De Volcanes y Hombres
La isla de Lombok, como casi toda Indonesia, tiene un corazón volcánico, y en el caso particular del volcán Rinjani, al norte de Lombok, ese corazón alberga una joya de color esmeralda, un inmenso lago que ocupa el cráter del volcán, con una superficie de 1.100 ha, más o menos 2.000 campos de fútbol.
El Rinjani es la montaña sagrada de Lombok, y proporciona el 70% del agua potable de la isla; el ascenso a la cima de 3.726 metros trae el regalo añadido de ver todo Lombok, y las islas de Bali, al oeste, y Sumbawa al este, siempre que el amanecer sea claro, que lo suele ser.
Aunque es un volcán tranquilo, aún da muestras ocasionales de malhumor, y lo prueba el pequeño volcán que hay en el lago, siempre humeando, y que en 2005 dio un espectáculo de fuegos artificiales, del que ha quedado la huella en su ladera.
Se puede comenzar el trekking desde Senaru o Sembalun Lawang; en este último caso sólo es recomendable para los que quieren hacer la cumbre y regresar por el mismo camino, ya que se puede hacer en 2 días, aunque es durísimo, pero mi consejo es hacerlo desde Senaru en 3 ó 4 días, ya que la subida es más gradual y las vistas espectaculares.
Todos los sudores y esfuerzos se olvidan cuando llegas a la cumbre, que es literalmente como subir una duna de arena volcánica de 1.000 metros, pero, si la noche es clara y con luna llena, el ascenso es mágico con la luz blanca perfilando la montaña. Pero vayamos paso a paso, como la ascensión.
La mejor época para escalarlo es la seca, entre Mayo y Agosto, y durante varios meses de la época de lluvias no se hace el trekking porque los ríos van muy crecidos y en varios de ellos no hay puentes.
En Abril, mes de transición, suele llover por la tarde, pero como ya estás acampado, no hay problema, y los amaneceres son frescos y cristalinos.
Senaru es un pequeño pueblo a 600 metros de altitud, donde termina la carretera y comienza el sendero, y su economía, además del arroz y la agricultura, depende principalmente del turismo cultural y del trekking al Rinjani.
En la carretera se suceden decenas de agencias, hostales, tiendas y restaurantes, todo en uno, que te organizan el trekking rápidamente.
Aunque no es obligatorio subir con guía o porteadores, yo diría que es más que aconsejable, porque el sendero es muy duro y peligroso, y tienes que llevar la comida y bebida para todo el camino.
En la primera parte, de jungla, es fácil perderse porque hay multitud de senderos.
En el resto hay muchas zonas donde si te caes pueden no encontrarte nunca, o tardar meses como le pasó a un alemán que iba sólo, al que encontraron despeñado después de buscarlo intensivamente con 50 perros y porteadores porque los padres pagaban lo que fuera por recuperar su cuerpo, que si no seguiría allí.
Después de una corta investigación en Internet y con otros viajeros, me quedó claro que la compañía con más experiencia y profesionalidad de Senaru era John’s Adventures, que lleva subiendo gente a la cumbre desde 1982.
Hay pequeños refugios cada 2/3 horas de caminata, donde se puede preparar la comida o un café caliente para continuar la subida, e incluso, si la lluvia arrecia, montar la tienda dentro, como hicimos nosotros la primera noche.
Después de las 2 primeras horas de caminata, el paisaje comienza a cambiar, la jungla ralea y el bosque alpino se hace presente.
La subida es gradual pero contínua, y si el tiempo está bien, puedes acampar al borde mismo del cráter a 2.600 metros, con el lago 600 metros más abajo.
Como llovía y el viento arreciaba, preferimos acampar un poco antes del cráter, en el refugio.
El atardecer y el amanecer nos regalaron una paleta de colores muy amplia, con el Gunung Agung de Bali asomando sus 3.100 metros por encima de las nubes.
Aunque el viento fue intenso toda la noche yo dormí como un bebé, y a pesar de que insistí al guía y porteador para que compartieramos la tienda, tenía para mi sólo una tienda de 4 personas.
Para ver la panorámica Olympus del amanecer en Rinjani, haz clic aquí.
Ellos dormían en sacos, pero no de dormir, sino sacos de arroz cosidos, bajo un plástico sujeto con unos palos; más básico imposible, y para mi guía era su subida 69.
