El Faro del Fin del Mundo
Hace 2 años terminaba la primera etapa de «La vuelta al mundo en 80 cybercafés», 6 meses de periplo por Latinoamérica, y culminaba el viaje simbólicamente en el faro del Finisterre gallego, Fisterra o Finis Terrae, el fin de la tierra conocida en los tiempos antiguos, el punto más occidental de Europa y para muchos verdadero final del Camino de Santiago. La elección del lugar no fue caprichosa, los faros siempre me han fascinado, quizás por vivir en la ciudad que alberga el faro más antiguo del mundo en funcionamiento, la Torre de Hércules de La Coruña, propuesta como Patrimonio de la Humanidad.
En estos 2 años de vagamundos profesional he podido visitar otros 2 lugares considerados Fin del Mundo, como son el faro de Byron Bay en Australia, el punto más al este del continente austral, y el Faro del Fin del Mundo en la isla de los Estados, cerca de Usuahia, en Tierra de Fuego Argentina. La profesión de farero siempre me ha parecido extraordinaria, y más de una vez he pensado que cuando detenga motores, no me importaría pasar el resto de mis días en un faro, a ser posible en una isla. En Australia es un trabajo de voluntarios, y hay lista de espera para poder pasar unos meses trabajando en un faro, muchas veces en solitario.
La de farero es una profesión en extinción, ya que la mayoría de los faros se han automatizado, sólo son visitados por técnicos de mantenimiento, y los faros modernos, o radio faros, se encuentran a cientos de kilómetros de la costa.
Es muy triste ver como muchos faros están descuidados, abandonados, y me parece una metáfora del mundo en que vivimos, en el que cada vez es más difícil encontrar una luz que nos guíe; me recuerda una escena de una película de Werner Herzog, el Corazón de Cristal, con 4 personajes escrutando el horizonte en una isla perdida en el océano, los guardianes del Fin del Mundo, y uno de ellos predice: «estoy mirando a la distancia, hasta el Fin del Mundo, y antes de que acabe el día llegará el final: primero se derrumba el tiempo y luego la tierra. Las nubes se enfurecen, la tierra hierve después. Esa es la señal, el principio del fin». Trágicamente hermoso.
Hace años visité también el Cabo de Buena Esperanza en Sudáfrica, cercano a Ciudad del Cabo, como su propio nombre indica, y allí también hay un faro del fin del mundo, en Cape Point, desde donde se aprecia perfectamente la titánica lucha entre los océanos Atlántico e Índico, que chocan, se abrazan, bailan, se golpean, y mezclan sus colores en una batalla de poder incruenta salvo si te encuentras navegando muy cerca. Toda la zona, unas 8.000 hectáreas, está protegida como parque nacional, con el nombre de Península del Cabo, por donde campan libremente los babuinos, los pingüinos Jackass, y miles de aves como albatros, petreles, cormoranes, y decenas de otras especies.
En mi último viaje a la Antártida tuve el privilegio de doblar (es el término marinero que se usa) el cabo de Hornos 2 veces, lo que me daría derecho, según la tradición marinera, a llevar 2 aretes en mis orejas, privilegio que declino. La primera vez no puedo decir que fuera precisamente agradable, porque lo pasamos de noche, con olas de 6 metros, el ojo de buey de mi camarote de proa casi siempre por debajo de la línea de flotación, y agarrado, más bien diría aferrado, a la litera para no salir volando por la habitación. En cambio, al regreso de los 10 maravillosos días pasados en la Antártida, la guinda del pastel fue la visión del mítico cabo de Hornos en aguas inusualmente tranquilas.
Un misterioso faro en la antesala de la Antártida, el último contacto de los marinos con la civilización, sirvió como inspiración a Julio Verne para escribir la que sería su novela póstuma, El faro del fin del mundo, ambientada en el faro construido en 1884 en la Isla de los Estados en Tierra de Fuego argentina, que sólo funcionó hasta 1902, sustituido por otro en la isla Observatorio. Su luz se apagó y cayó en el olvido hasta 1975, año en que fue nombrado monumento nacional argentino, y en 1997 finalmente volvió a iluminar tierras australes gracias a 8 marinos franceses que construyeron una réplica del original. Me alegra que haya gente que se preocupe por conservar y recuperar los faros, y en general nuestra historia y nuestro patrimonio cultural. En España tenemos un personaje, Agustín Solabre, que para más Inri es de tierra adentro, que tiene una web dedicada a los faros, libro de faros, que os recomiendo si os interesa el tema.
