Santa Catarina y Paraná

La primera ciudad que visité del Estado de Santa Catarina fue Laguna, que no dejaría de ser una localidad costera más de Brasil sino fuera porque demarcaba la separación entre los imperios portugués y español que se firmó en el Tratado de Tordesillas de 1494, que era de facto un reparto del mundo, fijando un meridiano de partición del Océano Atlántico a 370 leguas al oeste de las islas de Cabo Verde.

Arquitectura colonial en Laguna

Arquitectura colonial en Laguna

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Atardecer en Laguna

Atardecer en Laguna

España se adjudicaba el hemisferio occidental y Portugal el oriental, aunque luego el tratado se vio modificado por las negociaciones de Zaragoza de 1529, y finalmente fue eliminado por el Tratado de Madrid de 1750.

Se conserva en Laguna una casa museo del Tratado, que no pude visitar por encontrarse en obras de ampliación que de entrada me parecieron chocantes, ya que al edificio histórico le han adosado uno nuevo bastante moderno. La puesta de sol fue espectacular, con las gaviotas haciendo picadas en barrena, para sumergirse y salir con un pez en su pico.

Juan Salvador Gaviota en Laguna

Juan Salvador Gaviota en Laguna

Era miércoles y me costó mucho encontrar un restaurante abierto, la compensación fue que tomé unos camarones deliciosos, típicos de esta región. A las 9 ya no había nadie por las calles y conseguir un café volvió a ser una aventura.

De Laguna viajé a la capital del estado, Florianópolis, que se encuentra dividida entre el continente y la isla de Santa Catarina, la parte más interesante y colonial, unidas por 2 puentes, aunque Floripa, que es como se la llama para abreviar ha crecido tanto que sólo en el centro histórico conserva el sabor antiguo; el paseo marítimo, de unos 10 km de largo, es una sucesión de bloques de viviendas frente a la playa.

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Uno de los puentes de Floripa

Uno de los puentes de Floripa

Por lo que es más famosa Santa Catarina es por sus playas, sobre todo las que dan al oceáno Atlántico, que me perdí porque el fin de semana había varios campeonatos y actividades en la isla y estaba abarrotada de turistas, así que escapé en busca de la tranquilidad de Paranaguá e Ilha do Mel, ya en el estado de Paraná.

Tuve que enlazar 2 autobuses en Joinville, con 3 horas de espera, que me permitieron conocer a la más alemana de las ciudades brasileñas. Su nivel de vida es muy alto, y desfilan por las calles, con nombres como Johan strasse y Hans Meier, BMWs, Audis y Mercedes.

Mercado de Floripa de noche

Mercado de Floripa de noche

La arquitectura, con casas bávaras (y bárbaras muchas de ellas) también tiene reminiscencias germánicas, y es llamada la ciudad de las flores. Es más grande que Floripa, unos 450.000 habitantes frente a 350.000.

Al llegar a Paranaguá me encontré con la fiesta de los seguidores del Flamengo, que celebraban el campeonato estadual de Río de Janeiro, en una procesión de motos y coches con banderas precedidas por un camión discoteca con música atronadora y lleno de «torcida».

Edificios coloniales en Paranaguá

Edificios coloniales en Paranaguá

En una curva el camión perdió el control y se fue contra un poste, atropellando a una persona. Pasionales como son los brasileños para todo, se montó un tumulto enorme hasta que llegó una ambulancia para asistir al herido.

En Paranaguá empiezo a encontrarme con el Brasil más típico, casas coloniales que hace siglos que no ven una mano de pintura, muchas de ellas derruidas, que se alinean al borde del río, un paseo ribereño que podría ser precioso pero que hoy por hoy sobre todo recibe el olor del contaminado río.

Barcas típicas de Paranaguá

Barcas típicas de Paranaguá

Entre los edificios restaurados están el antiguo mercado, hoy reconvertido en un patio con varios restaurantes turísticos, y el museo de Arqueología y Etnología.

Su principal industria es el puerto franco, y en su protegida bahía, como si del juego de barcos se tratara, se encontraban muchos cargueros esperando su turno, retrasado varios días porque los funcionarios responsables de fiscalizar la carga estaban de huelga.

Los carros de transporte en Ilha do Mel

Los carros de transporte en Ilha do Mel

Paranaguá y Pontal do Sul son las 2 localidades de acceso a Ilha do Mel, cuyo nombre me asustaba por si su especialización fueran las lunas de miel, pero nada más lejos de la realidad, es un lugar que en verano se llena de brasileiros buscando playas de arena blanca, buenas olas para surfear, cerveza y pagoda (un ritmo brasileño), pero que fuera de temporada es un lugar apacible y de los más bonitos que he conocido.

El farol das conchas en Ilha do Mel

El farol das conchas en Ilha do Mel

El barco de yate bus me dejó en un pequeño muelle después de hora y media de navegación por los manglares desde Paranaguá, y en el momento que pisé la arena supe que era un lugar que me iba a gustar.

