Siempre me han atraído los deportes al aire libre, y desde jovencito he practicado senderismo, bicicleta, windsurf, natación y atletismo; además siempre me ha gustado probar todo tipo de deportes, en algunos casos para descubrir enseguida que no eran lo mío, como el voleyplaya.
Otra de mis aficiones de niño eran los documentales del comandante Cousteau y su barco Calypso, recorriendo el mundo en busca de arrecifes vírgenes y todo tipo de maravillas submarinas.
Por ello, cuando un amigo especialista en buceo me invitó a sumergirme en Coruña, no lo dudé un momento aunque siempre había pensado que al ser claustrofóbico lo de embutirte en un traje de neopreno, ponerte un lastre de muchos kilos y meterte en aguas con poca visibilidad no iba a ser lo mío.
Nos fuimos a una tranquila cala de una playa cerca de Coruña, y allí mi tocayo Carlos intentó convencerme de que ponerse toda la parafernalia de buceo, traje, chaleco, botellas, lastre, gafas y aletas quedaría compensado en el momento en que entráramos en el agua.
Así lo hicimos, bajamos hasta unos ocho metros, vi algas y más algas en las que pensé que podía enredarme y le dije a mi amigo que gracias pero que no lo había disfrutado.
Pasaron muchos años, cerca de 20, y en un evento con clientes en Jamaica había bautismo de buceo, entre otras actividades, y decidí intentarlo otra vez, con un resultado radicalmente opuesto.
Poder bucear en bañador, con una visibilidad casi ilimitada, rodeado de peces y otras especies marinas de todos los colores, formas y tamaños, que tenían unas extrañas casas en forma de corales también de todas las formas y tamaños, hicieron que me enamorara instantáneamente del buceo.
Recuerdo como si fuera ayer, y han pasado 17 años, mi primera inmersión en aguas abiertas, cuando nos pilló una fuerte corriente y nos dejamos llevar, volando en el agua como si fuéramos Superman, con los brazos estirados y girando suavemente nuestros cuerpos para cambiar de dirección.
Al terminar el evento me quedaba de vacaciones en Jamaica y lo primero que hice fue irme a Negril, en la costa norte, y sacarme el título de Padi Open Water, la organización de buceo más grande. Un año más tarde, en el primer viaje de Vagamundos por Latinoamérica, me fui a Utila, en las Islas de la Bahía en Honduras, y me saqué el Padi Advanced, que te permite descender hasta 40 metros.
Desde entonces siempre que puedo incluyo el buceo en mis viajes de vagamundos, y cuento con más de 400 inmersiones en todos los continentes excepto Antártida, porque aunque visité el continente blanco, el precio de las inmersiones era desorbitado. ¡Hasta he buceado en un lago helado a 2.000 metros de altura, en Andorra!.
Tenía una asignatura pendiente con el buceo en Galicia, así que cuando me invitaron a un viaje de turismo activo por Ferrol y su comarca, que incluiría buceo, parapente, navegación por la ría, surf y btt, además de visitas culturales y gastronomía variada, no lo pensé dos veces.
De los siete blogueros que estábamos en el grupo sólamente dos, Laura, de Meridiano 180, y yo teníamos certificación, así que mientras el resto del grupo se fue a navegar por la ría de Ferrol en un velero, nosotros nos encontramos con Kike Ocampo de Buceo Ferrol, fuimos al centro de buceo para elegir el equipo y de allí en furgoneta a una de las zonas emblemáticas de la ría, al castillo de San Felipe, uno de los dos que protegió históricamente la ría de Ferrol.
Tengo que reconocer que cuando me puse el traje completo de 7 mm con capucha, el lastre de 10 kg, y bajaba por la rampa del muelle camino al agua caminando como un muñeco Michelin pensaba que estaría mucho mejor navegando en el velero con una cerveza en la mano, pero la pasión que pone Kike en lo que hace enseguida me contagió.
Esquivamos los sedales de los pescadores que había en el muelle, nos pusimos las aletas con la ayuda de Kike e hicimos las comprobaciones de seguridad antes de sumergirnos, a poca profundidad ya que no dejaríamos la zona de San Felipe, en busca de la fauna local.
