Australia del Oeste, 3.000 km. sin semáforos.
Lo que os contaba en mi anterior diario sobre el tamaño y la despoblación de Australia del Sur es nada comparado con Australia del Oeste; ocupa una tercera parte de Australia, unos 2.5 millones de km cuadrados, 5 veces España, y tiene menos de 2 millones de habitantes, de los cuales el 80% vive en la capital, Perth.
No es de extrañar pues que cada vez que te cruzas un coche en la carretera, la gente te saluda como si te conocieran, y en las estaciones de servicio, que a veces están separadas más de 100 km. entre sí, se alegran cuando te ven como si llegara un familiar; los médicos son al mismo tiempo pilotos de avioneta, el famoso Royal Flying Doctor Service, que además utiliza las carreteras como pista de aterrizaje. «Ir al colegio» significa, para la mayoría de los niños, sentarse delante de una emisora de radio, la llamada «escuela de las ondas», o en aquellos lugares a los que ha llegado Internet, delante de un ordenador.
El primer vehículo que logró llegar por tierra a Perth lo hizo en 1912, y para que os deis cuenta de la dureza del recorrido, en los siguientes 7 años, sólo lo pudieron hacer 3 más. Hasta que se asfaltó la carretera, a finales de los 60, cruzar el Nullarbor era una tarea sólo para los más intrépidos, y hubo varias carreras de resistencia de vehículos, tanto coches como motos, que se hicieron por estos parajes.
Toyota tiene un centro de I+D donde prueban los todoterrenos en las condiciones más extremas. Aún hoy, a pesar de ir en un vehículo con aire acondicionado por una carretera en buenas condiciones, impone respeto cruzar esta inmensidad, y la gente lleva siempre bidones extra de gasolina y agua, «por si las flyes».
Antes que los automóviles, el medio de transporte favorito en estas tierras fue el camello, traído a finales del s. XIX desde Pakistán, conjuntamente con sus guías, y ofrecieron un gran servicio ya que se adaptaron sin problemas al Nullarbor; muchos de ellos vagan libremente por la planicie, y junto con los Kanguros y los wombats, son el terror de los conductores, porque colisionar con uno supone con total seguridad que vas a necesitar usar tus bidones extra de agua.
En nuestra ruta hacia Perth, nos desviamos de la carretera principal, para visitar Koonalda, una estación de servicio abandonada en la antigua carretera, que ahora es cementerio de automóviles de los que no lograron pasar la prueba. También visitamos una estación telegráfica en desuso, que prácticamente ha sido engullida por las dunas de arena.
El día no deja de sorprendernos, porque en medio del desierto llegamos a la cueva de Cocklebiddy, que después de un descenso de unos 100 metros, nos regala un lago subterráneo de agua fresca en el que nos echamos a nadar; la oscuridad es casi absoluta, sino fuera por un atisbo de luz que se intuye al final de la cueva, y la linterna submarina que llevamos, que apagamos para disfrutar en silencio de esta maravilla de la naturaleza; después de nadar unos 50 metros se adivina otra sala, pero hay que pasar buceando a ella, y mis compañeros no se atreven; como sólo tenemos una linterna, tengo que regresar con ellos.
A la salida de la cueva, nos volvemos a tropezar con nuestro enemigo más común en este viaje, una serpiente King Brown, que le da un susto de muerte a nuestro guía, Douglas, que no por haber visto miles de serpientes deja de asustarse, ya que su mordedura es mortal. La noche la pasamos acampados a cientos de kilómetros de cualquier contaminación lumínica, y el manto de estrellas, con la vía láctea perfectamente visible, parece que puede tocarse, y descolgarse como una guirnalda de luces de un árbol de Navidad.
Después de cruzado el Nullarbor, termina la Eyre Highway, y el camino más corto a Perth va por el interior, pero nosotros tomamos el largo, por la costa, que nos lleva al P.N. Cape LeGrand, llamado así por el marinero francés que primero lo avistó, cuando su barco, el Esperance, estaba en dificultades por una tempestad, y fondearon en lo que hoy se llama Lucky Bay, la bahía de la suerte.
La ciudad que se encuentra más cercana al parque se llama Esperance, y hay un pequeño monte que se llama «frenchman cap», porque su cima tiene forma parecida al gorro rojo revolucionario de los franceses.
Tras el recorrido por el desierto, la visión de la bahía nos deja boquiabiertos y emocionados, una perfecta bahía semicircular, con el agua de color turquesa, y una arena blanca tan dura que los vehículos casi no dejan huella a su paso; la vegetación crece incluso en la arena, y por la tarde los kanguros se acercan a la playa a merendar.
Al día siguiente me levanto a las 5 a.m. para ver amanecer, darme un paseo por la playa y un buen baño cuando los rayos de sol calientan mi piel; de regreso al camping, me encuentro a Douglas defendiendo nuestro desayuno sartén en mano, porque un Kanguro se ha apuntado al grupo sin haber sido invitado; aunque parezca un animal pacífico, un Kanguro puede ser muy peligroso, puede matarte de un golpe, porque se apoya en su potente cola, y con sus enormes patas traseras te puede destrozar en segundos con sus garras, pero se ve que Douglas tiene práctica, porque la amenaza de la sartén surte efecto.
El segundo día en el parque lo pasamos haciendo el Coastal walk, un sendero de 20 km. que recorre las bahías y playas del parque, a cada cual más hermosa; nosotros sólo hacemos 10 km., y paramos en Hillfire Bay a bañarnos, comer y bucear un rato, pero como a mí no me gustan las cosas a medias, le pregunto a Douglas si me pueden recoger al final del camino, y su respuesta, la habitual en Australia, es «no worries», así que me coloco la mochila, y disfruto en total soledad los 10 km. restantes que me llevan hasta el cabo LeGrand, entre roquedales y senderos cubiertos de vegetación tan cerrada que arañan mis piernas.
Es increíble que un lugar tan hermoso tenga tan pocos visitantes, pero si piensas en las distancias y la despoblación que os he comentado antes, lo entiendes perfectamente.
Aprovechando el tiempo al máximo, el día que nos vamos de Lucky Bay vuelvo a ver amanecer y bañarme en la playa, me dan ganas de desaparecer, y que me encuentren si pueden, pero finalmente regreso al campamento.
La última noche antes de llegar a Perth la pasamos en Albany, un pueblo pesquero que tiene como atracción un lugar llamado «The Gap», el hueco, porque las rocas de sus acantilados parece que han sido cortadas con maquinaria, dejando huecos, como una tarta comida a medias. Los últimos kilómetros hasta Perth son, como siempre en estos casos, de alegría por haber terminado bien casi 4.000 km de travesía por el desierto, de los cuales 3.000 han sido sin ver un semáforo, y por otro lado de tristeza porque en 9 días llegas realmente a intimar con tus compañeros de ruta, y sabes que probablemente no los vuelvas a ver nunca.
Parece que todos tenemos el mismo sentimiento, porque los días que pasamos en Perth hemos quedado para cenar cada día; el grupo iba disminuyendo a medida que la gente iba en busca de nuevos destinos, algo que yo también he hecho, porque «el viajero de la piel del diablo» está camino de Tasmania.
¡En este enlace podéis ver todas las fotos del viaje de 6 meses en 2002 por Australia y Nueva Zelanda
¡¡ Hasta Pronto !!
Desde Melbourne, Australia, febrero 2002
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