Ni un solo vehículo a motor se mueve por la isla, los equipajes de los visitantes se transportan en unos carros a tracción humana, y todas las «calles» son de arena y de unos 2 metros de ancho. Nadie te quiere vender nada, nadie te atosiga, y el saludo de la gente es «beleza». Exactamente eso, una belleza.

Las posadas suelen ser cabañas de madera, básicas pero con mucho encanto, que están desperdigadas por las playas de la isla, que sólo cuenta con 2 poblaciones, nova Brasilia y Encantadas, en total unos 1.000 habitantes.

La fortaleza de Ilha do Mel

La fortaleza de Ilha do Mel

La isla es bastante plana, y de los 35 km. de perímetro, casi 30 son de playas, enlazando una con otra. Se estrecha en el centro, y en su lugar más angosto tiene menos de 100 metros de ancho, un brazo de arena, que a veces es rebosado cuando hay temporal.

En Encantadas hay una gruta muy famosa, fuente de varias leyendas (he comprobado que a los brasileños les encanta contar historias de sus localidades, muchas veces repetidas, de tesoros, crimenes pasionales, etcétera).

Medio de transporte en Ilha do Mel

Medio de transporte en Ilha do Mel

Un lugar así hasta podría ser aburrido para los que no somos forofos de la playa ni de tostarse al sol, pero Ilha do Mel acumula bastante historia, que se plasma en el bonito faro sobre el morro, construído en 1870 por una empresa escocesa, concretamente de Glasgow, y funciona desde 1872, hoy en día alimentado por energía solar.

Otra referencia histórica de la isla es la Fortaleza de Nossa Senhora dos Prazeres, un impresionante fuerte construido al pie del morro y sobre la playa; se comenzó su construcción en 1766 por esclavos y maestros canteros enviados desde Portugal.

Vista desde el mirador de la Fortaleza

Vista desde el mirador de la Fortaleza

Sus muros tienen 1,5 metros de espesor y 7 metros de alto. Entró en funcionamiento en 1769, pero en la última década del S. XVIII fue abandonado en favor de la Fortaleza de Santos hasta 1815, año en el que se reinstalaron los cañones y volvió a ejercer su labor de guardián de la bahía. Sobre el morro tiene una batería de cañones de la segunda guerra mundial con una vista espectacular. Es Patrimonio Histórico y Artístico de Brasil desde marzo de 1972.

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Guaraqueçaba

Guaraqueçaba

El capitán y dueño del yate bus, un argentino que lleva 5 años haciendo este recorrido, me recomendó que fuera a visitar Guaraqueçaba y el P.N. Superaguí, que ya por sus nombres me atraían, y al día siguiente, en un perfecto día de cielo azul y aguas calmas, tomé la barca que en 2 horas y media me dejó en un precario muelle.

Como era temporada baja no pude encontrar otra barca que me llevara al parque, y menos mal, porque después de subir el morro del pueblo para hacer fotos, me senté en una terraza a tomar un zumo de mango, y en menos de 15 minutos el cielo se oscureció y empezó a caer un diluvio.

Mujer indígena Guaraqueçaba

Mujer indígena Guaraqueçaba

Un grupo de unos 20 indígenas que comían en la terraza ni se inmutaron cuando el agua empezó a subir, y les cubría por encima de los tobillos; como no llevaban zapatos no parecía preocuparles mucho. Yo iba levantando cada vez más los pies en los travesaños de mi silla.

El jefe de la comunidad era un perfecto ejemplo del impacto que la tecnología y la influencia del primer mundo está teniendo en el tercero, porque llevaba pendientes, collares y el típico corte de pelo «a la taza» de los indígenas brasileños e iba descalzo, pero en la cintura llevaba una riñonera de la que sobresalía el teléfono móvil, y la camiseta que tenía puesta era de un proyecto de preservación de una ONG.

Los manglares de Guaraqueçaba

Los manglares de Guaraqueçaba

Con el viento y las olas, parte del muelle se desprendió, y las embarcaciones soltaron amarras para ir a al centro de la bahía; pregunté que pasaba si no amainaba la tormenta, y el camarero me dijo con toda la tranquilidad «que el barco saldrá mañana en vez de hoy». La opción de carretera estaba descartada porque los 100 km que la separan de Paranaguá son de tierra, y con la lluvia que caía era un barrizal seguro.

Iglesia de Guaraqueçaba

Iglesia de Guaraqueçaba

Así que pedí otro zumo mientras veía las barcas brincar y a los marineros saltar de una a otra con una agilidad pasmosa intentando que no se hundieran.

Tal y como comenzó, repentinamente, la tormenta terminó, y pude finalmente tomar el barco que me devolvió a Paranaguá, el primero de varios medios de transporte que me llevaría en 24 horas hasta Ilha Grande, ya en el estado de Río de Janeiro, un lugar ya conocido y querido, que me reclamaba para una aventura apasionante, «el trekking de vuelta a Ilha Grande».

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¡¡ Hasta Pronto !!

Carlos, desde Ilha Grande, Brasil, 4 de Mayo de 2004

Vagamundos 2004. Brasil. Florianópolis, Paraguana e Ilha do Mel