Soren Larsen. Navegar con el viento como motor y con el cielo como techo
Este diario es uno de los que más me va a costar escribir. Aparte de una conjuntivitis que he cogido (demasiada belleza a mi alrededor), transmitiros lo que se siente a las 4 a.m. al timón de un bergantín del S.XIX, con el viento azotando las velas, la quilla rompiendo en la espuma blanca de las olas, y un cielo cargado de estrellas que te despistan del timón, me va a costar mucho, pero lo intentaré.
Frente a los cruceros, que te mueven de un lado a otro sin que te enteres, un velero de madera es un ser vivo, gime, llora, ríe, a veces está contento y a veces se queja, y puedes sentir en todo tu cuerpo sus sensaciones. Aunque soy de puerto de mar (La Coruña), nunca había navegado lejos de la costa y menos en un bergantín. Con 12 velas, 50 metros de eslora, y un mástil de 32 m de altura al que me he subido, es el hogar de 12 personas de tripulación, y hasta 22 tripulantes temporales como yo. Por suerte sólo somos 15, ya que el espacio es muy justo, y comparto una cabina de 4 personas con un inglés, si estuviéramos 4 la escena sería como la del camarote de los hermanos Marx.
El barco está en muy buen estado, ya que sufrió una completa transformación en 1992, y tiene una historia muy interesante, incluso ha sido estrella de cine. Fue el último barco de carga construido en los astilleros de la familia Soren Larsen en el norte de Dinamarca, y hasta 1972 funcionó como tal. En 1978, un kiwi, Tony Davies, lo compró, reformó, y se utilizó para navegar por las islas de los mares del sur, y en la serie de la BBC «La línea Onedin», y en las peliculas «La mujer del teniente francés», y fue estrella estelar en «Shackleton».
La vida está llena de casualidades, porque la historia de Shackleton siempre me ha fascinado, un explorador británico que convirtió el fracaso de su expedición al Círculo Polar Ártico en un éxito personal, ya que a pesar de quedar atrapado en los hielos y tardar más de 18 meses en salir de allí, todos sus hombres regresaron vivos, la única victima de la expedición fue su barco, el Endurance, construido también en Dinamarca, que sobrevivió muchos meses a la presión de los hielos, pero sucumbió finalmente a los designios de la naturaleza salvaje del Antártico. Durante el rodaje de una película sobre su odisea, el Soren Larsen se convirtió en el primer barco de madera en 70 años en llegar al Ártico.
También ha participado en muchas regatas, como la Columbus y las Cutti Sark, y completado varias vueltas al mundo. Esta le lleva de vuelta a casa en Nueva Zelanda, desde Inglaterra, de donde zarpó el 3 de Noviembre de 2000. Después de cruzar el canal de Panamá, donde me despediré de ella (para los marinos los barcos siempre son femeninos), seguro que con lágrimas en los ojos (por la conjuntivitis y los hermosos momentos pasados a bordo), y continuará su periplo por Galápagos, Isla de Pascua, Fiji, Islas Cook, Vaunatu y Nueva Zelanda. Si podéis os recomiendo navegar en ella, en su web tenéis información sobre las fechas de las siguientes etapas.
Al que le parezca que la vida en un barco de estas características puede ser muy aburrida, sólo le puedo decir que a mí lo que me aburrió mortalmente fue el primer (y último) crucero que hice en mi vida, entre Miami y Bahamas, donde lo único que se hacía era comer, comer y comer, ir de compras, y el mar ni lo sentías, veías ni olías, la gente no se daba cuenta de que estaban atrapados en un centro comercial flotante con el objetivo de sacarles el dinero.
Estar descalzo en un barco de madera, sin avistar apenas tierra, mojándote los píes con las olas que rebosan la cubierta, sentir cómo el barco está bajo tu mando cuando estás al timón marcando el rumbo (y por supuesto con un marino profesional echando un ojo por si acaso te equivocas), navegar de noche dejando una estela de plancton fosforescente, y de día con un grupo de delfines que jugaban con nuestra proa cruzándose y saltando durante una hora, es algo que no puedo expresar con palabras.
Hay momentos duros, ya que si no eres un marino profesional, es inevitable el mareo el primer día, en un barco que se balancea en todos los sentidos, las dificultades para compartir un pequeño espacio con gente que no conoces, el calor de los camarotes, que yo solucioné durmiendo todos los días en la cubierta con un manto de estrellas cobijándome, el inevitable costalazo en un resbalón, y otros detalles más nímios como que los marinos no usan servilletas. Pero todo ello se olvida enseguida.
Navegamos lejos de la costa, porque se oyen historias de barcos asaltados por los cárteles colombianos, no sé qué podrían hacer con el Soren Larsen navegando a 10 nudos, pero por si acaso nos mantenemos a distancia. Nuestra ruta de Curazao a Panamá son 840 millas naúticas (unos 1500 km para los ignorantes de términos marinos), y por suerte llevamos casi todo el tiempo viento de popa, lo que facilita la navegación.
La tripulación permanente es una mezcla de aussies (australianos), kiwis (de Nueva Zelanda), escoceses, ingleses, y los tripulantes temporales también somos una buena mezcla de nacionalidades, el único español soy yo. Quitando el capitán y el ingeniero, ninguno supera los 30-35 años, y algunos tienen historias muy interesantes, es gente errante, que está buscando su lugar en el mundo, como la segunda oficial, que ya lo ha encontrado, vive con su familia y un sólo vecino en una isla de Nueva Zelanda que es una maravilla por las fotos que he visto, y que está construyendo un barco seleccionando uno a uno los árboles que van a utilizar para construirlo.
Hemos navegado sin parar un minuto durante 6 días, y estamos fondeados en la bahía de Colón, en el lado caribeño del canal, esperando la autorización para cruzar; parece que será mañana a las 5 a.m., pero aquí nunca se sabe. Cuando llegue a Ciudad de Panamá os contaré más cosas sobre la experiencia de estos días y sobre la historia del Canal.
¡¡¡Hasta Pronto!!!
Desde Colón, 30/01/2001
Increíble!! Me ha encantado vuestra aventura, en nada espero estar por aquellos mares!!!