Hay días en los que uno se levanta con la sensación de que nada va a ir bien, y eso fue lo que me pasó el domingo 12-2-2006.
Me desperté a las 6 a.m. con la intención de tomar un autobús de Kota Kinabalu a Sandakán, en la costa este de Borneo.
Desayuné en el hostal, y desde el momento en que pisé la calle tuve un extraño presentimiento, pero como no soy supersticioso, no le hice caso. Mejor me hubiera ido haciéndoselo.
A las 6h30 a.m. estaba esperando el bus que me llevaría a la estación de largo recorrido para tomar el autobús a Sandakan de las 7.
El bus llegó con retraso, pero lo peor es que cuando el conductor quiso encenderlo, este se negó con rotundidad, emitiendo petardazos de humo por el tubo de escape como si fueran pedorretas al conductor.
Tuve que esperar al siguiente, así que llegué a la estación justo a tiempo para tomar el de las 7h30 a.m..
Nada grave, ya que me esperaban 7 horas más tarde en Uncle Tan, desde donde iba a empezar mi aventura en el río Kinabatangan, que fue mucho más extrema de lo que podía imaginar.
No había pasado media hora de viaje cuando el autobús hizo un ruido raro y se paró.
Aparcamos en el arcén, y la minimalista caja de herramientas no prometía nada bueno.
Después de un infructuoso rato de espera, pararon el autobús de las 8, y nos subimos en él.
El conductor debió aprender a conducir en la misma escuela de Fernando Alonso, porque iba como un kamikaze, ignorando precipios, baches y al resto del tráfico como si estuviera en un circuito en vez de en una carretera.
El resultado fue que, en un bache que pasamos a alta velocidad, una rueda reventó y no nos salimos de la carretera de milagro.
Debía estar acostumbrado a cambiarlas, porque a pesar de que era la rueda interna, en 10 minutos estábamos de nuevo en la pista de carreras.
Me dejó a las 13h30 en Gum Gum, en el kilómetro 16 de la carretera a Sandakan, donde está la oficina de Uncle Tan.
Había 3 personas más esperando, Joe, Be y Nill, los tres ingleses, y el de Uncle Tan me preguntó a qué hora había tomado el bus en KK.
Cuando le dije que era el de las 8, sólo comentó: «Guau, eso fue rápido».
Me preguntó si estaba al tanto de las inundaciones, le dije que había leído algo en el periódico (las fuertes lluvias en la zona del río Kinabatangan, el más largo de Sabah con 560 km, habían obligado a evacuar varios pueblos por el desbordamiento del río), pero que sobre Uncle Tan no había leído nada.
Me dijo que parte del campamento en la jungla estaba inundado, lo que había inutilizado varias zonas, pero que estaba operativo.
Mi respuesta fue que mientras tuviera una colchoneta de goma para dormir seco aunque fuera flotando, el resto no me importaba.
Los ingleses me miraron asintiendo y nos llevaron al río en minibús.
El pequeño pueblo en el que embarcamos empezaba a notar los efectos del desbordamiento, porque un café que se llamaba Riverview (vista del río), había cambiado temporalmente el nombre por Underwater Riverview (vista submarina del río).
Subimos a la lancha, y no habían pasado 5 minutos cuando el motor hizo una pedorreta y se paró. Cuarta avería del día.
Por suerte ibamos descendiendo el curso y el río era muy ancho en esa zona, así que el piloto reparó tranquilamente el motor mientras nos deslizábamos silenciosamente río abajo.
Retomamos la marcha; prácticamente no se veían barcas ni casas en sus riberas, y lo que empezamos a ver fue abundante fauna salvaje; decenas de cáluas de diferentes especies, majestuosas águilas siempre en las copas de los árboles controlandos sus dominios, y coloridos king fisher (martín eescador), además de macacos, monos grises, rojos, y monos narigudos. La cosa prometía.
Después de una hora en la barca disfrutando del paisaje y la fauna, llegamos al embarcadero de Uncle Tan, que ahora flotaba casi en el medio del río, y con la barca nos adentramos entre la vegetación hasta el campamento.
Lo que vi me acongojó. Varias cabañas con el agua casi hasta el techo, otras construídas sobre pilotes pero con el agua a 25 centímetros del borde, y con sólo 2 peldaños de escalera, y otra cabaña grande, que era el comedor y cocina, que flotaba soportada por 36 bidones.
Desembarcamos directamente en el comedor, y nos recibió Lan, el jefe, para informarnos de la situación, que era ni más ni menos que las cabañas para clientes estaban inundadas, que dormiríamos en las cabañas de los empleados (las que tenían el agua a 25 cm), y que tampoco se podían usar la ducha ni el servicio.
Para ir de una cabaña a otra teníamos que usar las barcas, ya que lo que era sendero estaba 2 metros bajo el agua, y un campo de volleyball era ahora de waterpolo.
