Es uno de los nombres más poéticos que se le puede dar a un país, porque eso es lo que significa Aotearoa en maorí. Es el territorio de los kiwis, como se les conoce popularmente a sus habitantes, igual que la fruta originaria de aquí, aunque ahora se cultiva en muchas partes del mundo, y el ave de largo y curvado pico que sólo se encuentra en este país, debe ser porque no puede volar.
Nueva Zelanda está compuesta de 3 islas, la norte, la sur, y una pequeña isla en su extremo meridional llamada Stewart. Irónicamente, los kiwis dicen que originalmente eran 4 islas, pero que una de ellas quiso irse por su cuenta, y ahora se llama Australia.
La rivalidad entre los 2 países es continua y abarca todas las actividades, sobre todo las deportivas, y si pensaba que los australianos están un poco locos por los deportes de riesgo que practican, cuando he llegado aquí me he dado cuenta de que son «unas abuelitas» al lado de los kiwis; en ningún lugar del mundo he visto tantos aparatos de tortura (porque realmente es una tortura), que te lanzan al aire, te tiran al suelo, te aplican una fuerza gravitacional de 5G en lanchas rápidas por ríos llenos de rocas, la misma que sufren los pilotos profesionales de Fórmula 1, y todo ello con una sonrisa y diciendo que es muy divertido.
La población total es de 3.8 millones de habitantes, de los cuales el 75% vive en la isla Norte, 1.3 millones en Auckland, que es una ciudad llena de tráfico y ruido; se le llama la «ciudad de las velas», porque prácticamente todos sus habitantes tiene un velero, de todos los tamaños y estilos posibles, y en los días buenos sus bahías están cubiertas de velas blancas.
Mucha gente piensa que Auckland es la capital de Nueva Zelanda, de hecho lo fue durante 25 años, pero desde 1860 Wellington ocupa ese honor. La máxima distancia Norte-Sur es de 1.500 km., lo cual es de agradecer después de los casi 30.000 km. por carretera que me he hecho en Australia; también es tranquilizador saber que prácticamente no hay animales peligrosos, salvo que alguna de los 50 millones de ovejas que hay se te cruce en la carretera.
En todas las guías indican cuantas ovejas le corresponden a cada habitantes, unas 14, no sé si lo dicen para sentirse menos sólos; lo cierto es que en Nueva Zelanda se respira tranquilidad y vida relajada; hasta el kiwi ave se lo toma con calma: la hembra pone unos enormes huevos que el macho se encarga de incubar durante 80 días.
Mi estancia en Auckland ha sido fugaz, ya que no he venido a Nueva Zelanda a ver coches, así que al día siguiente estaba camino hacia el Sur, con una primera parada en Rotorúa, la capital Geotérmica del país, con un permanente olor sulfuroso en el ambiente, y humo saliendo de las alcantarillas y de cualquier rendija de la tierra.
Aquí he tenido mi primer contacto con la cultura maorí, que me ha dejado fascinado; los maoríes son unos 300.000, y por lo que he visto están perfectamente integrados en la sociedad, al contrario de la experiencia mayoritaria que he tenido con los aborígenes; a los maoríes se les ve en trabajo normales, y compartiendo unas cervezas con blancos en los bares.
En Rotorúa hay un poblado maorí, llamado Tamaki, que no por ser una visita turística es menos auténtico; se nota que los maoríes están orgullosos de su historia y cultura, y les encanta compartirla con los demás; el recorrido en bus hasta el poblado, con nuestro guía Ngata, fue el primer contacto con su historia, y convertimos el bus en una canoa que nos llevaba a nuestro destino, igual que cuando los primeros polinésicos y sudamericanos llegaron en sus balsas de Totora.
En Tamaki fuimos recibidos por el jefe de la tribu con un complejo ritual de gritos y danzas guerreras, que tenían por objetivo conocer nuestras intenciones; cuando vieron que eran buenas (cualquiera se atreve con estas moles, cuerpos macizos, tatuados hasta las cejas y con los ojos desorbitados y la lengua sacada en forma de desafío), nos ofrecieron unas danzas y cantos de bienvenida, los hombres dando gritos y palmadas fortísimas en el pecho, y las mujeres con unas voces angelicales que contrastaban con el enorme volumen de sus cuerpos.
Posteriormente nos enseñaron las distintas armas guerreras (realmente son un pueblo 100% guerrero), y los juguetes diseñados para que los niños fueran adquiriendo presteza y fortaleza; un muestrario de los básicos pero efectivos instrumentos musicales que utilizan dio fin al show, y de allí pasamos a la parte gastronómica, ya que habían cocinado un banquete al estilo maorí, en un horno de piedras calentado con madera, en el que preparon el pescado ahumado más delicioso que he tomado en mi vida, y otras delicattesen que nos dejaron ahítos.
Después de la cena, nuevos cantos y bailes de despedida, que intentamos acompañar sin mucho éxito, y un nuevo Kia Ora para despedirnos de nuestros anfitriones. Nuestro guía, Ngata, nos dejó estupefactos en el autobús de regreso, porque se sabía de memoria los nombres y nacionalidades de cada uno de las 35 personas que ibamos en el bus, y no sólo eso, nos cantó una canción en nuestro idioma.
Luego nos pidió que nosotros cantàramos también una, y yo se lo puse fácil a todo el mundo, porque canté (con perdón, pero es la canción española más universal) Macarena, y todos la corearon y bailaron sin problemas; al llegar al hostal me despedí de mi nueva familia maorí, porque así me hicieron sentir, parte de su familia, con un Hongi, 2 toques seguidos de nariz y un Kia Ora. Si quieres profundizar en la cultura maorí, haz click aquí.
En este enlace podéis ver todas las fotos del viaje de 6 meses en 2002 por Australia y Nueva Zelanda
¡¡ Hasta Pronto !!
Desde Nelson, Nueva Zelanda, mayo 2002
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