Por la mañana temprano, después de un buen café de Lombok y un nutritivo desayuno, nos pusimos en marcha y en 15 minutos estábamos al borde del cráter, que quita la respiración por la caída casi vertical y la belleza del lago, resplandeciente bajo la luz del amanecer.
Un buen rato en silencio admirando la belleza del entorno, nos dejó listos para emprender la bajada al lago, aunque yo no lograba ver por dónde podía descender el sendero, ya que la pendiente es muy pronunciada, pero Machi, el guía, me indicó que primero bajaríamos hacia el oeste, en dirección contraria a la cima, y que luego giraríamos al este.
La precaución era permanente, porque un paso en falso podía ser fatal, sobre todo porque el rescate en una montaña como el Rinjani, muchas veces cubierta de nubes, es complicado, y más de una vez han tenido que bajar a la gente herida en camillas improvisadas, lo que me recordó mi ascenso al Kilimanjaro en 1996.
A añadir a la dificultad natural del sendero estaban los variados derrumbes de la época de lluvias, que en varios casos se habían llevado el sendero (y a lo peor a algún senderista solitario, me comentó Machi).
Las reparaciones, bastante precarias, como una barandilla de hierro tambaleante y unos sacos terreros que no estaban muy bien asentados, les habían quitado poca peligrosidad.
Por suerte el descenso terminó sin problemas, y al llegar al lago yo iba dando saltitos de alegría, sin saber que lo que me esperaba quizás no era tan peligroso, pero si mucho más incómodo.
El sendero que bordea el lago prácticamente no existe.
El nivel del agua sube y baja según la estación, y por lo tanto teníamos que ir agarrándonos a los arbustos al borde del agua, con el temor de que mis cámaras acabaran en el fondo.
Bastante gente pescaba en el lago, lleno de hermosas percas, pero está prohibido hacerlo desde barcas porque es parque nacional. Después de media hora de precarios equilibrios, llegamos al campamento, en un precioso recodo del lago.
El último acto de equilibrismo fue atravesar el río que nace en el lago y desciende por sus valles, sin puente y con una cascada de unos 10 metros, y 2 opciones para cruzarlo, la primera descalzarse y luchar contra la corriente que intenta llevarte hacia la cascada, y la segunda, la mía, la de hacer de cabra montesa entre las rocas.
Por suerte llegué sin contratiempos.
La pena es que la cultura indonesa no parece saber lo que es una papelera, porque el campamento estaba lleno de basura desperdigada, y lo mismo se puede decir de los baños, que en todos los campamentos estaban inutilizados, con lo que había que ir «a cagar de campo».
Machi me comentó que en junio de 2006 triplican la cuota de entrada al parque para poder enviar rangers a los campamentos a controlar que la gente use las papeleras, aunque está claro que sin una educación al respecto poco se puede conseguir, porque en los senderos pasa lo mismo, y no van a poner un ranger por senderista.
Yo iba guardando mi basura en una bolsa que llevaba en la mochila, pensando lo fácil que sería mantener la montaña limpia con un poco de organización y conciencia, pero está claro que en ciertos aspectos no se pueden hacer comparaciones entre el primer y el tercer mundo.
La diferencia no es un concepto económico o geográfico para mí, ya que considero primer mundo países como Chile y Costa Rica, y tercer mundo España en muchos aspectos, como el de gritar, conducir por carretera, tirar la basura al suelo en las calles y bares, y en general la poca conciencia cívica y respeto a las normas de lo que incluso presumimos.
Volvimos a acampar dentro del refugio aunque no llovía, y la vista sobre el lago al atardecer, con la gente pescando reflejada en las aguas cambiando de color esmeralda a dorado, era como la de la película En el estanque dorado.
La luna llena salió entre los árboles atenuando poco a poco la miríada de estrellas que titilaba sobre el lago, y una potente luz blanca proyectaba sombras fantasmagóricas de los perros que merodeaban por el campamento buscando comida.
Me levanté a las 6 a.m. y ya había gente pescando a esas horas.
La luna descendía por el oeste pero todavía dejaba ver claramente sus canales, valles y montañas, que hicieron pensar a los antiguos que estaba habitada.
La observé un buen rato, hasta que desapareció acariciando los árboles que coronaban el cráter, su blanca luz contrastando con la rojiza del amanecer sobre la montaña.
Nos pusimos en marcha temprano, pero una densa niebla nos impidió ver como el lago iba quedando cada vez más lejos a nuestras espaldas, y llegamos en 3 horas al campamento base, desde donde a la madrugada siguiente intentaríamos llegar a la cumbre.
