El Mecánico del Jardín Botánico
No es que haya cambiado de profesión, es que he visitado el Jardín Botánico de Río de Janeiro, y me he quedado bloqueado en un baño público que estaba en una zona poco frecuentada del parque, así que las posibilidades de rescate eran remotas. Por suerte llevaba mi navaja multiusos, y con paciencia desmonté la cerradura del baño y pude salir; no la volví a montar para que no se quedara bloqueado el siguiente visitante.
Quitando este pequeño incidente, el Jardín Botánico de Rio es fantástico, con más de 6.500 especies repartidas en una superficie de 54 hectáreas (unos 100 campos de fútbol). Tiene además una biblioteca especializada con más de 32.000 volúmenes de botánica.
La inauguró el principe regente D. João VI en 1808, y se abrió al público en 1.822, durante el reinado de Pedro I, y en 1991 fue nombrado reserva de la biosfera por la Unesco; es colindante con la floresta de Tijuca, el bosque urbano más grande del mundo, que es muy visitado por los cariocas, ya que de su pico más alto, la Tijuca, las vistas de Rio son espectaculares; está muy bien señalizado, con senderos que te llevan a las distinta zonas del parque, con cascadas, zonas de árboles tropicales, y varios morros para subir. Lo que no estaba muy concurrido era el jardín botánico, quizás por el calor, o por que los brasileños están rodeados habitualmente de vegetación exuberante y no les llama demasiado la atención.
A pesar del fuerte calor, unos 37 grados a la sombra (al sol ni sé porque durante el desayuno en el hostal, a las 8 a.m., puse mi reloj con termómetro al sol, y en 15 minutos pasó de 30 a 50 grados), prácticamente lo recorrí entero.
Me gustó especialmente el orquidiario, con más de 700 especies diferentes, el lago Frei Leandro, con nenúfares tan grandes que podrían sostener a una persona, el invernadero de plantas insectívoras, que se alimentan exclusivamente de insectos atrayéndolos con sus colores llamativos y formas sensuales, ¡¡ me suena!!, el jardín sensorial, con los rótulos en Braille, adaptado para que los deficientes visuales puedan tocar y oler las plantas, el paseo Barbosa, con palmeras de más de 30 metros, y la región amazónica, llena de especies autóctonas de esa área, sólo faltaban los indios yanomani.
También me gustó lo que llaman espaço Carlos Jobim, dedicado al inmortal músico compositor de A Garota de Ipanema y tantas otras canciones maravillosas. A Garota de Ipanema es la segunda canción más versioneada del mundo, despúes de Yesterday de los Beatles.
En cambio, lo que no me gustó nada fue el jardín japonés, parece que la filosofía Zen y el minimalismo están reñidos con la desbordante naturaleza y sensual estilo de vida brasileiro, agravado porque el jardín está ubicado cerca de las verjas que delimitan el parque, con lo cual el ruido del tráfico es muy intenso, algo que no encaja con la paz y armonía que se suele respirar en los verdaderos jardines japoneses.
Al final de mi visita fui a una exposición de un pintor japonés en el centro de visitantes del parque, con cuadros multicolores llenos de luz y vida, realmente preciosos.
Después de la exposición y las varias horas de recorrido, mi cuerpo me pedía descanso, y me desplomé en el Café Botánico, un recoleto lugar situado detrás del centro de visitantes, donde me senté a pensar en todas las maravillas de la botánica que había visto, y que poco cuidamos estas cosas en España, cuando otro tipo de maravilla llamó mi atención, una mulata preciosa que brillaba con luz propia, con una sonrisa de las que te derrite más que los 40 grados de temperatura y unos ojos que llevan en la mirada la llamada de África.
Estas bellezas me reafirman en mi teoría de que la mezcla de razas es lo mejor que existe, en mi opinión las razas puras son demasiado anodinas, y una persona 100% nórdico o ario no me resultan atractivos, mientras que en países como Cuba y Brasil, los que más se han mezclado las razas autóctonas con los negros traídos de África como esclavos, y los europeos que los colonizaron, dan como resultado unas pieles sedosas de una gama de colores infinita, unos cuerpos realmente espectaculares, como esculpidos por la mano de Miguel Ángel, y unos rostros en los que se mezclan miradas felinas, dentaduras perladas, y unas melenas azabache que ponen la guinda perfecta a un monumento de la naturaleza.
Parece que el calor tropical empieza a derretirme el cerebro y las pocas neuronas que tengo.
¡¡ Buff !!
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¡¡ Hasta Pronto !!
Desde Rio de Janeiro, 4 de enero de 2003
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