Nos instalamos en las cabañas, la lluvia empezó a caer estrepitosamente sobre los tejados de zinc, amortiguada por las hojas que los cubrían, y ya no pararía de llover en las siguientes 15 horas.
La comida era deliciosa, y después de cenar llovía tanto que tuvimos que cancelar la salida nocturna en barca.
Nos consolamos bebiendo licor de arroz y viendo la colección de libros de fauna de Borneo que había y la estupenda colección de fotos que cubría las paredes, muchas de ellas hechas por el propio Lan.
Se me ponían los dientes largos de envidia con primeros planos de orangutanes, monos narigudos, serpientes, arañas, elefantes, cáluas, águilas, martín pescador, ranas, etc.
A las 6h30 a.m. ibamos a hacer un safari matinal, pero el agua seguía cayendo a cubos, y no nos levantamos hasta las 7h30. Después de desayunar se hizo el silencio y el agua dejó de repiquetear en los tejados.
Rápidamente tomamos la cámara y el chubasquero y nos subimos a la barca.
El cielo sólo había parado para tomarse un respiro, porque enseguida comenzó a llover de nuevo, pero estuvimos casi 2 horas en la barca viendo la poca fauna que la lluvia dejaba ver.
Al regreso, Lan nos preguntó si queríamos ver elefantes, y la respuesta fue unánime porque necesitábamos algo que nos levantara la moral.
Subió a la barca y nos llevó al otro lado del río; pensábamos que los íbamos a ver desde la barca, y no habíamos llevado calzado.
Lan nos dijo que no importaba, que el sendero estaba limpio, y nos metimos descalzos en la jungla, con el barro hasta el tobillo y resbalando.
Al poco rato vimos como la maleza se agitaba y ruido de ramas rotas avisaban de que varios elefantes estaban allí.
El elefante asiático es más pequeño que el africano, y está adaptado a la vida en la espesa jungla.
Con Lan abriendo camino nos movimos silenciosamente y pudimos ver una familia, bebé incluido, aunque la maleza casi no dejaba verlos, hasta que el macho se vino al camino para ver quienes eran los intrusos.
Allí estábamos, descalzos, a menos de 10 metros del elefante, pensando «¿qué coño hago yo aquí?».
El elefante empezó a caminar hacia nosotros pero por suerte enseguida reculó.
Pude hacer una foto antes de que los que recularamos fuéramos nosotros.
Volvimos al campamento y descubrimos que el agua seguía subiendo, ahora sólo se veía un peldaño y estaba a 15 centímetros del borde.
Lan nos dijo que de noche dormiríamos todos en el comedor porque el agua iba a seguir subiendo, que había cancelado las reservas del día, y que al día siguiente cerraban el campamento y había que evacuarlo.
Después de cenar nos fuimos a un trekking nocturno por la jungla, pero por un camino de cemento que el gobierno había hecho con escaso criterio ecológico, porque hasta habían colocado farolas, que por suerte ahora estaban tumbadas en el suelo.
El sendero comunicaba varios edificios y lo que parecía viviendas de lujo, todo del gobierno, pero con aspecto de semiabandonadas, y una torre de vigía de 7 plantas que alcanzaba el dosel de la jungla.
Pudimos ver varias especies de ranas, desde 2 centímetros hasta 20 de largo, un escorpión que tuve en la mano, ya que el guía nos aseguró que los escorpiones de Borneo no eran agresivos, excepto si les tocabas en la espalda, y un cerdo salvaje.
Al regreso tuvimos una suerte increíble, ya que vimos un Linsang Rayado (Prionodon linsang), con un pelaje y unos dibujos preciosos, y lo más increíble es que no se asustaba de nosotros ni de los flashes; llegamos a estar a menos de 2 metros de él/ella.
Fascinados, volvimos al campamento y preparamos el «dormitorio-salón comedor-cocina» para acoger a los 9 empleados y 4 clientes, y a pesar de la evidente incomodidad pude dormir como un lirón.
Lo curioso es que los guías, acostumbrados a lidiar con escorpiones, serpientes y arañas, le tienen un miedo cerval a las ratas, y cuando de noche sintieron una que andaba por el comedor encendieron las luces gritando.
El pánico y asco a las ratas es casi universal.
Sólo me faltaba un animal de mis favoritos para que la aventura del Kinabatangan fuera completa. ¿Lo vería al día siguiente?.
Amaneció casi despejado, el agua ya había llegado a nuestro alojamiento de la noche anterior.
A las 6h30 a.m. estábamos ya en la barca, y durante 2 horas recorrimos canales, lagos y afluentes en los que volvimos a ver muchos cáluas y águilas y varios lagartos enormes tendidos al sol en ramas de árboles recuperándose de los húmedos días que habían (habíamos) sufrido.
Ni rastro del Hombre del Bosque, mi querido orangután, pero cuando ya regresábamos al campamento a las 8h30, un giro repentino en la barca me hizo pensar que a lo mejor teníamos suerte, y allí estaban, trepando por los troncos, 3 orangutanes y un bebé.