Sabía que no íbamos a ver corales, aún falta mucho para que el calentamiento global permita que crezcan corales en Galicia, pero lo que vimos tenía una belleza muy «gallega», con cientos de vieiras tapizando el fondo, e incluso pudimos asistir en directo a una épica lucha entre una vieira y una estrella de mar que pretendía comérsela (no me extraña, es uno de mis mariscos favoritos), pelea que terminó con la vieira poniendo el turbo y escapando a toda pastilla. También vimos varias sepias, peces pequeños y por supuesto algas, y salimos encantados de nuestra inmersión.
La experiencia de parapente en tandem, aunque no era una novedad para mi, también fue extraordinaria, ya que nunca lo había hecho en Galicia y nunca había volado sobre el mar. Nos dirigimos a Ponzos, una de las varias zonas de parapente de la costa Ártabra, que varían en función de la intensidad y dirección del viento, pero que tienen en común que siempre están cerca del mar, como el Monte Ventoso y Doñinos, San Cristóbal, Cabo Prior y playa de Esmelle.
Íbamos a volar con Diego de Parapentelandia, uno de los pilotos con más experiencia de Ferrol y miembro del Club Parapente Ferrol; varios del grupo no habían volado nunca en parapente y tenían cierta aprensión, así que cuando Diego preguntó quien sería el primero, aproveché para «colarme». Me dio un palo selfie con una pequeña cámara 360º que hizo las espectaculares fotos que veis volando con el parapente.
Saltamos desde Monte das Lagoas, cercano a la playa, con el faro de Cabo Prior de fondo y un cielo medio nublado que auguraba una preciosa puesta de sol, como así fue.
Estuvimos sobrevolando la zona, pero no encontramos una térmica para regresar al punto de despegue, asi que después de unos tirabuzones, «derrapajes» aéreos y piruetas varias, aterrizamos suavemente en la playa, donde nos recogieron para llevarnos de vuelta al punto de partida.
El resto de la tarde lo pasamos en el monte viendo como el sol de principios de junio descendía lentamente, como si no quisiera hundirse en el mar.
Diego salía una y otra vez a volar con tanta maestría que con el resto de compañeros sí pudo aterrizar en el monte, con lo que ganamos tiempo y pudimos disfrutar a tope de las vistas sobre la costa Ártabra, parafraseando al poema de la Canción del Pirata, «Cabo Prior a un lado, al otro Punta Frouxeira, y allá a su frente el Atlántico».
Aunque nunca me he atraído, salvo para hacer fotos, el surf, era otra de las actividades del programa, y por probar no se pierde nada, así que nos dirigimos a The Camp, uno de los campamentos surferos de Ferrol, cerca de Doñinos, en una casa antigua de piedra muy bien rehabilitada, tipo hostal, con habitaciones comunitarias y unas 40 plazas.
Nos pusimos los trajes de neopreno, escogimos las tablas según la experiencia, en mi caso nula, y nos fuimos a Doniños, una amplia playa que es perfecta para la iniciación en el surf.
Después de unas clases teóricas básicas sobre la técnica de remar, enfilar las olas, y sobre todo la manera de ponerse en pie sobre la tabla, fuimos al agua e intentamos surfear alguna de las olas.
Pensaba que el haber practicado mucho windsurf sería una ventaja, por lo del equilibrio sobre la tabla, pero estaba equivocado, son dos deportes que no tienen nada que ver.
Por ganas y empeño que no quede, porque estuve más de una hora en el agua y lo más que conseguí es lo que veis en la foto, hacer el perrito sobre la tabla, así que me quedó claro que, al igual que el volley playa, el surf no es lo mío.
Puedes ver en los enlaces todas las fotos y videos, incluyendo la lucha a muerte de la vieira y de la estrella de mar, de #FerrolActivo, y para organizar tu visita, ya sea de turismo activo, o turismo tradicional, visita las webs de Turismo de Ferrol y Turismo FerrolTerra, y en Maravillas de Galicia puedes ver la ruta detallada en fantásticas fotos de mi buen amigo y gran fotógrafo Jose Lourido.
¡Hasta Pronto!
Carlos, desde Madrid, 26 de julio de 2016
ALUCINANTE!!!