Antártida. El Sueño Blanco

Hace muchos años, siendo niño, tuve un sueño, y el color predominante era el blanco. El responsable de ese sueño fue el comandante Cousteau y su nave Calypso, que navegaron rumbo a la Antártida para realizar aquellos maravillosos documentales llamados Mundo Submarino.

Soñé que yo también iría un día a la Antártida y seguiría los pasos de los grandes exploradores, Amundsen, Scott y Shackleton.

Exultante por estar camino de la Antártida

Exultante por estar camino de la Antártida

Ese sueño quedó «congelado» durante muchos años hasta que en enero de 2000 hice un viaje a la Patagonia que fue la semilla de vagamundos, y en Ushuaia me dijeron que podría encontrar viajes «baratos» a la Antártida porque después de la locura de celebraciones de fin del milenio, había plazas sobrantes en muchos de los barcos que hacían la navegación al continente blanco. «Barato» significaba $2.000 por un viaje de 11 días, lo que estaba fuera de mi presupuesto.

El primer amanecer en la Antártida

El primer amanecer en la Antártida

El sueño quedó de nuevo congelado hasta el 14 de febrero de 2003, cuando subí con emoción contenida la escalerilla que me embarcaba en el barco ruso Orlova, de Quark Expeditions, que me llevaría a hacer realidad el sueño de navegar entre icebergs, ver despuntar el amanecer rodeado de inmensas montañas de hielo, jugar al escondite con ballenas jorobadas, caminar patosamente entre pingûinos para evitar los enormes charcos de excrementos que generan en su nidificación, imaginar que era Juan Salvador Gaviota volando a la estela del barco rodeado de albatros y petreles, y sentirme foca leopardo mientras me sumergía en las heladas aguas antárticas a 0º en la isla Decepción.

Bloqueados por el hielo en Antarctic Sound

Bloqueados por el hielo en Antarctic Sound

Los 2 primeros días de navegación desde Ushuaia pusieron a prueba nuestro sentido del equilibrio y la resistencia al mareo, además de todos los remedios posibles que portaban los 90 pasajeros del barco, parches, brazaletes, pastillas, y el más común de todos, permanecer en la litera, como le pasó a mi compañero de camarote durante 3 días.

Por suerte, yo tuve buena práctica navegando por el Caribe en el Soren Larsen hace 2 años, y el Cabo de Hornos lo pasé con nota alta, así que tengo derecho a ponerme un pendiente en la oreja, que eso era lo que significaba en la antigûedad los aretes de los marineros.

La zodiac, nuestra "arma secreta"

La zodiac, nuestra «arma secreta»

La madrugada del tercer día me desperté con un golpe seco en la proa, donde se ubicaba mi camarote, con el ojo de buey casi siempre por debajo del nivel del agua, ya que las olas de 5 metros balanceaban notablemente el barco y te obligaban a dormir agarrado al borde de la litera, que además en mi caso era la superior.

Al mirar por el ojo de buey vi que estábamos rodeados de icebergs, y que el cielo estaba totalmente naranja cambiando a un azul eléctrico. Eran las 5 a.m. y en menos de 5 minutos estaba en cubierta con todas las capas de ropa posibles. Navegábamos lentamente el Antarctic Sound, separando más que golpeando los témpanos con nuestra proa reforzada.

Con icebergs de fondo y ropa, mucha ropa

Con icebergs de fondo y ropa, mucha ropa

El sol comenzaba a salir y convertía los témpanos en un escaparate de joyería refulgente que ni Tiffany´s podría emular. Ya fuera por el frío o la emoción, 2 lágrimas rodaron por mis mejillas y me dije: «¡¡La realidad ha superado al sueño!!».

Poco más tarde dimos media vuelta porque el Orlova corría riesgo de quedar bloqueado por el hielo, y no es un rompehielos propiamente dicho, fue construido en 1976 en Yugoslavia para navegar por el mar del Norte, y en 1981 fue galardonado por la extinta USSR con la medalla a la amistad internacional por un rescate realizado.

