Vuelta a Ilha Grande (II)
De Parnaioca a Dois Rios la caminata es una contínua subida y bajada de morros, sin playas intermedias para relajarte, y cuando llegamos a Dois Rios comprobamos lo que ya sospechábamos, que no había alojamiento, por ser parte del Parque Estadual de Ilha Grande.
Las torretas de vigilancia y las ruinas del presidio me recordaron a Papillon, aquella película en la que un preso logra escapar, después de mil y un intentos, de un presidio francés situado en una isla tropical.
Funcionó entre 1903 y 1994 como cárcel para presos comunes, y todavía en Ilha Grande viven varios ex-presidiarios que decidieron quedarse aquí una vez cumplidas sus condenas.
Conseguimos que nos dejaran montar la tienda de campaña en un edificio del ejército. Dois Ríos, como su propio nombre indica, es una playa enmarcada por un río en cada esquina, y la diferencia de temperatura entre el agua del mar y del río es grande. La transparencia del agua es increíble.
Para ver la panóramica Olympus de Ilha Grande, haz click aquí.
La playa es preciosa, jalonada por árboles y con pocos edificios, algunos de ellos de la UERJ (Universidad Estadual de Río de Janeiro), que hace investigaciones aquí.
Después de relajarnos en la playa, acometimos nuestro quinto intento de subida de montaña, una enorme roca pelada en su parte superior, pero con un mato casi impenetrable en el que prácticamente no había sendero; armados de un machete estuvimos peleando casi 2 horas con las lianas, enredaderas, telas de araña, espinos, etcétera, y conseguimos llegar a la base pelada del morro.
No teníamos tiempo para subirlo antes de que se hiciera de noche, y me arrastré por la piedra, agarrándome a pequeños tochos de vegetación, para poder hacer una foto panorámica de los 2 lados de la isla. Mientras hacía las fotos, mi trasero se iba escurriendo sobre la hierba, y en ese momento me di cuenta de que podía ser la última foto que tomara en mi vida.
Por suerte me dio tiempo a terminar antes de escurrirme de todo, y regresé con las piernas temblequeantes donde estaban mis compañeros, que habían tomado una foto mía en precario equilibrio por si acaso era póstuma.
En la bajada nos olvidamos del camino y tomamos directamente la vertical entre lianas y vegetación, hasta que llegamos al río llenos de vegetación, pinchos y arañazos, que refrescamos en el agua.
Al día siguiente hicimos el sendero hasta Caxadaço, una recoleta playa que está protegida por unas enormes rocas que están horadadas. Continuamos por la que quizá es la peor trilha de la isla, la que va hasta Santo Antonio y Lopes Mendes, que es un continuo sube y baja.
La recompensa es la llegada a una de las playas considerada más bonitas de Brasil, Lopes Mendes, paraíso de surfistas. Llegamos con la playa vacía, antes de que llegue la gente de las excursiones, y sus 2.5 km. de arena blanca brillaban bajo el sol.
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Nos quedamos en Lopes Mendez todo el día, y por la tarde caminamos toda la playa, de nuevo vacía, e hicimos el precioso camino de Aroeira hasta nuestro alojamiento, la casa de Fabiola, una paulense que decidió dejar su trabajo de periodista y abrazar una vida bucólica y sencilla vendiendo bocadillos en Lopes Mendes a los turistas.
Su casa tiene luz eléctrica por placa solar, y la ducha caliente fue el agua de los spaghettis que habíamos cocido para cenar; montamos las tiendas en su jardín, que compartimos con 3 gatos y un perro, Crista.
El último día nos iba a llevar al punto más oriental de la isla, el faro de Castelhanos, propiedad de la Marina y cuya visita depende del humor del farero ese día, y partimos de Aroeiro para la playa de Castelhanos, pero Rafa tuvo la mala suerte de torcerse un tobillo.
Pedimos ayuda y un señor del pueblo se ofreció a llevarnos en su lancha rápida hasta la playa de Recife, cogimos las mochilas y nos fuimos hasta Pouso, donde Rafa y Dico se quedaron esperando la escuna de Abraão.
