Sentado en mi compartimento con ventana panorámica del tren escénico que cruza la isla sur de Nueva Zelanda de este a oeste (y viceversa, porque yo he hecho la ida y vuelta en el mismo día), llamado TranzAlpine o transalpino, porque atraviesa los Alpes del sur, me produce una gran alegría constatar que en Australia y Nueva Zelanda el tren sigue siendo un medio de transporte popular, no sólo por los turistas, que se ven recompensados por espectaculares vistas de montañas, valles, gargantas, ríos, sino también por los locales.
Hay otros recorridos no menos famosos en Nueva Zelanda, como el tren costero que lleva desde Christchurch hasta Picton y el que va desde Christchurch al sur, a Invercargill; incluso en Australia están completando la linea de Adelaida a Alice Springs, el famoso Ghan, para que llegue hasta Darwin, 1.500 km. al norte de Alice Springs, lo que lo convertirá en uno de los recorridos en tren más hermosos, sino lo es ya, pues cruza por los hermosos valles vinícolas de Adelaida, penetra en el Outback y el Centro Rojo, y terminará en los bosques tropicales del Territorio del Norte y su capital, Darwin.
Esta alegría contrasta con la tristeza que me produjo el año pasado comprobar que en gran parte de Latinoamérica el tren ha desaparecido en muchos países como medio de transporte, y en otros su uso es meramente turístico, como el «Tren a las Nubes» que tomé en Salta, Argentina, y que te eleva hasta los 4.200 m. de altura del viaducto de la Polvorilla, pero que en tiempos no muy lejanos seguía su camino hacia Chile por paisajes de estremecedora belleza y desolación.
No menos espectacular es también el descenso desde Alausí hasta Guayaquil, en la costa de Ecuador, que desciende vertiginosamente, pero a ritmo de «Chucu Chucu» por la llamada nariz del Diablo (el nombre lo dice todo), que es doblemente espectacular porque viajas (si quieres, no es obligatorio) en el techo del tren, y estirando la mano puedes tocar prácticamente la densa vegetación tropical que parece va a engullirse al tren con todos sus pasajeros (el pasaje devorado por el paisaje, suena bien para una novela de misterio); es un recorrido en el que hay que estar muy atento, no sólo para no perderte la hermosa cascada que ves pasar fugazmente, sino porque un silbido del tren significa que vas a pasar por un túnel, y si te mantienes sentado, pierdes literalmente la cabeza.
Uno de mis libros de viajes preferido es «El viejo expreso de la Patagonia», de Paul Theroux, en el que relata su periplo en tren en los años setenta desde su casa en Boston, USA, hasta la punta más austral del continente americano,un viaje imposible hoy en día porque como os decía antes, el tren ha desaparecido prácticamente en Centroamérica.
Un viajero que se precie siempre preferirá el tren al autobús o al avión; frente al primero, porque tienes espacio para moverte y es un buen lugar para conocer a otros viajeros o locales y compartir experiencias y vivencias, y frente al segundo porque los que pensamos que «lo importante es el viaje, no el destino», preferimos apreciar lentamente los cambios en la orografía, la flora y el clima, y no ser traslados en un cilindro de acero presurizado a 10.000 m. de altitud, y ser depositados en un aeropuerto igual a todos los aeropuertos del mundo.
Por suerte o por desgracia, la popularidad del avión como medio de transporte ha provocado que muchas veces sea más económico que el tren e incluso que el bus, y para los mochileros de bajo presupuesto y tiempo ajustado, la única posibilidad.
Por supuesto, no siempre el tren es una opción, y cuando lo es, a veces pone a prueba la paciencia del viajero; recuerdo como si fuera ayer un viaje en tren de Barcelona a La Coruña hace 25 años, que nos llevó exactamente 25 horas (por algo le llaman el Shangai); creo que ha mejorado y ahora «sólo» tarda 16 horas.
Hace menos tiempo, 5 años, decidí tomar un tren de Madrid a La Coruña, que debía depositarme a las 8 am después de una agradable cena en el decimonónico vagón restaurante y un sueño reparador arrullado por el traqueteo del tren; por algún extraño designio, quizás un agujero espacio-tiempo exclusivo de Renfe, a las 8 am La Coruña era Orense, y todavía tardamos 6 horas más en avistar la costa atlántica y llegar a nuestro destino.
Con todo, el tren sigue siendo un buen lugar para ver pasar la vida, reflexionar, escribir, observar a los otros pasajeros, charlar, hacer amigos para siempre, simplemente adormecerse con su movimiento, o todo junto si el recorrido es lo suficientemente largo, como el que va de Sydney a Perth en 65 horas, o el Transiberiano que te lleva un mínimo de 10 días desde Moscú hasta Pekín, e incluso, aunque ya no sea el «viaje oficial» y es difícil que todavía te queden ganas de tren, puedes continuar tu recorrido hacía el sur de China hasta Hong Kong, en «sólo» 24 horas.
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En este enlace podéis ver todas las fotos del viaje de 6 meses en 2002 por Australia y Nueva Zelanda.
¡¡ Hasta Pronto !!
Desde Rotorúa, Nueva Zelanda, mayo 2002
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