De nuevo el paisaje había cambiado, los árboles alpinos cada vez eran más escasos y la vegetación era principalmente arbustiva. El suelo era de negra arena volcánica, y el campamento carecía de todo encanto entre la niebla.
Había sólo otra tienda con una pareja joven, y ella me dejó alucinado, porque estaba en ropa normal de montaña, y 5 minutos después estaba vestida con una túnica y pañuelos blancos totalmente cubierta, en una esterilla sobre la arena, supongo que orientada a La Meca, y postrándose para orar.
Lo que había también era montones de macacos que estaban pendientes de que dejaras la tienda abierta o cualquier cosa de comer a su alcance para en un instante hacerla desaparecer.
Machi me comentó que a veces se llevaban cámaras, y entonces entendí por qué el macaco de Sepilok, en Borneo, había posado tan profesionalmente para mi Olympus, claramente tenía experiencia previa.
A media tarde llegó una expedición de 15 chicas de Singapur, ataviadas a la última, con bastones de trekking y linternas frontales, y decenas de guías y porteadores, que llenaron todos los huecos libres en el campamento.
Pensé que llevarían hasta baño portátil al estilo de las exploradoras clásicas de los libros de Cristina Morató, pero por sus viajes al bosque a la búsqueda de un lugar íntimo estaba claro que no.
Pasamos la tarde entre nubes, y una persistente lluvia nos hizo temer que quizás no pudieramos intentar la subida a la cima. Cenamos temprano y a las 8 estábamos en la cama.
Pude dormir con bastante dificultad, porque entraba agua en mi tienda, e hice una montañita con las cosas que se podían mojar debajo, y las cámaras encima. Mi colchoneta era bastante buena y en caso de emergencia hasta creo que flotaría.
El agua no llegó al río, nunca mejor dicho, porque cuando me levanté a la 1h30 a.m. la luna llena brillaba majestuosa en el cielo, sin una sola nube que amenazara su poderío lumínico, y después de un frugal desayuno nos pusimos todas las capas de ropa posibles para acometer el ascenso de 1.000 metros hasta la cumbre.
A las 2 a.m pasaron delante de nuestra tienda, en disciplinada fila india, las 15 chicas con sus correspondientes guías, que iban formado un gusanito de luces en los zigzagueantes senderos a la cumbre.
15 minutos después estábamos en movimiento, y en poco rato rato adelantamos al grupo, que más que gusano iba a ritmo de tortuga.
El caracol de vagamundos puso el turbo y pronto la ruta a la cima era nuestra.
La pendiente cada vez se hacía más fuerte, y de cada 2 pasos que dabas a la cima, uno lo bajabas porque la arena estaba muy blanda y era imposible hacer huella.
La vegetación desapareció casi completamente y el esfuerzo nos hacía sudar copiosamente.
En mis orejas, tapadas con el gorro de lana, retumbaba el corazón a toda velocidad, y cada vez que miraba hacia arriba, sin necesidad de linterna porque la luz de la luna era muy fuerte, veía la cumbre más lejos, o al menos eso me parecía.
La moral al menos era alta, y con manos y pies, a veces casi gateando, pasamos las rampas más fuertes.
Por suerte la pendiente se suaviza en la última parte, y finalmente llegamos a la cumbre a las 5h15 a.m., 3 horas después de iniciado el ascenso.
El calor de la subida se convirtió en gélido frío porque un viento incesante azotaba la cumbre, y como quedaba una hora para el amanecer, retrocedimos para protegernos en unas rocas.
Machi había traído una vela por si fallaba la linterna, y con su lucecita nos calentamos un rato.
A las 5h45 llegó una pareja de colombiana y canadiense, que se refugiaron también en las rocas, y a las 6 volví a la cima porque una línea roja en el horizonte anunciaba un amanecer glorioso.
Con los dedos casi insensibles para encontrar el disparador a pesar de los guantes, fui captando como las sombras se desvanecían y una cálida luz, que desgraciadamente poco podía hacer contra el viento, llenaba el cielo.
Bali y Sumbawa enseñaban sus perfiles y el mar de plata estaba salpicado por decenas de islitas.
Hicimos las fotos de cumbre, y justo a las 6h15 apareció la primera chica de Singapur, con la sonrisa pintada, más bien una mueca, que se desplomó en la cumbre.
Me comentó que su amiga, que iba mucho más abajo, llevaba la cámara, y me ofrecí a hacerle una foto con la mía y enviársela por email.
