El Trekking Monástico en Sikkim
Sikkim es probablemente el estado menos visitado de la India, aparte de aquellos como Cachemira que padecen problemas geopolíticos por su cercanía a países «hostiles» como Pakistán.
En los últimos años Sikkim ha vivido sus «15 minutos de fama» gracias a que la situación política en Nepal ahuyentó de este país su principal fuente de ingresos, los senderistas, y mucha gente buscó alternativas en otras zonas del Himalaya, como Sikkim.
Una vez retornada la normalidad a Nepal por el acuerdo firmado entre la guerrilla maoista y el gobierno nepalí, la gente ha vuelto en masa a realizar los trekkings más populares, como el Annapurna.
Al llegar a Pelling confirmé que mi decisión de no ir a Nepal había sido la correcta, porque una vez más me encontré bastante gente que venía de allí y comentaba lo caros y masificados que estaban los principales trekkings.
Pelling es un pequeño pueblo ubicado en las faldas del Himalaya, no bonito precisamente, ya que se desparrama al borde de la empinada carretera con edificios de cemento poco agraciados, la mitad de ellos hoteles, pero la fealdad arquitectónica se compensa con la calidez de la gente y una privilegiada ubicación, desde la que puede ver en toda su magnitud la ristra infranqueable de montañas del Himalaya, concretamente uno de los 14 ochomiles que hay en la Tierra, el Kanchenjunga, de 8586 metros y por ello la tercera montaña más alta del mundo.
En realidad en el Kanchenjunga hay cinco picos de más de 8.000 metros, pero son cimas secundarias y por ello no cuentan para la lista de los 14 ochomiles, todos ellos en el Himalaya.
La siguiente montaña más alta del mundo, el Aconcagua, no alcanza los 7.000 metros, lo que da una idea de la majestuosidad del Himalaya, ya que este tiene 38 picos de más de 7.000 metros.
El nombre Kanchenjunga significa «cinco tesoros de la nieve» por los cinco picos antes mencionados, y geográficamente se encuentra ya en Nepal, aunque desde Pelling se ve tan cerca que casi parece que en una caminata de pocas horas puedes alcanzarlo.
Llegué de noche y por lo tanto no pude apreciarlo hasta que me levanté al día siguiente. Había elegido el hotel Garuda, nombre del ave mítica asociada al hinduismo y al budismo de India, Tíbet y sureste asiático, porque es un punto de encuentro de senderistas y porque desde su terraza se tiene uno de los puntos privilegiados de observación del Kanchenjunga, de hecho varios hoteles de Pelling presumen de tener la vista más elevada del Kanchenjunga, por lo que no les debe funcionar bien el GPS.
Conseguí una habitación individual por 100 rupias, menos de 2€.
En la terraza encontré al amanecer a un japonés con el que había coincidido el día anterior en el autobús y que me había parecido un poco raro, ya que no hacía más que preguntar a todo el mundo por el Kanchenjunga, como si tuviera miedo de pasarse de parada, algo a todas luces imposible.
Verlo a las 6 am enfundado en una manta, escrutando la espesa capa de niebla que impedía ver nada, me confirmó que estaba como una cabra. Bajé a desayunar un nutritivo desayuno montañés.
Cuando regresé a la terraza 1 hora después el japonés seguía impertérrito mirando a la niebla, así que lo dejé solo.
Decidí ir a visitar el monasterio Pemayangtse, a sólo media hora caminando desde Pelling, y a unos 2500 metros de altitud (Pelling está a 2.200).
El nombre Pemayangtse significa literalmente «lotus sublime y perfecto» y es uno de los monasterios budistas más importantes de Sikkim, fundado en 1705 por la secta Nyingma-pa.
Es un edificio de tres plantas delicadamente restaurado, que alberga en el tercer piso una maqueta en madera, de 7 pisos, de la morada de Guru Rimpoche, con arco iris, cientos de figuras y toda la parafernalia budista, un poco kitch a ojos occidentales.
Las paredes están cubiertas de murales con escenas de la vida de Buda.
Pelling fue el único lugar que encontré en India donde Internet era lento y caro, ya que en los hoteles la conexión era cuasi imposible y había que ir a la oficina del distrito, a 3 kilómetros de Pelling, donde tenían un aula de informática que se podía usar fuera de horario de clases.
La oficina del distrito es un edificio enorme recién pintado y limpio, pero cuando fui al baño descubrí que probablemente no había sido limpiado nunca, ya que este oficio sólo lo ejercen los intocables, y los hindúes prefieren hacer sus cosas entre la mierda antes que tocar una escobilla, una de esas cosas que son absolutamente incomprensibles de la India.
