La Sombra del Viento en el Volcán
Muchos pensareis que nadie en su sano juicio, después de vivir la experiencia de estar cerca de Yogyakarta y del volcán Merapi durante el terremoto de 6.2 grados del 27 de Mayo del 2006, se iría al día siguiente a escalar un volcán, pero eso fue exactamente lo que hice y fue una experiencia fantástica.
Pregunté en un hospital si hacían falta voluntarios, pero me dijeron que sólo aquellos que hablaran indonesio.
Las noticias sobre el incremento de la actividad del volcán eran alarmantes, y después de pasar la noche en el hostal con una «gotera de Damocles» sobre mi cama, decidí marcharme de Yogyakarta con pena por lo sucedido y porque sólo había visitado el palacio del Sultán y Borobudur, además de un espectáculo de marionetas de sombras.
No tenía nada claro que las carreteras estuvieran practicables, pero el de la agencia me dijo que no había problema, que iríamos por la carretera que va a Solo y Surabaya, que de hecho era por donde estaba llegando la ayuda, ya que el aeropuerto de Yogyakarta seguía cerrado.
A las 9 a.m. salió el minibús de Yogyakarta en lo que teóricamente iba a ser un viaje de 10 horas, que se convirtió en 14.
En el bus iban 2 canadienses con los que había coincidido el día anterior en el viaje a Borobudur, y un matrimonio belga.
En la primera hora de viaje fue cuando vimos más destrucción, ya que varios centros comerciales y muchas casas al borde de la carretera se habían desplomado. Brigadas de trabajadores estaban reparando las grietas en la carretera con alquitrán. Continuamente nos cruzábamos con ambulancias y convoyes del ejército.
El tráfico en la carretera era infernal, pero eso no es novedad en Java, una isla que es la quinta en tamaño de Indonesia, pero con 120 millones de habitantes acumula el 60% del total de la población, y es la isla más poblada del mundo.
Miles de motos, bicicletas e incluso carros de caballos zigzageaban entre los coches, autobuses y camiones y comenté con los canadienses que era increíble lo hábiles que eran, porque aún no había visto ningún accidente. Mejor haberme callado porque luego vimos una moto debajo de un camión.
A las 5 horas de viaje paramos en un restaurante de carretera a comer y a cambiar el minibús por otro que había salido desde Probolingo con pasajeros que iban a Yogyakarta que nos preguntaban nerviosos cúal era la situación.
Les tranquilizamos diciendo que la ciudad en sí no había sufrido grandes daños, pero que mantuvieran un ojo puesto permanentemente en el volcán Merapi.
La modorra que nos entró en el bus se vio bruscamente interrumpida cuando una de las ruedas pinchó, y lo que debería ser un sencillo trámite para cambiarla, se convirtió en un grave problema, ya que una de las tuercas venció y hubo que romperla a martillazos, con el agravante de que también rompió el tornillo que la sujetaba al eje.
Casi hora y media habíamos estado peleando con la rueda, y el conductor pretendía continuar así las 5 horas que quedaban de viaje.
Le dijimos que ni de broma, que la rueda podía salirse del eje, y que veríamos, como en los dibujos animados, como nos adelantaba y nos preguntaríamos «¿quién será el pobre desgraciado que ha perdido una rueda?».
Nos dijo que pararía en un taller, pero las horas fueron pasando y lo único que hizo fue reparar el pinchazo en uno de los miles de puestos de carretera que con una bomba de aire y una cubeta de agua se dedican a reparar los continuos pinchazos que provocan las deterioradas carreteras y neumáticos.
Tuvimos que volver a cambiar de bus en Probolingo, la última ciudad antes de comenzar la subida hacia el volcán Bromo, que nos llevó 1 hora.
Llegamos a las 11 de la noche y lo primero que noté fue el aire fresco de montaña que no había sentido desde la subida al volcán Rinjani en Lombok, y la cúpula celeste tan cercana que con estirar el brazo parecía que la podías tocar.