Su nombre se debe a una actriz rusa, Lyubov Orlova, tiene 100 metros de eslora, una tripulación rusa de 53 miembros, y una velocidad máxima de 15 nudos. El capitán Rudenko nos sacó hábilmente del rompecabezas de hielo, y nos llevó a nuestro primer desembarco en la Península Antártica, Brown Bluff.

El Orlova, anclado en la bahía

El Orlova, anclado en la bahía

Al descender a tierra desde la Zodiac, emulando al Papa, besé el suelo porque finalmente sentía bajo mis pies la fuerza telúrica de esa inmensa masa de hielo de kilómetros de espesor que sólo ha sido explorada en un 1%.

Creo que le he ganado a Juan Pablo II en número de continentes visitados, aunque nunca se sabe. Como en la Antártida no hay muelles ni puertos, las Zodiacs son el arma secreta, según la definición de Tony Soper, el jefe de la expedición, para descender a tierra prácticamente en cualquier lugar, o navegar plácidamente entre témpanos a la caza (fotográfica por supuesto) de focas, pingüinos y ballenas, y acercándonos lo más posible, dentro de las normas de seguridad, a los icebergs, ya que si se desprendía un témpano, la ola generada sin duda nos haría zozobrar, algo poco recomendable en esas aguas.

Pingûino Adelia

Pingûino Adelia

En los siguientes días recorrimos la Península Antártica y visitamos la base permanente argentina Esperanza, donde conviven 20 familias, científicos y militares durante un año, con unas instalaciones extraordinarias, que incluyen museo, escuela, jardín de infancia, capilla, cafetería, sala de video, planta de tratamiento de aguas residuales e internet 24 horas, que me ofrecieron usar, pero amablemente decliné, aunque mi proyecto se llama «la vuelta al mundo en 80 cybercafés», a veces necesito estar desconectado del mundo y la Antártida era uno de esos lugares, aunque recibí una llamada del programa Carretera y Manta de ComRàdio, para hacer una conexión en directo a través del teléfono satélite.

Visitamos también las bases chilena González Videla y argentina Almirante Brown, cerradas por ser fin de verano, y la antigua base británica Port Lockroy, convertida en un museo con las instalaciones originales de los años 50, y cuidada por 2 voluntarios que pasan 4 meses aquí; el lugar es paso obligado de todos los barcos que visitan la Antártida, ya que es posible franquear cartas y tarjetas postales, que llegarán a su destino con un sello antártico «por gracia de la reina de Inglaterra».

Foca leopardo y pingûinos en un témpano

Foca leopardo y pingûinos en un témpano

Otro de los momentos emocionantes fue cuando desembarcamos en la isla Decepción, antigua base ballenera abandonada apresuradamente por una erupción volcánica en los años 60, que conserva las instalaciones, barracones, depósitos de aceite de ballena, como un recuerdo del exterminio a que se vieron sometidas las ballenas, por suerte ahora respetadas por casi todos los países, con (des)honrosas excepciones como Japón y Noruega.

En isla Decepción, en Pendulum Cove, fue donde unos cuantos locos, según definición empleada por el doctor del barco, Ric, aprovechamos que la arena estaba caliente por la actividad volcánica todavía existente, para zambullirnos en el agua a 0º, según consta en el certificado recibido con posteridad en el barco. Un equipo de la televisión sudafricana que estaba rodando un reportaje me pidió si podía trotar por la playa con mi bañador brasileño azul eléctrico y el hielo al fondo, y lo hice gustoso, así que si algún día veis en la tele un loco en bañador corriendo por una playa antártica, probablemente sea yo.

¿Quién es ese loco, bañándose a 0º?

¿Quién es ese loco, bañándose a 0º?

Vientos de 100 km/h nos obligaron a refugiarnos en el canal Neumeyer hasta que amainaron. Al día siguiente alcanzamos la latitud máxima del viaje, 65º 10′, no muy lejos del círculo polar antártico, que está a 66º 33′, pero inacesible por la cantidad de icebergs. Con respecto a la fauna, sin duda la estrella de la Antártida es el pingüino, ese pájaro que no vuela, camina patosamente, pero es un nadador de categoría olímpica y un buceador extraordinario.

Ballena jorobada

Ballena jorobada

De las 17 especies que existen, 7 habitan la Antártida, el emperador, el rey, el de penacho amarillo, el de frente amarilla, y los 3 que vimos nosotros en cantidades ingentes, el adelia, el de papúa y el de barbijo.