Nos quedamos un buen rato, con el motor apagado, viendo sus lentos pero precisos movimientos entre los árboles, pasando de rama a rama, que se combaban bajo su peso para permitirles alcanzar el siguiente árbol.
Los proyectos Kinabatangan del World Wildlife Fund y Orangután en Kinabatangan trabajan por la preservación del habitat de los orangutanes en el río Kinabatangan.
Lee los interesantes artículos de El Mundo sobre el peligro de extinción de los orangutanes de Kinabatangan, y sobre la transmisión cultural de los orangutanes.
Exultantes, regresamos pensando que todas las incomodidades habían sido pocas por poder apreciar el lujo de ver a la naturaleza salvaje del Kinabatangan en todo su esplendor.
Un desayuno delicioso, con tostadas francesas, tallarines y buen café nos hizo despertar de nuestro ensueño, apuntamos en la pizarra todo lo que recordábamos haber visto, y nos maravillamos de que todavía hubiera lugares así en el mundo.
Por supuesto que no es oro todo lo que reluce, y la zona de Kinabatangan está sometida a una intensa presión por parte de los productores de aceite de palma, el más utilizado en la cocina en Asia, sobre todo China e India.
Las palmeras cubren una extensión de 4 millones de hectáreas en Malasia, de las que el 30% corresponden a Sabah, y lo peor es que el objetivo para 2010 es duplicar esa cifra. El mismo problema ocurre en Indonesia.
La destrucción de los ecosistemas de vida salvaje puede provocar la extinción de especies ya en peligro, como el orangután, que sólo existe en Borneo y Sumatra, pero parece que la prioridad del gobierno malayo es cumplir el objetivo de estar entre la élite de los países desarrollados en 2020. Bienvenidos al Club de los países (mal) desarrollados.
Todos los días se acercaba al campamento un monito con el brazo derecho inutilizado, y se instalaba en el tejado de la cocina.
Contraviniendo las normas del campamento, que prohiben alimentar a los animales salvajes, los guías le echaban pan, pero es que la cara de pena del mono renqueante por el tejado le tocaba la fibra a cualquiera.
El viaje de regreso en barca lo hicimos con 6 de los empleados de Uncle Tan que tuvieron vacaciones inesperadas, y cuando llegamos al pueblo donde habíamos embarcado dos días antes, la subida de las aguas era más que evidente y hasta la cabina telefónica estaba medio sumergida.
Para los que busquen algo más de comodidad que la que ofrece Uncle Tan, recomiendo el Trekkers Lodge Kinabatangan.
Me dejaron en la carretera de Semporna, donde paré un minibús que me llevó a Lahad Datu.
Allí tomé otro para Semporna, y como dicen que lo que mal empieza mal acaba, cuando ya empezaba a relajarme por todo lo vivido, en una cuesta abajo pronunciada vimos una larga hilera de coches que bloqueaban la carretera.
Sin A/C, con el minibús abarrotado de equipaje y gente, y el sol del mediodía asándonos como sardinas, salí del bus justo cuando el conductor decidió invadir el carril contrario, así que me tuve que subir en marcha.
Adelantamos una larga fila de camiones y coches, y al final de la cuesta abajo estaba la respuesta, un trailer cargado con bombonas que se había cruzado en la carretera y estaba encajado en el arcén, bloqueando casi completamente la carretera.
Como nuestro minibús era eso, mini, pudimos pasar con precaución y 2 horas después estábamos en Semporna.
Machacado por el calor y el apretujamiento del bus durante varias horas, tuve la suerte de encontrar enseguida, a pesar de lo caótica que es Semporna, Scuba Junkie, un centro de buceo con hostal recién estrenado y todavía en obras.
Con ellos fui al lugar que el Comandante Cousteau colocó entre los 5 mejores lugares del mundo para bucear, Sipadan, pero esa es otra historia y será contada otro día.
Tres semanas después de la evacuación el agua no sólo no había descendido sino que había crecido todavía un metro más, y la mayoría de los alojamientos del Kinabatangan seguían cerrados.
Recibí una foto de Uncle Tan en la que se ve medio sumergidas las habitaciones en que habíamos dormido. Realmente tuvimos mucha suerte porque a pesar de las extremas condiciones pudimos ver mucha fauna y sólo un día más tarde no hubiéramos podido viajar al campamento.
Para saber más sobre Malasia, visita la web oficial de turismo en español, y las webs en inglés de Parque Nacional Gunung Mulu, los Parques Nacionales de Sarawak, el Festival de Música de la Jungla, Thingsasian, y Geographia.
Si quieres ver todas las fotos del viaje de Vagamundos 2006 de 6 meses por Tailandia, Malasia y Borneo, Brunei, Indonesia y Singapur, haz clic aquí .
¡¡ Hasta Pronto !!
Carlos, desde Semporna, Sabah, Borneo, Malasia, 15 de febrero de 2006
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