Los que hemos crecido leyendo literatura de viajes y narrativa de los piratas en el océano Índico seguimos prefiriendo el nombre de Ceilán sobre el de Sri Lanka (lo mismo me pasa con Birmania y Myanmar) para hablar de este diminuto país, si lo comparamos con el tamaño de la cercana India, 50 veces más grande, y que por su forma ha sido poéticamente llamado la lágrima de India o de Asia. Su bandera me parece de las más bonitas del mundo.
Cuando, después de 4 años recorriendo Latinoamérica y Oceania, estaba preparando el viaje de Vagamundos a Asia y a una semana de mi partida, el 26 de diciembre de 2004 un terremoto y posterior tsunami devastó gran parte del sureste asiático, llevándose cientos de miles de vidas y dejando imágenes que nunca olvidaremos.
Como aficionado a los trenes, una de las historias que más me impactó fue la del llamado tren del tsunami, el expreso 50. que partió de la estación de Colombo, la capital de Sri Lanka, a las 6:50 am, completamente lleno de pasajeros, 1.500 de pago y varios cientos «sinpa», en dirección a Matara, siguiendo la linea de costa hacia el sur del país.
Cuando llegaron las primeras noticias del tsunami, varios trenes en ruta pudieron ser detenidos y evacuados, pero la fatalidad quiso que el personal de la estación de Ambalangoda no respondiera al teléfono porque precisamente estuvieran atendiendo al tren, y las siguientes estaciones más al sur ya habían sido engullidas por la ola gigante.
El tren arrancó de la estación de Ambalangoda sin que su personal ni ninguno de los viajeros imaginara que sería la última estación de tren que verían en su vida.
A las 9:30 am, en el pueblo de Peraliya, cerca de la estación de tren de Telwatta, un lugar donde las vías del tren están a menos de 200 metros de la costa, una ola de unos nueve metros golpeó con toda su potencia la locomotora y los ocho vagones atestados de gente, y causó la mayor tragedia ferroviaria de la historia, ya que se calcula que cerca de 2.000 personas murieron ahogadas en el tren o arrastradas por la ola.
Esto os lo cuento porque después de aterrizar en Colombo desde Malvidas, mi primer viaje en el país fue precisamente tomar un tren casi a la misma hora y con la misma ruta hacia el sur, en mi caso con destino a Galle, la ciudad Patrimonio de la Humanidad UNESCO de Sri Lanka.
Sentado en mi vagón de segunda clase, en una ventana de la derecha con vistas al mar, que muchas veces tienes a escasos metros, pensaba en los lugares que he visitado estos últimos años en los que me han contado historias espeluznantes de primera mano sobre el tsunami de 2004.
Islas como Phi-Phi, una de mis preferidas en Tailandia, fueron prácticamente engullidas por dos olas gigantes, y la línea de palmeras que recordaba recortándose en el horizonte cuando llegabas en el ferry, había desaparecido cuando volví cuatro meses después del tsunami.
Kanyakumari, la punta sur de la India donde reposan parte de las cenizas de Ghandi, y punto de encuentro del mar Arábigo, el de Andamán y el Océano Índico, vio como sus monumentos y memoriales fueron inundados por la fuerza del mar y cientos de peregrinos perecieron.
En Indonesia no visité la isla más afectada, Sumatra, pero en Myanmar, en las playas del sur todavía se podían ver los efectos años después. Milagrosamente en Maldivas, un país que tiene una altitud media de poco más de un metro, sólo fallecieron 100 personas.
Pasando por distintos pueblos y localidades costeras, ahora mismo con un boom del sector turístico tremendo, con varios resorts de lujo en construcción, unos cuantos chinos, me preguntaba cómo es posible que el ser humano sea tan olvidadizo, porque las únicas protecciones que vi a lo largo de casi tres horas de tren fueron unos bloques de piedra, como se puede ver en la foto, de escaso medio metro de altura.
También es cierto que en muchas localidades costeras de Japón tenían muros de varios metros de altura que sirvieron de poco en el tsunami de 2011 frente a olas que llegaron a los 40 metros de altura, así que supongo que hay que seguir viviendo normalmente si obsesionarse con una posible tragedia.
Uno de los pocos supervivientes, el supervisor del tren, llamado Karunatilleke, sigue haciendo la misma ruta cada día. La locomotora #591 Manitoba, construida en 1956 por General Motors Diesel en Canada, fue reparada y todos los años, en el aniversario del accidente, recorre la misma ruta para una ceremonia de homenaje en Peraliya. Le han añadido a su colorida pintura una ola.
Mientras estos pensamientos tristes pasaban por mi cabeza, fijaba la vista en los preciosos colores del océano Índico que es fuente de sustento para millones de asiáticos pero que ese día fue la tumba de cientos de miles, y millones de personas nadaron en esas lágrimas de las que tiene forma el país.
El bullicio del vagón me sacó de mi abstracción y la alegría espontánea de la gente de Sri Lanka dibujó una sonrisa en la boca y me enamoré de un país que acababa de pisar, pero que en dos meses de viaje me daría muchos más motivos para este amor.
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¡Hasta Pronto!
Carlos, desde Kandy, Sri Lanka, 4 de abril de 2016
ayyyyyyyyyyy Carlos tu manera de narrar me ha erizado el alma quiza porque he recordado un accidente? de trenes en argentina donde muerieron muchos compatriotas pero no por una sorpresiva accion de la naturaleza sino por desidia,indiferencia e hijaputez
te mando un abrazo….marta
Has conseguido la enorme dificultad de aportar belleza con tu relato a una historia tan trágica. Un fuerte abrazo y que dure ese amor por muchos años 🙂