Antoine de Saint-Exupéry
Los que me leeis habitualmente sabeis que El Principito es uno de mis libros favoritos, por su simplicidad y por el profundo mensaje que comunica en todos los niveles de lectura, desde los 7 hasta los 70 años, un libro que cada vez que leo me descubre algo nuevo. Su autor, Antoine de Saint-Exupéry, tuvo una vida muy intensa, y de sus experiencias surgieron la mayoría de sus libros. Tiene gracia que otro de mis escritores de viajes preferido, Julio Verne, escribió prácticamente todas sus obras sin moverse de casa.
La imaginación es la pluma más poderosa, pero en el caso de Antoine de Saint-Exupéry se combinaba con vivencias extremas como las que le sucedieron en los varios accidentes aéreos que tuvo, como perderse en el desierto y prácticamente morir de sed. El resultado es magistral en El Principito. En otra de sus grandes obras, “Tierra de hombres”, que obtuvo el Gran Premio de la Academia Francesa, cuenta sus correrías aéreas por encima del cielo español, volando tan bajo que a veces charlaba con los pastores, y, en una época en que los aviones volaban con referencias visuales principalmente, un río, una encina, una iglesia se convertían en la «esquina a doblar».
Este diario me lo inspiró mi visita a El Chaltén, donde Antoine de Saint-Exupéry tiene un cerro en su honor, ya que durante un tiempo trabajó para Aeroposta, encargado del correo postal entre Buenos Aires y Comodoro Rivadavia, y abrió varias rutas en las por entonces casi impenetrables murallas de los Andes, demasiado altas para los aviones de la época.
Uno de sus compañeros de Aeroposta logró sobrevivir milagrosamente a un accidente en los Andes, descendiendo desde más de 4.000 metros sin equipo de montaña, prácticamente ciego. Realmente la aviación en aquella época era cosa de héroes, y no como ahora, que ponen el piloto automático y, eso sí, llevan uniformes muy bonitos y unas gorras imponentes.
Nacido el 29 de junio de 1900, en 1921 ya era piloto. En 1926 comienza a volar en la compañía de Latécoère con sede en Toulouse y escribe su primer libro, “Correo del Sur”. Ese mismo año es enviado a la Argentina, y publica «Vuelo nocturno”, con descripciones fantásticas del paisaje de la Patagonia:
“Las colinas, bajo el avión, cavaban ya su surco de sombra en el atardecer. Las llanuras tornábanse luminosas, pero de una luz inagotable: en este país no terminaban nunca de devolver su oro, como acabado el invierno, no terminaban nunca de devolver su nieve”.
En 1932 pilota hidroaviones que cruzaban el Mediterráneo desde Marsella hasta Argelia, y en 1934, Air France lo envía al Extremo Oriente desde Marsella vía Damasco, sobrevuela el Golfo Pérsico, la India, Saigón, y luego de pasar dos semanas en Indochina regresa a Marsella.
Comenzó la redacción de “El principito” en Nueva York en 1942, donde lo sorprendió la invasión de Francia. En 1943 acompañó a las fuerzas norteamericanas que invadieron África del Norte, y permaneció en Argel un año.
Una pitonisa, Madame Pikomesmas, años atrás le alertó: “Será aviador y un escritor famoso, pero aléjese del mar, y a partir de los cuarenta años desconfíe de los aviones que usted pilotee”.
No le hizo caso, había cumplido 44 años el 29 de junio de 1944, y el 31 de julio, antes de despegar, dejó escrito en su mesa de trabajo: “Si me derriban no extrañaré nada. El hormiguero del futuro me asusta y odio su virtud robótica. Yo nací para jardinero. Me despido, Antoine de Saint-Exupéry”.
Nunca regresó, pero nos dejó una obra llena de humanidad que después de 60 años sigue plenamente vigente, traducida a 50 idiomas diferentes, pero con un lenguaje único, el de la imaginación, algo que solemos perder con la niñez, por eso dedica el libro «A LEON WERTH CUANDO ERA CHICO».
Era un hombre profundamente contradictorio, se definía como nietschiano y marxista, y de ese cocktail explosivo nacieron frases como «lo esencial no se ve con los ojos», «si tuviera cincuenta y tres minutos para gastar caminaría muy despacio hacia una fuente», y personajes tan actuales como el rey ególatra del El Principito que quiere gobernar hasta en las estrellas.
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¡¡ Hasta Pronto !!
Desde El Calafate, Patagonia Argentina, 24 de marzo de 2003
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