«Somos los que comemos» es una célebre frase que se atribuye al filósofo Hipócrates, y está cargada de verdad. Yo atribuyo mi salud de hierro, más de 50 años de vida sin haber estado nunca enfermo, a la alimentación de calidad, equilibrada y casera, que disfruté en Galicia durante mis 29 primeros años de vida.
Desde entonces las cosas han sido diferentes, ya que con una vida seminómada es más difícil comer bien y equilibrado, pero parece que los réditos de antes aún sirven porque puedo decir, por ejemplo, que en los seis meses que pasé en India en 2007, no tuve ningún problema de salud a pesar de comer en mercados y beber el agua que te ponen en los restaurantes.
Siempre me ha gustado probar de todo, y cuando algo me da un poco de repelús, pienso en lo que debió de sentir el primero que se comió un percebe o una centolla, y tiro para adelante. Eso sí, mis conocimientos de cocina se limitan a ser un buen comensal y pocas veces me animo a cocinar.
Sin duda alguna la dieta mediterránea es una de las más sanas que existe, y por ello me animé a hacer un curso de cocina mediterránea con degustación posterior en un aula gastronómica de Madrid, Arquestrato.
El curso, de tres horas de duración, nos permitiría aprender a elaborar cinco recetas diferentes, con la ayuda de un cocinero experto.
Las recetas a preparar eran crema bicolor, ensalada de aguacate con langostinos y polvo de kikos, pescado blanco de temporada en papillot, ternera strogonoff con reducción de módena y crujiente de albahaca y torrija avainillada con aroma de cítricos.
Para alguien como yo, que entre sus habilidades culinarias sólo puede presumir de hacer una tortilla de patatas decente, los platos a preparar parecían misión imposible, pero como el mundo es de los valientes, nos pusimos los delantales y agarramos el cuchillo, que por el tamaño parecía más de matarife que de cocinero, nos dividimos en tres grupos de 2 personas y nos pusimos manos a la obra bajo la atenta mirada de Nerea, nuestra profesora.
La sala/cocina de Arquestrato no es muy grande pero como los cursos son de hasta 12 personas, para 6 había espacio de sobra. Pensaba que mis compañeros igual sabían algo más y por lo menos habría algunos platos comestibles, pero excepto dos personas, el resto estábamos como el pinche de Ratatouille, pero sin ratón chef que nos asesorara.
A nuestro equipo nos tocó hacer las torrijas, un plato que inmediatamente me trae recuerdos de infancia, ya que mi madre las hacía con bastante frecuencia, y no sé si fue por eso, que en algún rincón de mi cerebro quedó alguna enseñanza de verlas preparar, porque nos salieron bastante ricas.
Eran el postre, y fue el plato que terminamos de preparar antes, así que nos pusimos a ayudar a nuestros compañeros. Increíblemente nadie se cortó, no quemamos nada ni acabamos con peleas a cuchillo, lo que demuestra que debe haber un ángel de la guarda de los fogones.
Consumimos los platos con unas cuantas risas, y me llevé una clara idea de que en cocina la cosa es ponerse, y si lo haces de la mano de un experto, mejor que mejor.
Ahora están de moda los cursos de cocina de todo tipo; en sitios como Madrid hay aulas espectaculares, pero muchos de ellos son bastante caros; buscando ofertas por internet se pueden encontrar cursos buenos como el que yo hice y con descuentos importantes.
El curso de cocina mediterránea que yo hice, invitado por Groupon España, es muy bueno y sale por 23€, pero hay que estar al loro con las ofertas porque algunas sólo tienen un período de 24 horas para la compra.
Las recetas detalladas las he publicado en mi nuevo blog Recetas de Mundo.
¡Hasta Pronto!
Carlos, desde Madrid, España, 1 de febrero de 2013.
Wow! que deliciosa experiencia. En México hay un programa de televisión llamado «La ruta del sabor» y el viaje se mide en experiencias culinarias, donde el «pobre» conductor del programa tiene que probar los platillos de las diversas regiones de México, para dar a conocer su universo culinario. Sin duda que los viajes y la cocina no están peleados, son parte de la vida misma.