También nos acompañaron en la navegación ballenas minke y jorobadas, y vimos como una foca leopardo mataba a un pingûino por el simple placer de hacerlo, debe ser su divertimento, porque lo zarandeaba y lanzaba al aire como hace un niño con sus juguetes. A la estela del barco siempre había aves, desde la más grande que existe, el albatros, y otras como la paloma y gaviotas antárticas, y también petreles.

El sueño blanco contra la pesadilla negra

El sueño blanco contra la pesadilla negra

La penúltima noche en el barco tuve el honor de ser invitado a la mesa del capitán Rudenko, y aproveché para indagar como es la vida de un tripulante ruso en uno de estos barcos, y como imaginaba, no la envidio.

Trabajan durante la temporada, 4 meses, sin tener un sólo día libre, y cuando ésta termina, cruzan el Atlántico de regreso a su base del Mar Negro, donde reparan y acondicionan el barco para la siguiente temporada, y disfrutan de unas merecidas vacaciones. La parada en la Islas Canarias suele ser motivo de alborozo en la tripulación, porque es la primera vez que bajan a tierra con tiempo libre.

Pingûino con bebé que no sobrevivirá, nació demasiado tarde

Pingûino con bebé que no sobrevivirá, nació demasiado tarde

A los 53 tripulantes rusos hay que sumar los 17 miembros de Quark Expeditions, que incluían varios científicos, uno de los expertos mundiales en glaciología, con más de 50 años de experiencia en la Antártida, un ornitólogo, un naturalista, un geólogo, y los expertos conductores de zodiac, con un curriculum envidiable de expediciones en la Antártida, y buceo en aguas gélidas, algo que mi licencia de buzo Padi Advanced no me permite hacer, se necesita tener una certificación especial.

No menos importante, aunque suene banal, fue la labor de los 6 chefs, incluyendo uno japonés para el grupo de 30 japos que llevábamos, todos ellos de diferentes nacionalidades, argentina, francés, alemán, nórdico e italiano, que nos sorprendieron todos y cada uno de los días con menúes completamente diferentes y todos ellos de alta cocina.

Se comentaba en el barco la diferencia entre ir ahora a la Antártida y hace 50 años, antes adelgazabas muchos kilos, y ahora incluso engordas.

Témpano de cerca desde la Zodiac

Témpano de cerca desde la Zodiac

Después de la experiencia vivida, creo que el precio que hay que pagar por viajar a la Antártida no es excesivo, 70 profesionales altamente cualificados estaban a disposición de 90 pasajeros, en un barco que aunque no era un crucero de lujo estaba perfectamente equipado para el extraordinario viaje que hicimos, y sin duda, cuando en el futuro me pongan en el brete de elegir «el viaje de mi vida», creo que la elección será fácil, el continente blanco ha espolvoreado mi corazón con aguanieve, mi alma con vientos incesantes y momentos de silencio absoluto, y mis ojos con imágenes de belleza indescriptible, pero con un denominador común, el blanco puro y absoluto, y el azul turquesa de los icebers atrapando la luz en su interior.

Con una vértebra de ballena

Con una vértebra de ballena

Los 2 últimos días de navegación fueron agridulces, por tener que despertar de mi sueño blanco y por dejar a tan buenos amigos hechos en tan poco tiempo, pero la vista del Cabo de Hornos, en un día extrañamente tranquilo, reconfortó el espíritu y preparó el cuerpo para esa gran aventura que es la vida y mi próximo destino, las hermosas montañas de Torres del Paine en la Patagonia chilena.

La llegada a Ushuaia, al amanecer del 24 de febrero, fue hermosa, la ciudad se iba despertando con los rayos del sol que salía por el este, y que iba iluminando suavemente las montañas que circundan la ciudad. Fue el momento de las despedidas, abrazo, intercambio de emails y promesas de escribir que desgraciadamente pocos cumplimos.

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¡¡ Hasta Pronto !!

Desde Desde Calafate, Patagonia Argentina, 13 de marzo de 2003

 

Vagamundos 2003 Antártida