Santo Antao, la Isla del Café y del Grogue
La isla de Santo Antao tiene un aeródromo, pero está practicamente en desuso, por lo que la única manera de llegar a la isla es desde San Vicente, en un ferry, que por suerte ahora es un barco grande, gestionado por la naviera canaria Armas, y la ruta es corta, unos 40″.
Dentro de la bahia de Mindelo, el puerto cosmopolita de Sao Vicente, el mar está en calma, pero apenas rebasamos el espigón de salida del puerto los caboverdianos empiezan a ponerse amarillos. Un islote puntiagudo que alberga un faro en la punta es una buena oportunidad para las fotos.
Llegamos finalmente al puerto de arribada, Porto Novo, una pequeña localidad que ya nos indica que Santo Antao no es precisamente una isla muy poblada.
La isla de Santo Antao está atravesada por una afilada y árida cordillera cuya cima más alta es el “Tope de Coroa”, el segundo pico más alto de Cabo Verde.
Es la segunda isla más grande del archipiélago de Cabo Verde, pero su orografía, árida y desértica en el sur de la isla y escarpada en la zona norte hacen que su escasa población se concentre en la costa.
En la costa el clima es cálido, pero en cuanto empiezas a subir comienza a refrescar. La furgoneta sube incansablemente hasta la divisoria norte sur de la isla, desde donde se divisa la “Cova”, un extinto volcán del que todavía pueden apreciarse las verticales paredes del cráter.
El paisaje cambiado radicalmente en la divisoria, ya que los vientos del norte empujan nubes hacia la costa, que provocan lluvias más frecuentes y permiten cultivos variados como el café, las verduras, y las vides con las que hace el grogue, el licor más bebido en la isla, hecho con caña de azúcar.
Desde Pedra Rachada, piedra rota en portugués, se puede ver Ribeira de Paúl, el valle más fertil de la isla. Un sendero muy empinado baja unos 1.500 mts. hasta el mar.
Más allá está el faro de Boi, del Siglo XIX, el más antiguo de Cabo Verde, al que quise llegar pero las obras de la carretera de circunvalación a la isla me lo impidieron.
Los senderos de la isla son una labor de cientos de años, algunos están excavados en la roca volcánica, otros están colgados literalmente del vacío y otro protegidos por muros de roca, y van paralelos a conducciones de agua, llamadas “levadas”.
A medida que se desciende aparece la vegetación tropical: papayas, mangos, y cultivos de verduras y hortalizas en terrazas escalonadas.
Los cultivos de caña, cuando se corta, son llevados al “trapiche”, un alambique comunitario donde se prepara la bebida nacional de Cabo Verde, el grogue, que junto con los vinos de la isla de Fogo forman la industria nacional alcohólica, ya que las cervezas que se consumen son casi siempre portuguesas, Super Bock y Sagres.
Los nombres de las localidades son muy portugueses y póeticos, lugares como Cha de Fazenda, Lombo do Merco, Boca de Figueiral, y el lugar que sería mi hogar durante casi dos semanas, Ponta do Sol, un perdido pueblo marinero en el que nunca pasa nada, salvo la descarga diaria de enormes atunes y peces espada que vienen en barcas pequeñas y multicolores que casi son más pequeñas que algunos ejemplares.
Uno de los senderos más recorridos de la isla es el que va de Ponta do Sol a Cruzinhas, por un camino adoquinado con roca volcánica, excavado en la roca y que lleva al pueblo de Fontainhas.
El sendero va a veces a más de 100 metros sobre el nivel del mar y otras prácticamente llega hasta el mar, simpre bravo y lleno de borregos blancos de espuma en esta zona.
El regreso lo hice en una furgoneta Hiace, que me lleva a la capital de la isla, Ribeira Grande, y de ahí vuelvo a tomar otra furgoneta hasta Ponta de Sol.
Otro sendero que hice fue el que va del pico da Cruz, de 1585 mts, hasta los volcanes de Morocos. Al Pico da Cruz se asciende fácilmente desde un sendero y desde ahí se desciende por el desolado paisaje volcánico de la cara sur, donde está Morocos, un paisaje volcánico y completamente árido, en el que sólo sobreviven plantas espinosas.
El turismo es incipiente en Santo Antao, y se limita a alemanes y franceses que viene a recorrer senderos de la isla, de hecho los mejores mapas son de una editorial alemana y los venden en Santo Antao a precio de oro.
Los hostales y residenciales son pequeños edificios familiares con restaurante incluído y sólo hay uno que puede ser considerado hotel, pero de dos estrellas. Yo me alojé en casa Lili, donde por 10€ tenía una habitación soleada y un copioso desayuno por las mañanas.
La mayoría de restaurantes y cafés son muy básicos, sin apenas decoración ni manteles en las mesas, pero el ingrediente principal de casi todos los platos en Cabo Verde, el pescado, es siempre fresco y de primera calidad, y siempre va acompañado de tres guarniciones, verduras, arrozy patatas, por lo que es imposible pasar hambre en Cabo Verde.
Cuando quería algo más sofisticado me iba a Le chat Noir, un precioso local, mitad agencia de aventura y alquiler de bicis de montaña, mitad restaurante y mitad tienda de artesanía, y no me equivoco, digo 3 mitades porque el lugar está tan bien aprovechado que ninguna de las actividades molesta a la otra, más bien son complementarias, la gente entra para preguntar por un tour de descenso de cañones o caminatas, compra café o grogue y se toma un buen café y/o un sandwich preparado por Berengere, una francesa muy interesante que había tenido una vida muy intensa, pero que desde que se había instalado en Cabo Verde no había querido moverse de allí, y no tenía ningún interés en volver a Francia.
Las puestas de sol desde el puerto, con las olas rebasando el pequeño espigón y las barcas subidas a pulso sobre la rampa del puerto, eran la escenografía perfecta para las tardes, con una cerveza Estrela bien fría en la mano reflexionando para tomar la decisión más importante del día, si cenar pescado o pescado.
Visita el sitio de turismo de Cabo Verde y la web del gobierno de Cabo Verde, en portugués.
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!! Hasta Pronto !!
Carlos, desde La Coruña, España, 29 de diciembre de 2008
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