De nuevo en el Oceano Pacífico. P.N. Antonio Manuel
El camino que lleva de Monteverde a la costa del Pacífico es una sucesión contínua de montes y valles que subimos y atravesamos respectivamente, por esta zona pasa la divisoria continental que separa el Caribe del Pacífico, y aunque las vistas son muy hermosas, está bastante desforestada. La pista de tierra termina cuando alcanzamos la carretera Interamericana, y seguimos camino a Quepos, el pueblo más cercano al Parque Nacional Antonio Manuel, nuestro próximo destino. Cruzamos un río, y observamos en sus márgenes decenas de cocodrilos medio enterrados en el barro escapando del duro calor del mediodía, y a 50 metros varias vacas abrevando en el río, supongo que con un ojo puesto en los cocodrilos.
Llegamos a Quepos con un intenso calor, y nos alojamos en el Hotel Mono Azul, a mitad de camino entre el pueblo y el parque, y veo que en el mismo hotel está el Rainforest Internet Cafe Jugo Mono, el más bonito de todos los cafés que he visitado, es librería, tienda de arte, y sede de la asociación «Niños salvando el bosque tropical«, y lo más increíble es que tienen como mascota un perezoso de 3 meses que encontraron abandonado y con un brazo roto. Su madre postiza es un peluche de león en el que dormita. Se deja acariciar y tocar por todo el mundo y su cara es simpatiquísima, con su sonrisa «mona lisa».
No sé que pasará cuando retorne a la vida salvaje, si se podrá adaptar después de todos los cuidados maternales que le prodigan aquí. Quizá por contagio del perezoso la conexión a Internet es terriblemente lenta, me dicen que es igual que en Monteverde, las zonas rurales todavía no tienen acceso rápido. Al menos la música es muy buena, y mientras espero, al menos muevo mi cuerpo a ritmo de Afrocuban All Stars y Sade.
Me voy a hacer kayak por el parque Antonio Manuel, y es una experiencia fantástica, ya que somos sólo 4 kayaks, y al navegar silenciosamente, los pájaros no se asustan y podemos apreciar de cerca más de 35 especies, incluyendo martín pescador, pelícanos, águilas, halcones, carpinteros, y tambien un bebé de boa de unos 2 metros de largo que dormita enroscada en una rama de un árbol. También vemos varios cocodrilos en la distancia, y nos preguntamos si los kayaks serán resistentes a sus mordeduras.
Por suerte no tenemos que comprobarlo porque se alejan de nosotros. Cuando llegamos a la desembocadura del río, éste se separa en 2 ramas, una que muere en el mar, y otra que se adentra en tierra creando un precioso manglar, con las raíces sobre el agua, que se va estrechando haciendo muy difícil las maniobras. Observamos un bebé cocodrilo a 2 metros, y rápidamente nos alejamos por si acaso aparece la madre y piensa que su baby corre peligro. Vemos 3 de las 5 especies de manglar que hay en Costa Rica, el rojo, el negro, y el manglar piña, llamado así porque sus hojas se parecen a las de la piña.
La tarde la paso en la playa del parque, viendo pasar jinetes a caballo por la arena, y surfistas practicando en las cálidas aguas del Pacífico, mientras el sol se hunde en el mar. El último rayo es de color verde, había oído hablar de esto, pero nunca lo había visto. A veces, si las condiciones atmosféricas son favorables, el último rayo del sol es verde, incluso hay una película francesa con el título «Le rayon vert» y un libro de Julio Verne con el mismo nombre. El último día que paso con mis amigos compañeros temporales del vagamundos nos vamos a navegar en un velero de madera que me hace recordar con nostalgia el tiempo que pasé embarcado en el Soren Larsen. Navegamos por la línea de la costa, con el parque Manuel Antonio al fondo, en busca de delfines, pero no tenemos suerte. Ayer mis amigos vieron cientos de delfines, pero hoy parece que se han esfumado.
El buceo tampoco es muy bueno porque la visibilidad es pobre, pero todo se compensa cuando el sol se pone en el horizonte (siento aburriros con tantas puestas de sol, pero de verdad que todas son diferentes), y las nubes van pasando del amarillo a un rojo que yo llamo «Lo que el viento se llevó«, porque es igual al que hay de decorado de fondo cuando la señorita Escarlata jura que nunca volverá a pasar hambre. Con la mirada llena de mar y de atardecer, regresamos a puerto, ha sido otro maravilloso día y me pregunto dónde está el límite de la belleza y si algún día me podría llegar a aburrir de esto, y el corazón me responde que no, mi mente está a tope, mi cuerpo en plena forma, y los pies del vagamundos dispuestos para seguir buscando armonía allá donde esté.
¡¡¡ Hasta Pronto !!!
Desde Quepos, 09/03/2001
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