Estaba tan cansado que me fui directamente a dormir, mientras los canadienses me preguntaban si pensaba levantarme a las 3 a.m para subir al volcán.
Les dije que no tenía ninguna prisa y que me tomaría el día siguiente con calma.
El hotel tenía una decoración curiosa, ya que los suelos y los baños estaban decorados con miles de pedazos de azulejos de todos los tamaños, colores y dibujos, y me dio por pensar que a lo mejor aprovecharon una partida que otro terremoto había roto previamente.
El resultado no era precisamente muy armónico, y otro inconveniente que descubrí al día siguiente es que está a 5 km. de la caldera por una empinada carretera.
Me levanté a las 8 a.m. y a esa hora ya habían regresado los que habían ido al volcán en jeep, la manera más cómoda, ya que primero te llevan al mirador desde el que ves amanecer, luego bajas hasta la caldera y lo único que tienes que hacer es subir a pie los 200 escalones de la que he denominado escalera al infierno, ya que el olor a azufre es insoportable y sofocante.
El volcán Bromo, de 2.387 metros de altura, es en realidad un volcán dentro de otro volcán extinguido, y cerca están los volcanes Batur con 2.600 metros y el Semeru con 3.600 metros, el más alto de Indonesia.
Bromo está dentro de la caldera del Tengger, con otros volcanes inactivos, el Widodaren, el Kursi, el Segorowedi y el Batok. La caldera es impresionante, con un tamaño de 9 km x 10 km, rodeada por paredes que oscilan entre 50 y 500 metros de altura.
En la parte norte de la caldera se ve el llamado mar de arena, tierra volcánica que cubre gran parte de la caldera, que en el este y oeste está cubierta de hierba.
El propio cráter del Bromo tiene un tamaño de 600 x 800 metros, y ese era mi objetivo, subirlo a su cima.
El día de descanso me vino bien, aunque fue un descanso relativo, ya que caminé hasta el cráter, cuesta arriba durante más de una hora, y estuve haciendo fotos porque el clima es bastante imprevisible y a lo mejor al día siguiente no era tan bueno.
En el mismo borde del cráter se encuentra el Lava View Lodge, con unas vistas espectaculares, donde me encontré con la pareja belga, y compartimos un buen rato de charla en la terraza con las vistas del volcán.
Los del hotel me pedían 6 euros por acercarme a la mañana siguiente a la caldera, lo que es un robo en Indonesia, así que decidí irme caminando a pesar del madrugón que me tenía que dar, 3 a.m.
La noche estaba clara y estrellada, sin luna, y el aire era fresco. No tuve necesidad de usar la linterna que llevaba, aunque luego sería imprescindible. Los jeeps de los «señoritos» que iban al mirador me adelantaban.
En una hora llegué al cráter, donde pagas la entrada al volcán, 15 céntimos de euro sin seguro, o 30 con seguro; lo que no pregunté fue qué cubría el seguro.
Comencé la bajada a la caldera por la pista de piedras construida para los jeeps, y la niebla que cubría la zona no dejaba apenas ver el camino.
Por suerte encontré un paisano que iba hacia el Bromo y seguí sus pasos.
Otro paisano venía detrás de mi ofreciéndome ir en caballo.
El silencio era casi absoluto y la niebla arropaba el sonido de los cascos del caballo y de mis botas caminando por la arena volcánica.
La sensación era extraña, estar a las 4 a.m. caminando en compañía de 2 desconocidos hacía un volcán rodeado por la niebla.
Otros se asustarían pensando que podían robarles o matarles y nadie se enteraría, pero yo me sentía en perfecta comunión con la naturaleza y con el Mundo.
A las 5 a.m. llegamos al pie del volcán, y aún me faltaba subir sus laderas. El amanecer empezaba su lucha contra la niebla y a medida que iba subiendo el olor a azufre era cada vez más fuerte y la garganta me picaba mucho.