Al regresar al hotel, me recordaron que no había firmado el libro de registro la noche anterior, y al hacerlo vi que estaba alojada una chica de Barcelona, Montse, y me fui al restaurante a ver si la reconocía (viajando sólo y de mochilero se desarrolla el instinto de reconocimiento de nacionalidades por cosas tan sutiles como el corte de pelo, el acento al hablar en inglés, y, en el caso de los canadienses, vascos y nórdicos, por su bandera cosida a la mochila).
Enseguida la encontré, me contó que venía de Nepal y que pensaba comenzar al día siguiente el trekking monástico, así que me apunté al grupo, compuesto además de 3 chicas de Israel y un británico.
Uno de los inconvenientes de las habitaciones baratas es que no tienen baño privado, y si a ello añades que sin lentillas veo menos que un topo de la ONCE, cuando me levanté a las 5 am con cierta urgencia para ir al baño, el resultado fue que tropecé en el pasillo y me fui de cabeza y, de rebote, de rodilla contra la pared, que por lo menos era de madera y no de cemento.
El impacto me dejó un buen chichón y la rodilla dolorida, así que decidí saltarme la primera etapa del trekking, un auténtico sube y baja, e irme en jeep hasta el lago Khecheopalri, a 27 kilómetros de Pelling.
Esta vez el amanecer en Pelling fue claro y me permitió ver el Himalaya reluciendo con sus nieves perpetuas bajo los rayos del sol, pero al japonés no le vi el pelo, igual estaba ya en la cima viendo el amanecer.
Al mediodía salió el jeep a Khecheopalri, en el que iban también las chicas de Israel y Neil, el británico, además de Jamie, otro inglés que parecía aspirante a monje budista por su indumentaria y cabeza rapada.
En la carretera a Khecheopalri nos encontramos con varios senderistas agotados por el esfuerzo de subidas y bajadas contínuas y peligrosas, y aunque 27 kilómetros no son demasiado para una etapa, a estas se les suele llamar «rompepiernas», peores que una en ascenso contínuo, así que me alegré de haberme rajado porque mi rodilla no estaba para excesos.
Khecheopalri es uno de los lagos más sagrados de Sikkim, rodeado de un espeso bosque y lleno de banderas budistas de oración.
Nos alojamos en el refugio de senderistas, a 500 metros del lago, por 1€, y comimos en uno de los chiringuitos al borde de la carretera.
Allí conocí a una pareja que estaba dando la vuelta a la India en una Enfield, una moto mítica de origen británico fabricada en India, que sigue siendo la más apreciada (y barata) para hacer grandes rutas por Asia, uno de esos viajes románticos que cada vez son más difíciles de hacer en este mundo globalizado.
Casi todos los usuarios de las Enfields coinciden en que son difíciles de manejar y un poco toscas pero que no las cambiarían por nada.
La anécdota de este encuentro fue que le comenté al conductor que había visto el día anterior en Pelling a un loco con una guitarra colocada transversalmente como equipaje en una moto, que doblaba el ancho de la misma y la hacía muy peligrosa para circular por las estrechas carreteras de Sikkim.
Después de decirlo, me miró y dijo: «¡era yo!», lo que provocó en mi un gesto de «tierra trágame», pero cuando dijo «y un poco loco sí estoy», nos reímos todos.
Me levanté al amanecer y el Kanchenjunga asomaba por entre los picos todavía en sombra, con la nieve refulgente, y estuve un rato en el jardín imaginándome en su cima, mirando en esa dirección y a lo mejor pensando en el rico desayuno que tomaría si estuviera en el refugio.
A tan temprana hora, 6 am, ya estaba toda la familia del albergue en pie, y 2 niños se dedicaban a limpiar el arroz lanzándolo al aire en una criba.
Volvimos al lago antes de comenzar la segunda etapa del trekking, y fue una mala decisión, ya que el camino del trekking monástico desde el albergue estaba bien señalizado, y en cambio desde el lago tenía bifurcaciones sin marcas.
Nos equivocamos en un cruce y el resultado fue más de una hora de camino innecesario y peligroso de subida y bajada hasta que nos encontramos a un señor en sentido contrario que nos indicó con gestos claros que ibamos al revés.
Montse y yo habíamos dejado atrás a las israelies, que se ahorraron parte del camino equivocado, pero no sé si por enfado o miedo a perderse de nuevo, decidieron no continuar, por lo que nos quedamos sólos Montse y yo camino de Yuksom.
Seguimos subiendo y bajando colinas, cruzando ríos, cascadas y puentes por una naturaleza casi virgen, con pocas viviendas y carreteras a duras penas asfaltadas y con muy poco tráfico.
