Laos es un país inventado. Nunca existió como tal, y lo más cerca que estuvo fue cuando un rey Khmer le puso el nombre de Lan Xang, que literamente significa la tierra del millón de elefantes, un bonito nombre que actualmente sería mentira, porque en 10 días por aquí no he visto ni uno.

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La existencia de Laos como país se debe más a geoestrategia y a la política colonialista que a la identidad como nación.

Casi siempre perteneció al imperio de Siam, pero la política expansionista francesa en Indochina forzó a Siam (Tailandia), a cederles el territorio al este del Mekong, y es por ello que el río sigue siendo la frontera entre Tailandia y Laos, y el resto de países de esta región.

Los franceses convirtieron Laos en su fumadero de opio (en cierto sentido sigue siéndolo, no de los franceses, sino de muchos viajeros), y no fue hasta después de la II Guerra Mundial, cuando los invasores japoneses fueron expulsados, que nacieron los movimientos independentistas.

Laos obtuvo la independencia en 1953, pero el caos se apoderó del país, que durante la guerra de Vietnam fue continuamente bombardeado por USA, ya que en su territorio se refugiaban las tropas norvietnamitas.

Ostenta el desgraciado record de país más bombardeado del mundo, ya que se calcula que los americanos lanzaron 1.000.000 de bombas en las 10.000 incursiones aéreas que realizaron, matando a más de 1.000.000 de personas. Legalmente, USA nunca estuvo en guerra con Laos.

La derrota de USA en Vietnam en 1973 consolidó un gobierno comunista, que provocó la huida del 10% de la población, a Tailandia sobre todo, por la represión brutal que aplicaron.

En los años 90 el país se abrió a la inversión extranjera, pero políticamente sigue siendo un feudo comunista en el que el ejército reprime cualquier tipo de movimiento democrático.

El budismo Theravada fue prohibido por el gobierno, pero no pudieron con él. Las creencias son tan fuertes en este país que la población siguió practicándolo en secreto.

En los años 90 se volvió a permitir con cambios que afectan a la espiritualidad, ya que un gobierno comunista no puede reconocer la existencia de entes superiores y espirituales, pero la realidad es que la gente practica estos rituales, y se pueden ver en las muñecas de los laosianos pulseras de cuerda blancas que denotan la adscripción a estos ritos.

Con una superficie de 236.000 km2, la mitad que España, Laos es un oasis de paz cuando vienes de las ruidosas Camboya y Vietnam. Sus 6 millones de habitantes, tantos como Bangkok, desperdigados por el país, y una economía básicamente rural y sin industrias contaminantes, han permitido que la naturaleza se mantenga bastante virgen.

De hecho, el 85% de la tierra no ha sido nunca explotado, el 25% es bosque primario, y cerca del 10% está protegido en áreas Nacionales de Protección de la Biodiversidad.

Esto no quiere decir que no haya riesgos para los ecosistemas, porque la corrupción está a la orden del día, y los bosques de teka, madera por la que se pagan precios desorbitados, son una tentación muy fuerte si ganas 50$ como funcionario del estado y te dicen que sólo tienes que mirar a otro lado.

Lo de la corrupción y sobornos lo comprobé en primera persona al pasar la frontera desde Thailandia, ya que el funcionario laosiano me reclamaba una tasa de salida de $2; yo le dí sólo 1, y en castigo redujo mi visa de 2 meses a 1, que en todo caso es suficiente para visitar el país.

Aunque políticamente Laos estuvo bajo la influencia francesa mucho tiempo, lo que se nota en la gastronomía y la arquitectura colonial, la predominancia de la cultura Tai es aplastante; el bath, la moneda tailandesa, se acepta en todas partes, y en la tele se ven más los canales de allá que los de acá, lo cual no es de extrañar después de ver la tele un rato.

El saludo habitual es el budista, con las palmas unidas delante del rostro o del pecho, acompañado de un cantarín «sabaidee».

La presencia de templos y monjes budistas, aún en las comunidades más pequeñas, es apabullante, y resulta curioso ver como de su vida tradicional sólo mantienen la vestimenta, porque los ves habitualmente en los cybercafés, con teléfonos móviles y fumando.

De los hábitos más personales no puedo opinar, aunque uno con el que me puse a hablar me pidió dinero por hacerle una foto, algo que por principio no hago nunca.

Al cruzar la frontera, uno tiene la sensación de haber retrocedido 50 años en el tiempo, tal es la calma y la placidez que se nota inmediatamente.

La gente no tiene la mano pegada al claxon, no intentan venderte cosas, y los mototaxis están en las esquinas pero si tú no reclamas sus servicios ellos no te atosigan. Básicamente ven la vida pasar.

Hasta en Vientiane, la capital, muchas calles son de tierra y la atmósfera es más bien la de un pueblo grande que la de una ciudad, aunque aquí el tráfico sí que se congestiona.

La arquitectura es una mezcla extraña de estilo francés y soviético, ya que durante la época de la URRS, el 20% de la población de Vientiane llegó a ser soviética. Algo parecido pasó en Cuba, y varios amigos cubanos, 100% morenos, se llaman Yuri, Igor o Sergei.

Otra característica de su personalidad es que se rien por todo. Al principio pensaba que era de mí, porque me miraban y se reían, pero luego comprobé que entre ellos hacen lo mismo. No es una sonrisa esbozada o una risa discreta, sino una carcajada ostentórea sin motivo aparente.

Tengo la sensación de que en general la personalidad de los laosianos es inocente y cándida, que no han perdido el niño que llevamos dentro.

A veces este comportamiento es peligroso, como en el recorrido de 10 horas que hice en bus de Savannakhet a Vientiane, ya que el conductor las pasó primero jugando con el cobrador, y luego ligando cual adolescente con una pasajera, flirteando y mirándola a los ojos sin prestar atención a la carretera (que aquí son muy peligrosas porque siempre están cruzando perros, cabras, ovejas, vacas y hasta búfalos, que tienen evidentemente la prioridad), y yo en primera fila recordando que una alemana me había contado esa mañana el accidente de bus que sufrió.

Para colmo empezó a llover y precisamente el limpia-parabrisas del lado del conductor no funcionaba, pero eso no parecía preocuparle, de hecho estoy seguro de que llevaba mucho tiempo así.

Por otro lado, ver a gente adulta jugar, comportarse libremente, sonreir francamente y en general no preocuparse «del que dirán», es gratificante y me recuerda la frase de «vive como piensas, o acabarás pensando como vives».

Para los que admiramos a Peter Pan e intentamos luchar contra los capitanes Garfio que quieren robar nuestros sueños y hacernos adultos, esta actitud ante la vida de los laosianos nos parece admirable, máxime teniendo en cuenta su historia reciente.

Hay un proverbio indochino que dice «los vietnamitas plantan el arroz, los birmanos lo miran crecer y los laosianos lo escuchan»; yo añadiría que no sólo lo escuchan sino que parece que dialogan con él, ya que aquí me he encontrado una comunión con la naturaleza bastante más fuerte que en otros países de la zona.

Si quieres saber más sobre la historia de Laos, consulta Wikipedia.

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¡¡ Hasta Pronto !!

Carlos, desde Vientiane, Laos, 6 de Abril de 2005