Desde la cima de Australia hasta Melbourne.
Ha sido una semana muy intensa, medio perdido por las montañas más altas de Australia, y por eso no he podido actualizar vagamundos.net. Otra razón es que en muchos sitios la única conexión posible a Internet es con lo que llaman quioscos Internet, que no permiten subir las fotos, ni escribir los caracteres españoles, así que para mí es como si no existieran.
En Australia se han quedado en el aire 2 de mis teorías sobre Internet, ya que en mis viajes he visto que cuanto más desarrollado es un país más universal y barato es el acceso a Internet.
En Latinoamérica y Asia esto se cumple a rajatabla, pero en Australia me he encontrado con un país en el que hasta los niños de 8 años tienen teléfono móvil, pero en muchos sitios no hay Internet, o si lo hay es carísimo; he llegado a pagar hasta 6 Euros ($US 5) por hora de conexión, lo que me está descabalando el presupuesto (ahora es cuando tocar decir que los lectores de vagamundos.net merecen el sacrificio de pasar hambre)
Esta semana he estado en la cima del monte más alto de Australia, lo que queda muy bien, pero la realidad es que sólo tiene 2.220 metros. Está situado en el interior, en Nueva Gales del Sur, cerca de un pueblo alpino llamado Thredbo, que en invierno es muy popular por sus pistas de esquí, y se llama Monte Kosciuzco.
El resto del año es también muy visitado por los senderistas, ya que a su alrededor hay decenas de caminos bien marcados que van desde paseos por el río, hasta valles, montañas, y el cordal de la cordilera.
Thredbo está a 1.290 metros de altitud, lo que facilita la subida; por si fuera poco, mucha gente toma la silla de esquí hasta los 1.900 metros, con lo que sólo tienen que subir 300 metros y caminar 12 km para ver Australia a sus pies; con estas facilidades, os podeis imaginar que en la cima casi no se cabe, hay desde niños de 4 años hasta abuelos que no cumplían los 70.
Yo no hice «trampa», sino que partí desde el pueblo, y subí los 1.000 metros de desnivel pasito a pasito; la primera parte transcurre entre bosques y pistas de esqui que en verano parecen cicatrices en la montaña, y sólamente me vi inmerso en la riada humana de los últimos 300 metros, un camino que transcurre por una planicie con muy poca pendiente, y que para evitar la erosión de tanto caminante, va sobre una pasarela de metal todo el tiempo, un trabajo que debió ser bastante arduo, ya que la pasarela se va adaptando a las irregularidades del terreno, no han separado ni una roca, sino que han cortado el metal, ¡¡ increíble !!.
De regreso de la cima, veo un camino que parece poco frecuentado, miro el mapa, se llama «Dead Horse Gap», el «hueco del caballo muerto», y decido tomarlo, aunque son 12 Km. extras y amenaza lluvia. No me arrepiento de la decisión tomada, porque el camino es muy diferente, primero va entre formaciones rocosas muy extrañas, y en cuanto desciende a la línea de árboles, estos tienen unas formas muy curiosas; un fotógrafo australiano me dijo después que los árboles australianos tienen todos su propia personalidad, y parece que es así, porque se retuercen, sus ramas van en todas direcciones, y al menos en este lugar tienen personalidades muy tortuosas. También hay muchas flores silvestres de todos los colores, porque aquí el florecimiento es tardío por las bajas temperaturas.
Despues de 6 Km. de bajada contínua, llego al nivel del río, y acelero el paso porque las nubes son cada vez más negras; 1 hora y 6 km después, cuando entro en el pueblo resoplando porque no he parado ni para beber, el cielo se desgarra y cae una tromba de agua enorme; sólo faltan 5 minutos para que llegue al hostal, y decido no ponerme el chubasquero ni el forro a la mochila, pero el agua cae con tanta fuerza que me empapo en un santiamén.
En todo caso ha valido la pena el esfuerzo extra, porque en más de 2 horas sólo me he encontrado con una persona que iba corriendo ¡¡ monte arriba !!. Luego me enteraré que en la costa las lluvias han sido tan fuertes que ha habido desbordamientos e inundaciones, para contrastar con los incendios forestales de hace una semana.