Sin levantarse, posó en la cumbre y en cuanto le hice la foto, comencé el descenso.
Machi estaba tan helado que empezó a correr como un poseso sin importarle la pendiente de 35 grados ni el resto de chicas que subían penosamente, que sólamente debieron sentir un ráfaga de viento que pasaba a su lado, al estilo Correcaminos.
Yo, cabra pero no loco, apliqué la técnica que aprendí en el Kilimanjaro, también volcán, y bajé al estilo ruso o Kalinka, levantando mucho las piernas y patinando montaña abajo.
Salvo un par de caídas de culo todo fue bien, y reduje el ritmo cuando apareció la zona de piedras.
A la luz del día se podía apreciar mejor la empinada subida que por el borde del cráter nos había llevado a la cima, y ahora el lago brillaba precioso con los primeros rayos de sol que tocaban su superficie.
El humo del volcán bebé nos avisaba de que mejor no estuviéramos mucho rato cerca, y en unos 90 minutos bajamos lo que habíamos subido en 3 horas.
Había flores de edelweiss y otros pequeños arbustos que resistían heróicamente la aridez de la zona, y sus colores contrastaban enormemente con la arena negra, que con el calor del sol se desmenuzaba bajo nuestros pies como terrones de azúcar en el café.
El desayuno que nos esperaba en el campamento era pantagruélico, y pregunté si era el premio por llegar y bajar primeros de la cima, pero me dijeron que era tradición darse un buen banquete después de bajar, más que nada porque todavía nos quedaban casi 7 horas de descenso.
Desayunamos, y antes de que los músculos se enfriaran y empezaran a quejarse del exceso de trabajo, continuamos el descenso, mucho más peligroso en esta parte, porque el cansancio empezaba a hacer mella y la caída no sería en blando.
Casi al final de la bajada resbalé, y me quedé en una posición que me recordó mucho, demasiado, a la que tuve cuando rompí los ligamentos de la rodilla esquiando, y el dolor fue parecido, pero por suerte fue sólo un susto, y pude continuar, eso sí, con mucha más precaución, recordando que la mayoría de accidentes en montaña ocurren en la bajada.
Las 4 últimas horas fueron muy diferentes, ya que las bajadas eran muy suaves y cruzamos varios valles muy anchos en los que la hierba nos llegaba hasta el pecho y por momentos parecía que nos iba a tragar.
Con las fuerzas ya muy escasas, avistamos a lo lejos un pueblo, y cuando le pregunté a Machi si faltaban unos 20 minutos, me dijo que al menos una hora.
Las distancias en montaña son muy engañosas, y aunque mi cerebro me decía que 20 minutos, se tuvo que rendir a la evidencia de las piernas, y una hora más tarde estábamos en la carretera de Sembalun Lawang.
Con dificultad subimos a un bemo para que nos llevara de vuelta a Senaru, y 45 minutos después, por una carretera digna de un Camel Trophy, llegamos al Pondok Indah Hotel, donde está el cuartel general de John’s Adventures, y lo primero que hice fue pedir una cerveza helada y gigante, Bintang, la más popular en Indonesia, dos tercios de litro que me bebí de un trago.
Una vez remojado por dentro me fui a dar una ducha, que después de cuatro días de trekking también me supo a gloria, no sin echar antes un último vistazo a la cumbre del Rinjani, ahora coronada de nubes.
La experiencia había sido dura y enriquecedora, y una cura de humildad cuando uno cree que está mal y ve que un porteador, cargado con 35 kilos en 2 canastos colgados de una caña de bambú sobre su hombro y bajando en chancletas los roquedales, va feliz y contento porque los ingresos de guías y porteadores son mucho mejores que los de los agricultores.
Está claro que no puedes quejarte de tus miserias. Hasta vi gente caminando descalza por las cortantes rocas sin inmutarse
Para los que no seais senderistas habituales, hay varias interesantes caminatas por los alrededores de Senaru, con 3 hermosas cascadas, terrazas de arroz, y varios pueblos donde se puede apreciar lo básica que es la vida en las montañas de Indonesia.
Haz clic para saber más sobre Lombok (inglés).
Si quieres ver todas las fotos del viaje de Vagamundos 2006 de 6 meses por Tailandia, Malasia y Borneo, Brunei, Indonesia, Filipinas y Singapur, haz clic aquí .
¡Hasta Pronto!
Carlos, desde Bali, Indonesia, 2 de Mayo de 2006
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