La temperatura era muy agradable y las mariposas revoloteaban a nuestro alrededor.
Las colinas habían sido modificadas por la mano del hombre para hacer cultivos en terrazas que permitieran aprovechar el terreno al máximo.
En la última parte de la etapa decidimos tomar un atajo por la montaña para ahorrarnos algún kilómetro, pero se me acabó la gasolina en el empinado camino.
Le dije a Montse que continuara sola; sé la remora que significa que alguien que no va fino y tenga que pararse continuamente rompa el ritmo a los que van caminando bien.
Montse venía de hacer el Annapurna en Nepal y por lo tanto estaba en mucha mejor forma que yo, así que nos despedimos hasta Yuksom, a donde llegué con una hora de retraso.
Nos alojamos por 1€ en el dormitorio de ocho camas de un albergue, pero como estábamos sólos, era casi un hotel de cinco estrellas (bueno, contando las del cielo), y bajamos a tomarnos una buena cerveza a una terraza donde todavía daba el sol.
Estaba llena de gente a punto de comenzar o que acababa de terminar el otro trekking más famoso de Sikkim, el que va a la base del Khang-chen-Dzonga, en nepalí, o Kanchenjunga en occidental, a 4.000 metros de altitud (Yuksom está a 1.700).
Cuando encuentro a un gallego en lugares remotos siempre me acuerdo de la canción «hay un gallego en la luna» de Os Resentidos, porque, exagerando un poco, seguro que hasta Neil Armstrong tenía raíces gallegas.
Yuksom no podía ser menos, y allí estaba una señora de Marín, Pontevedra, de casi 60 años y experta en el Camino de Santiago, acompañando a su hijo, que trabajaba en la embajada de España en Delhi y estaba de vacaciones.
Habían terminado el trekking y la señora estaba exhausta pero feliz porque pensaba que no iba a poder acabarlo, mientras que su hijo echaba pestes de su trabajo en Delhi, o más bien de la ciudad de Delhi.
Como norma no me acerco a las embajadas españolas por el mundo adelante, y espero no tener que hacerlo nunca, ya que sería señal de que he tenido algún problema grave.
Salvo honrosas excepciones, casi todos los funcionarios españoles que trabajan en embajadas del tercer mundo consideran su destino como un castigo poco menos que divino y descargan sus frustraciones en los compatriotas que tienen la suerte de estar allí sólo de vacaciones o por viaje de negocios, pero que van a retornar pronto a la Madre Patria, como bien sabemos todos «el país donde mejor se vive del mundo mundial».
He conocido gente que ha tenido graves problemas y han sido ignorados completamente por los que se supone son sus representantes en el extranjero, pero, eso sí, si el problema es suficientemente grave como para que aparezcan los medios de comunicación, entonces el cónsul o el embajador están siempre ahí para la foto.
El caso más reciente que recuerdo es el de la gallega que en su luna de miel fue detenida en 2006 en el aeropuerto de Cancún por llevar material explosivo en la maleta, algo que todo el mundo sabe que cualquier pareja en luna de miel lleva para mantener una relación «explosiva».
Si los medios de comunicación no se hubieran volcado en su caso, seguro que seguiría pudriéndose en una cárcel mexicana, y no podría haber sido la «explosiva» portada de la revista Interviú.
Regresando al trekking después de esta digresión que me ha garantizado un puesto privilegiado en el ranking de los que no serán atendidos por la embajada española de cualquier país en caso de problemas, en cuanto se puso el sol la temperatura bajó rápidamente en Yuksom y fue la excusa perfecta para irse pronto a la cama; a las 10 pm estaba ya cortando troncos.
La tercera etapa, de Yuksom a Tashiding, la hicimos por carretera para evitar las subidas muy empinadas, y aunque pensé que los 20 kilómetros iban a ser muy aburridos porque no me gusta caminar por asfalto, el poco tráfico, la hermosa naturaleza, y sobre todo los grupos de colegiales de uniforme que al vernos nos saludaban y posaban para las fotos, hicieron que el camino fuera muy agradable.
Tashiding tampoco es un pueblo bonito, con 2 calles que se entrecruzan, pocas casas y menos albergues, concretamente encontramos 2, uno de ellos casi «secreto» porque no tenía cartel en ningún idioma.
Allí nos alojamos porque comimos en el restaurante y a base de señas, porque no hablaban inglés, les hicimos ver que buscábamos habitación y nos alojaron en la planta de arriba, que parecía un homenaje a Hello Kitty porque el tono predominante era el rosa, y las almohadas, sábanas y colchas de encaje le daban el toque final.
