sólo quedan sus sólidas paredes de piedra, y que en su interior albergan pequeñas junglas tropicales. Esto me extraña más todavía cuando veo que el Palacio de la Presidencia y la alcaldía de Ciudad de Panamá, además de un hermoso edificio muy bien cuidado que es el Teatro Nacional, están en el área. Espero que los panameños se den cuenta de la riqueza urbanística e histórica que poseen, y dediquen menos Balboas (la moneda oficial, de paridad con el dólar) a construir rascacielos y un poco más a conservar su patrimonio.

El casco viejo, San Felipe, está rodeado del Océano Pacífico por todas partes, y en un paseo que lo bordea, encuentro a un policía turístico que les está echando la bronca a las parejas porque ese no es lugar para «romancear» (a mí me parece perfecto, el mar, palmeras, buganvillas, calorcito y salsa sonando en las ventanas de las casas). Sigo caminando y riéndome por la anécdota, y 30 minutos después observo con el rabillo del ojo que 2 policías, uno era el de la bronca, en bicis de montaña, ideales para circular por este dédalo de calles estrechas, me están siguiendo a una distancia prudente, se paran cuando me paro a hacer una foto, y reanudan el camino conmigo.

Cuando en un cruce de calles, decido ir a la izquierda (tengo tendencia), se me acercan y me dicen que si entro en esa zona con la cámara que llevo, seguramente saldré sin la misma y sin otras pertenencias. Creo que en muchos países se exagera con el tema de la seguridad, pero después de haberme servido de guardaespaldas gratuitos por un buen rato, les doy las gracias por la información, les pregunto que por dónde me recomiendan ir, y sigo sus indicaciones. Uno de los policías me sigue aunque camino ya por una calle comercial con mucha gente, y se para a charlar conmigo hasta que tomo un taxi. Nunca me había pasado nada parecido, o realmente la zona es peligrosa, o el servicio de la policía es realmente extraordinario.

En todo caso la zona debe visitarse, hay plazas coloniales rodeadas de edificios e iglesias preciosas, a ver si hay suerte y la nombran Patrimonio de la Humanidad los de la UNESCO, he comprobado que al menos sirve para mantener las zonas en buen estado arquitectónico (Con posterioridad a haber escrito este diario, la Unesco ha nombrado Patrimonio de la Humanidad al casco viejo y hay planes de recuperación, lo que anoto aquí por sugerencia de varios lectores panameños).

El taxista me lleva a visitar a mis ex-compis del barco, anclados en el club de yates de Balboa, al lado del Puente de las Américas, porque les voy a llevar unas fotos que he revelado de la fiesta de disfraces y porque tengo mono de sentir mis pies desnudos sobre la cubierta de madera; encuentro al barco en zafarrancho de combate, han bajado todas las velas para revisarlas y reparar un roto que se produjo la noche que tuvimos vientos de fuerza 6; también han revisado todo el casco por si el cruce (nunca mejor dicho) del canal y las 2 colisiones que tuvimos dejaron algún desperfecto, pero me dicen que está bien.

Me alegro porque ahora les quedan 41 días de navegación hasta Isla de Pascua, con parada previa en Galápagos, y otros 45 desde Isla de Pascua hasta Tahití, dónde el barco tendrá una revisión a fondo de 1 mes antes de volver a zarpar hacia Las Islas del Sur y Nueva Zelanda. Me despido definitivamente de ellos con el deseo de coincidir en Tahití, por donde pienso pasar en algún momento de mi vagamundeo.

¡¡¡ Hasta Pronto !!!

Desde Ciudad de Panamá, 03/02/2001
Panamá