Honduras. El país sin volcanes

El nombre de Honduras viene por las aguas profundas que se encontró Colón en su cuarto viaje de 1502 cuando surcó por primera vez sus aguas, ya que padeció un temporal de 28 días. Es el segundo país más grande de Centroamérica, después de Nicaragua, y curiosamente es el único que no tiene volcanes activos. Además, su población es pequeña, algo más de 6 millones de personas, menos que la diminuta El Salvador. Tiene 3 áreas geográficas muy diferenciadas, el interior, muy montañoso y con paisajes espectaculares, la costa del Caribe noroeste con playas de arena blanca, palmeras y cultura garifuna, y la costa del Caribe noreste, salvaje e inhabitada, llamada Mosquitia, que inspiró la obra y película «La costa de los mosquitos«, y que ha sido nombrada Reserva de la Biosfera por su gran valor ecológico.

El nombre de su moneda es el lempira, en honor al cacique indio que se rebeló contra los españoles, cuya efigie aparece en el billete de 1 lempira. En Honduras el ejército tiene una autonomía y un poder muy grandes, ya que cuentan con su propio banco, y eligen a su comandante en jefe sin la aprobación del poder Ejecutivo. En las calles de Tegus, así es como llaman para abreviar a Tegucigalpa, su capital, y San Pedro Sula, la capital financiera del país, o como sus habitantes proclaman, «la república libre de San Pedro Sula«, he visto al ejército patrullar las calles conjuntamente con la policía, en un intento de detener la ola de criminalidad que azota el país por la crisis económica.

En el autobús que me llevaba de León, en Nicaragua, a Tegus, conocí a un nicaragüense que ahora vivía en Honduras, antiguo miembro del ejercito nica y de la guardia personal de Somoza, el dictador que movíó los hilos en Nicaragua en los 70. Me comentó que a Somoza le encantaba torturar personalmente a sus adversarios. Este hombre, Genaro era su seudónimo de «guerra», había sido entrenado por los gringos, cómo no, en Panamá y en Texas. Mi estancia en Tegus, tan poco atractiva como casi todas las capitales centroamericanas, se limita al tiempo entre mi llegada y la salida del bus hacia La Ceiba, en la costa caribeña norte, de donde zarpan los barcos hacia las Islas de la Bahía, el paraíso de los buceadores de bajo presupuesto.

Una sola empresa se ha hecho con el monopolio del transporte de pasajeros entre la costa y las islas, y como suele pasar en estos casos, los precios han subido un 300%. La excusa es que el recorrido se hace en un moderno barco con aire acondicionado y que sólo lleva una hora, pero el precio es abusivo, sobre todo para los hondureños, y yo personalmente prefiero los barcos mixtos de carga y pasaje, más lentos, pero con más «sabor».

Otra incongruencia es que para ir de la isla más cercana a la costa, Utila, a Roatán, la isla vecina, hay que regresar a La Ceiba, en un recorrido que dura varias horas y cuesta muy caro, cuando en un barco directo sería menos de 1 hora. En el barco conozco a un salvadoreño que lleva 10 años viviendo en Utila, y me comenta que los 2 países más corruptos de Latinoamérica comienzan por H: Haití y Honduras.

Ha llevado una vida muy agitada, 2 años en la guerra salvadoreña, 20 años de alcoholismo, 2 balazos y varios navajazos en su cuerpo, y las muñecas llenas de cicatrices de intentos de suicidio (falsos, según él mismo me confiesa, sólo intentaba extorsionar a sus padres). Ahora está más calmado porque ha dejado el alcohol y sólo fuma canutos, algo que en esta área es bastante común y aceptado. Me comenta también que uno de sus jefes es español, de Jerez, y cuando me dice el nombre, claramente el apellido es de una de las ilustres familias de bodegueros; cuando le pregunto cómo es que ha ido a parar allí, me dice que «escapando del caballo«.

Las sospechas que me asaltaron en La Ceiba, cuando observé que tenían toda la parafernalia de restaurantes gringos (Pizza Hut, Wendy‘s, KFC, etc) en sus calles, se confirman al llegar a Utila. Lo que hace sólo 5 años era un lugar paradisíaco, sólo 2 calles sin asfaltar, y un sólo vehículo de transporte, ahora se ha convertido en un centro internacional de buceo, el más barato del mundo para certificación, y por sus calles pululan quads, motos, coches y bicicletas a velocidades vertiginosas para los escasos 3 metros de anchura. Sigue teniendo su encanto, pero se nota la presión sobre el medio ambiente que causan las necesidades de los cientos de buceadores que pasan diariamente por sus centros de buceo.

En un periódico hondureño he leído que quieren convertir las islas de la Bahía en el segundo parque marino más grande del mundo, espero que lo hagan antes de que sea demasiado tarde. Sentado en el muelle con unas aguas totalmente transparentes, viendo la puesta de sol, en una hora vi pasar flotando delante de mí varias botellas de plástico y latas, paquetes y colillas de tabaco, y en una de mis visitas a un cayo, el del las Palomas, incluso vi un colchón en el fondo de su bahía. Lo más grave de todo es que probablemente el 90% de la economía de las islas depende del turismo, y si la situación se degrada, pueden llegar a perder su fuente de vida.

Como en gran parte del Caribe, el ambiente de la zona es garifuna. La cultura garifuna se originó por el mestizaje entre los indios araucas de las Antillas y los esclavos africanos traídos hace 200 años, y su área de influencia abarca desde Venezuela hasta México, y las islas del Caribe. Hablan un inglés muy peculiar, tipo «no problem, man». En estas islas tuvo su cuartel general el pirata Henry Morgan, que en el siglo XVII trajo de cabeza a los españoles con sus continuos ataques a barcos y ciudades, incluso llegó a saquear Ciudad de Panamá, acto por el cual fue llevado ante la justicia en Inglaterra, donde el rey Carlos II, en vez de condenarlo, le nombró Gobernador de Jamaica por sus servicios a la corona inglesa.

Este cargo no le impidió seguir ejerciendo de pirata hasta 1683, año en que fue destituido por incompatibilidad entre las 2 profesiones (curioso, hoy en día nuestros políticos no tienen tantas incompatibilidades). En los momentos de mayor florecimiento, llegó a haber 5000 piratas viviendo en las islas de la Bahía; incluso hay un cayo que se llama Cayo Cochinos, porque allí mantenían sus piaras los bucaneros para alimentarse. Las leyendas sobre tesoros ocultos en cuevas son muy variadas.

De las islas me traslado a San Pedro Sula, fundada por Don Pedro de Alvarado en honor a sí mismo en 1536, con el pomposo nombre de «Villa de San Pedro de Puerto Caballos», pero por suerte su nombre derivó a San Pedro Sula, y esta última palabra significaba valle de pájaros en dialecto indio. Es la capital comercial y financiera del país, y hace un calor endiablado. Aprovecho para ver cine, ya que tengo mono después de 3 meses, y aún me echo las manos a la cabeza recordando la escena final de Hannibal, que no os pienso contar, como su director, Ridley Scott, ha suplicado.

¡¡Hasta Pronto !!

Desde San Pedro Sula, 01/04/2001
Honduras