Nos dimos una buena siesta de 2 horas en la que milagrosamente no soñé con gatos, y dejamos la visita al monasterio para el día siguiente al amanecer.
Cenamos en un lugar que parecía la casa particular de una familia, sentados en la cocina cerca del fuego mientras preparaban la cena, y luego pasamos a un comedor con «sorpresa», ya que en la habitación de al lado había decenas de niños cantando canciones infantiles en inglés.
Supongo que es la manera en que les enseñan el idioma.
Compartimos mesa con una pareja compuesta de japonesa e inglés, que vivían en Delhi.
Él daba clases de inglés en el British Council y ella trabajaba para una compañía nipona, y su actitud y las historias que nos contaron contrastaban con las del español que conocí en Yuksom, ya que, sin dejar de reconocer que Delhi era una ciudad bastante dura para vivir, aprovechaban al máximo la oportunidad de conocer una cultura muy diferente a la tuya y veían «la botella medio llena».
A las 5h30 am estábamos en pie, y los 45 minutos de subida al monasterio pasaron en un suspiro porque el día amanecía glorioso y las vistas desde la perfecta colina cónica donde se asienta el monasterio en su cima eran fantásticas.
No menos fantástico era el monasterio y las ceremonias que en él vimos.
De acuerdo con las escrituras budistas el gurú Padmasambhava bendijo la sagrada tierra de Sikkim en el siglo VIII desde este lugar.
El monasterio fue construido en el siglo XVIII por Ngadak Sempa Chempo, uno de los tres lamas que consagraron al primer chogyal, que significa «el rey que gobierna con justicia», en Yuksom.
En el monasterio se indica que fue fundado en el 1641, siglo XVII, pero que fue ampliado y renovado por el tercer chogyal, Chador Namgyal, en el siglo XVIII.
El monasterio se compone de varios edificios donde los monjes moran, trabajan y rezan, y por todas partes se ven miles de banderines de oraciones.
Varios ancianos y ancianas subían esforzadamente, apoyados en bastones, el camino al monasterio y su edad parecía milenaria por las profundas arrugas que surcaban sus rostros, pero su fe y su voluntad les llevaba hasta la cima de la colina.
Arriba, varias señoras con molinillos de oración daban vueltas a la estupa principal, ataviadas al estilo nepalí pero coquetamente combinadas con calcetines y calzado de color fosforito.
Después de un buen rato haciendo fotos, vimos a dos señores observando una ceremonia budista que consistía en unos rezos e invocaciones que terminaban tirando al aire lo que parecían virutas.
Nos pusimos a hablar con ellos y eran vascos, uno con aspecto enjuto y de caminante experimentado, con un GPS que nos decía que estábamos a 1.320 metros de altitud, y el otro bonachón y orondo, con cabeza afeitada y suaves maneras que le otorgaban gran similitud con Buda.
Descendimos ligeros la colina en busca de un merecido desayuno, pero estaba cerrado el restaurante y decidimos regresar a Pelling en el jeep que supuestamente salía a las 7h30, pero que salió una hora más tarde.
Para más Inri no nos llevó a Pelling, porque era domingo, sino a Legship, donde tuvimos que tomar un bus a Geyzing, y luego una combi desde Geyzing hasta Pelling, 2 horas en total para unos 40 kilómetros.
Nuestro trekking había sido casi circular (hay gente que desde Tashiding continúa durante 2 días más caminando para regresar a Pelling), aunque hay que bajar 1.000 metros y subir unos 1.500.
Nos volvimos a alojar en el Garuda y desayunamos al sol en una terracita con buenas vistas sobre el Kanchenjunga,
De regreso al hotel nos encontramos con un grupo mixto hispano-argentino y de nuevo con los dos vascos, que nos contaron que habían regresado a Pelling en coche, a pesar de que pensaban hacerlo andando, gracias a un fortuito encuentro con una persona a la que habían conocido en otro trekking.
En la charla que tuvimos confirmé que si no era Buda reencarnado estaba muy cerca, ya se sabe que los de Bilbao nacen donde les da la gana.
Al día siguiente me marché de Sikkim con el sentimiento de haber estado en un lugar que me había ofrecido mucho más de lo que podía esperar, con gentes amables y cordiales, sin ruido, aglomeraciones y la contaminación como del resto de la India, y con paisajes de ensueño enmarcados por el gran gigante blanco, el Himalaya.
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Visita la web de turismo de Sikkim y Trip to Sikkim.
Si quieres saber más sobre Sikkim consulta wikipedia.
Visita la web oficial de turismo de la India para saber más sobre el país.
¡¡ Hasta Pronto !!
Carlos
Desde La Coruña, 4 de octubre de 2007
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