Nelio y yo decidimos completar la vuelta caminando de regreso a Abrãao, y el último morro antes de divisar la bahía de Abraão fue quizás el más largo y duro de los 10 días.
La vista de Abraão desde arriba nos puso alas en los pies, y la última parte cuesta abajo la hicimos ligeros como la brisa.
Llegamos a las 15h del 2 de Mayo, después de 10 días, 115 km. y 200.000 pasos por la isla, exhaustos pero con la sonrisa dibujada en el rostro. A las 4 de la tarde fuimos a buscar a nuestros compañeros a la escuna y nos hicimos la foto de grupo ampliada en un miembro como os contaré luego.
Un slogan turístico dice «Si la naturaleza es tu pasión, Ilha Grande es tu destino», y creo que es bastante acertado, porque no es fácil encontrar, a sólo 100 km. de Río, un lugar en estado tan puro.
En la isla se ven carteles que dicen «aquí solo se dejan huellas, se llevan recuerdos y se mata el tiempo»; pues bien, yo me llevo de Ilha Grande un montón de recuerdos imborrables, y también unos cuantos arañazos, dejé muchas huellas y espero que también un buen recuerdo en la maravillosa gente con la que compartí estos días, y tengo que reconocer que maté algo más del tiempo, porque en la batalla entre los insectos y yo ganaron ellos por el número de ronchas que tengo, pero también causé algunas bajas entre ellos.
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La flora de la isla es muy variada, ya que combina especies de mato atlántico, costeras y de planicie, y vimos muchos bosques de bambúes, cáctus, y todo tipo de árboles tropicales.
Lo que me decepcionó fue la fauna que vimos, porque aunque hay mucha variedad, debe estar refugiada en el corazón de la reserva, ya que oímos, pero nunca vimos, monos aulladores que me hicieron recordar mi estancia en Tikal, Guatemala, y sólo vimos un triste mico corriendo por el cable de la luz. También vimos ardillas, que aquí se llaman esquilos. Las mariposas y libélulas son muy variadas y hermosas.
De las iguanas y cobras contra las que nos habían prevenido nada de nada, y las aves fueron las más variadas, con urubús, una especie de buitres, papagayos, gaviotas, garzas y gavilanes.
Vimos también una tortuga en Bananal, y los carteles que avisan de la presencia de jacarés en la zona de la playa de Palmas, aunque casi nadie los ha visto.
Pero el especímen animal más interesante que ví fue un simple perro vagabundo, al que le puse de nombre Igé (por Ilha Grande), que se pegó a nosotros en Provetá, en nuestro quinto día de caminata, y ya no se separó un solo segundo, convirtiéndose en el líder de la expedición.
Tenía una mirada muy inteligente, y a pesar de ser callejero, era muy educado, nunca entraba en las casas.
Todas las noches dormía acurrucado junto a nuestras botas, y por la mañana temprano, en cuanto oía movimiento, se ponía a saltar y correr, y en los senderos se adelantaba, controlaba que todo estaba correcto, volvía corriendo a nuestra retaguardia, hacía lo mismo, y así durante 6 días.
Ladraba cuando veía algo que no le gustaba y se enfrentaba a perros muucho más grandes; se convirtió en nuestro compañero inseparable y hasta subió al morro de Dois Rios, moviéndose por la roca como si fuera un alpinista avezado.
Un día hicimos la prueba de separarnos y empezar a caminar en las 4 direcciones, para ver con quién se iba Igé, y después de unos momentos de duda me siguió, creo que es porque las almas vagabundas se reconocen enseguida.
En cuanto llegamos a Abraão se le notaba confundido por la cantidad de gente y ruido que había, y durante los 2 días que ha pasado sin hacer nada mientras yo descansaba y trabajaba en la web, se le notaba aburrido, yendo de la agencia a casa de Rafa y Dico y viceversa.
Estoy seguro que cualquier día de estos se va con alguien que lleve mochila a dar una nueva vuelta a la isla o a descubrir nuevos mundos.
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¡¡ Hasta Pronto !!
Carlos, desde Ilha Grande, Brasil, 5 de Mayo de 2004
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