Mi siguiente parada (y fonda) fue en Merimbula, un pueblo en la costa parecido a Narooma, y al que llegué haciendo autostop de nuevo; es muy fácil que te paren aquí, al menos esa es mi experiencia, debo tener cara de buena persona, porque me han parado familias, parejas, mujeres sólas, granjeros, hippies, surfistas, etcétera, todo tipo de personajes, excepto el típico «propietario-de-4×4-Michubichi-de-300Cv-impoluto-y-de-cristales-oscuros», que como sabemos son una clase aparte en todo el mundo, y que abunda bastante por aquí.
Después del descanso en Merimbula, me fui a Mallacoota, otro pueblo de pescadores, pero a mí lo que me interesaba son los senderos que transcurren por acantilados del Parque Nacional de Croajingolong. Para calentar motores me doy un paseo de unos 10 km. por el pueblo y su playa, cómo no, de varios kilómetros de largo, y al día siguiente voy al parque; está a 15 km. del pueblo, y como es una carretera asfaltada, hago dedo; enseguida para Rusell, un australiano que trabaja en el aeródromo (cualquier pueblo aquí dispone de aeródromo, muchos granjeros tienen avionetas porque la tienda más cercana se encuentra a veces a cientos de kilómetros), y me acerca hasta allí, e incluso me indica un atajo atravesando las pistas para ganar 2 km. en el camino al parque; se me hace raro caminar por la pista de un aeropuerto, y continuamente miro hacia arriba a ver si alguna avioneta quiere aterrizar en mi cabeza (debe ser el síndrome 11-S).
Al otro lado de la verja, me encuentro ya en pleno Parque Nacional, y el sendero de Shipwreck realmente vale la pena, transcurre entre bosques y lo que aquí llaman bush (no tiene nada que ver con el presidente USA), matorrales, muchas veces más altos que una persona, y que a veces son difíciles de cruzar; cada poco rato el sendero se acerca a una playa de las que te quitan la respiración: arena blanca, acantilados, y el mar batiendo fuerte; casi todas las playas tienen un lago interior, que a veces es un río que desemboca allí y se lo traga la arena.
Al mediodía el calor es opresivo, y medio despistado, estoy a punto de pisar lo que parece una rama atravesada en el camino, hasta que me doy cuenta que por su color, gris oscuro, no puede ser otra cosa que una serpiente; me quedo con el paso a medias, y reculo un poco porque estoy a medio metro; no sé donde tiene la cabeza, porque es más ancha que el camino; cuando enciendo la cámara para hacer una foto, se desliza rápidamente y desaparece de la vista, debía medir casi un metro; en 6 meses que pasé en Africa hace unos años sólo vi una serpiente, está claro que en Australia no hay que tomarse a broma la fama de tener más serpientes, más arañas, y más animales letales que en el resto del mundo.
Me quedo sin hacer la última parte del camino, porque el mapa indica que no está señalizado (¿no sería más fácil poner una señal?), y aunque intento meterme en la maleza, los arbustos de spiniflex son cada vez más altos e impenetrables, y corro el riesgo de perderme o atascarme, así que me quedo sin ver las «vistas de los acantilados que le dejarán sin respiración», como reza literalmente el folleto, pero yo ya me he quedado sin respiración entre el calor y el esfuerzo realizado, así que doy media vuelta.
Para compensar, me acerco a la playa y me pego un baño naturista (o sea, en pelota picada) con las olas masajeándome todo el cuerpo; es una delicia, y después de secarme y secar las empapadas ropas al sol, tomo el camino de regreso, donde veo el mismo tipo de lagarto que encontré en Pebbly Beach, el Guana, que rápidamente sube a un árbol a 6 metros de altura, y se ubica en el lado contrario al que estoy.
De Mallacoota a Melbourne hago una parada en Lakes Entrance, un apacible lugar que tiene una interesante historia sobre ecología y la estupidez humana, pero que os contaré otro día.
En este enlace podéis ver todas las fotos del viaje de 6 meses en 2002 por Australia y Nueva Zelanda
¡¡ Hasta Pronto !!
Desde Melbourne Australia, enero 2002
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