El año pasado visité el recién nombrado Parque Nacional de las Islas Atlánticas, que comprende las islas Cíes, Ons, Sálvora y Cortegada, además de los fondos marinos adyacentes, y escribí un diario muy crítico sobre la limpieza en la isla de Ons; mi visita a las islas Cíes quedó postergada porque un aguacero impresionante nos impidió embarcar en Cangas, y, como canta Maná, otro aguacero «inundó mi corazón, y en mis ojos no ha parado de llover». No podía imaginar que pocos meses después la suciedad de las islas quedaría cubierta por una espesa capa de chapapote que siguen limpiando hoy en día, como he comprobado en persona, ya que mi playa preferida, la llamada del alemán, paraíso del nudismo, estaba cerrada al público.
He regresado a las Cíes, esta vez sin lluvia ni en la isla ni en mi corazón, pero con una espesa niebla que le daba un aspecto irreal al faro, cubierto de algodón y con el sonido envolvente de los graznidos y risotadas de las blancas gaviotas, que no veías aparecer hasta que estaban a pocos centímetros de tí.
Parecía que toda la isla estaba suspendida en el cielo, y las 2 gaviotas que compartieron asiento conmigo se parecían a mis queridos Juan Salvador y Pedro Pablo gaviota, hubiera querido saltar con ellos desde el faro, recordando a la compañera de vuelo perdida, y difuminarme entre la niebla hasta encontrar mi destino, pero mi ala rota me impidió dar el salto. El barco que nos llevaba de vuelta a Vigo surcó la densa niebla, y yo pensaba que al igual que el holandés errante, igual cambiábamos a otra dimensión y nos veíamos obligados a navegar eternamente, pero la visión del Club Naútico de Vigo me despertó de mi ensoñación.
Escapando de la niebla nos fuimos hacia el norte hasta cabo Villano o Vilán, en gallego, a pocos kilómetros de Camariñas, uno de los más espectaculares de Galicia, situado en un acantilado de 100 metros, y con un alcance de 28 millas marinas, unos 50 kilómetros. Pero la niebla nos seguía persiguiendo y ni siquiera la luz del faro podía penetrarla, así que hubo que poner en marcha la sirena antiniebla que con su alarido atemoriza a mucha gente que lo relaciona con los gritos de las almas en pena de los muchos marinos que han perecido en naufragios en días como ese.
Para completar el recorrido de faros, al día siguiente subimos los 200 escalones de piedra de la Torre de Hércules; esta vez no tuve la suerte de ver el Rayo Verde porque la niebla se había quedado enganchada en nuestros zapatos, pero no importó, porque tengo en mis manos el libro «El Rayo Verde» de Julio Verne, descatalogado desde hace mucho tiempo, y que me ha regalado un lectora y amiga de vagamundos, lo que me reafirma en que el cambio de rumbo que dí a mi vida hace 3 años fue el correcto, vosotros los lectores y amigos sois la luz del faro que me guía en mi viaje interior, y cada mensaje vuestro es combustible para que la llama de este faro no se apague nunca. Ya he dicho otras veces que viajo sólo, pero no en solitario, y cada vez me siento más arropado en mis viajes, porque sé que este navegante siempre encontrará una luz que le guíe en su camino puesta por un alma gemela. Muchas gracias por vuestro cariño.
Hay un extraordinario libro con fotos de faros europeos de un fotógrafo francés, Philip Plisson, el Pescador de Imágenes como poéticamente se hacer llamar, con el título en su versión original francesa «Phares de l’arc atlantique». Lo descubrí en casa de una amiga en París dedicado por el autor, y me lo regalaron varios años después en inglés, llamada «Atlantic Lights. From North Shetland to Gibraltar». Tiene fotos espectaculares tomadas a veces desde un helicóptero e incluye datos técnicos de faros desde Escocia hasta Gibraltar; un amigo mío fue asistente de Plisson en Galicia, y me contaba las condiciones extremas en que volaban a veces, porque la mejor foto de un faro siempre será con el viento y el oleaje muy fuertes. Su web es muy buena también, y en ella se hace referencia a su nuevo y monumental libro de fotos, El Mar, que mejora si cabe al libro de los faros. La foto de la portada, en sus ediciones italianas e inglesa, es de la costa gallega.
¡¡ Hasta Pronto !!
Desde La Coruña, España
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