No podía casi respirar y la sensación de ahogo era muy desagradable.
Oía continuas toses que venían de más arriba, me puse un pañuelo en la cara para respirar sólo por la nariz, y pude seguir camino.
Cuando llegué arriba había 2 ingleses esperando el amanecer, y el volcán no dejaba de emitir nubes de azufre que nos envolvían.
Después de un rato, en cuanto hicieron la foto del amanecer, se fueron y me quede sólo viendo la lucha entre el sol, la niebla y las nubes de azufre.
El sol despuntó y produjo un efecto curioso, ya que mi sombra se proyectaba sobre la niebla como si estuviera flotando en el aire, y como uno de los diarios que escribí este año se llama Las Palabras del Viento, me sugirió enseguida el título de este diario.
La Sombra del Viento es uno de los mejores libros que he leído en los últimos años, mil veces mejor que otros best sellers que venden millones de ejemplares pero son pura basura, llenos de trampas y artificios para enganchar al lector, pero que deben su éxito a campañas de promoción multimillonarias con película incluida.
Sin promoción al principio, el boca a boca fue el origen del éxito de La Sombra del Viento, que lleva más de 50 ediciones.
Su autor, Carlos Ruíz Zafón, se fue de España antes de escribirlo porque sabía que en la tradicional y conservadora industria editorial española lo tenía muy difícil.
Volviendo al volcán, en cuanto empezaron a llegar los jeeps con los turistas y los cientos de paisanos que ofrecían sus caballos para llevarles en volandas hasta el borde del volcán, descendí y me volví a meter en la niebla.
Las torres de un templo construido al borde del volcán me sirvieron como orientación, y sólo tuve que seguir a la inversa las huellas de caballos, vehículos y personas.
En algunas zonas la hierba y plantas pequeñas luchaban contra la arena y la falta de luz y conseguían asomar sus tallos tímidamente.
Cuando llegué al borde del cráter me quedé un buen rato pensando como sería la zona hace miles o millones de años, y en el poder de la naturaleza capaz de crear un cráter de casi 100 km2.
No creo que nadie pudiera habitar la zona en aquella época.
La bajada al hotel la hice en bemo, el transporte público en indonesia, y me costó 20 veces menos que lo que me pedían por subir.
Las mujeres trabajaban en los campos cultivados, una labor muy complicada porque en Bromo no hay un sólo metro cuadrado plano excepto en la caldera, por lo que las habilidades están a medio camino entre agricultor y escalador.
Los niños jugaban al fútbol en el medio de la empinada carretera, y justo en el momento que pensaba que mejor no se les escapara el balón, este fue botando hasta el borde del camino, y ya no paró hasta unos 200 metros más abajo.
En el hotel me encontré con una holandesa a la que había conocido en Yogyakarta y a la que no reconocí en el volcán porque íbamos con el rostro tapado para mitigar el olor a azufre.
Con 24 años había dejado un buen trabajo en Holanda para viajar durante un año por el mundo en solitario, aunque este verano sus 2 hermanas iban a viajar con ella durante un mes.
Me pregunto qué diferencias en educación, valores, familia y sociedad hay tan grandes para que algo que es habitual en Holanda, Alemania, Reino Unido, países nórdicos y tantos otros países, sea tan raro en España.
Al menos en todos los años que llevo viajando se cuentan con los dedos de una mano amputada las españolas viajando solas que me he encontrado.
Después de una buena ducha caliente, me tomé un buen desayuno y me prepare para un nuevo viaje de bastantes horas camino de Bali, con el objetivo de reencontrar el Paraíso, pero esa es otra historia que será contada otro día.
Si quieres ver todas las fotos del viaje de Vagamundos 2006 de 6 meses por Tailandia, Malasia y Borneo, Brunei, Indonesia, Filipinas y Singapur, haz clic aquí .
¡Hasta Pronto!
Carlos, desde Bali, 5 de Junio de 2006
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