Ilha Grande, Pequeño Paraíso
Soy bastante escéptico cuando oigo la palabra paraíso, un buen slogan turístico, pero que pocas veces se corresponde con la realidad. He estado en unos cuantos lugares autodefinidos como “paraíso en la Tierra”, que probablemente lo fueron cuando Adán y Eva andaban por allí, pero ahora son lugares masificados, llenos de basura y con las aguas residuales a la vista aromatizando el ambiente.
Esto todavía no le ha sucedido a Ilha Grande, una isla de 196 Km cuadrados a 2 horas de Río de Janeiro hacia el sur, pero lleva camino de pasarle, ya que tampoco está lejos de Sao Paulo, y la presión turística es muy grande.
La primera impresión, cuando atracas en el minúsculo muelle de Abrao, que significa abrigo en portugués, la capital no oficial de Ilha Grande, es que el tiempo se ha detenido aquí.
Después de hora y media de navegación desde Angra dos Reis en Escuna, un tipo de barco muy marinero cuyo nombre es derivación del original inglés schooner, o en el enorme ferry que todos los días desembarca aquí cientos de personas, compruebas que todas las mercancías, incluso neveras y maquinaria pesada, se descarga a mano, sin grúa o pluma, y es depositada en unos pequeños carritos que son el medio de transporte en la isla, ya que los únicos vehículos a motor son el coche de policía y el camión de la basura, que transitan por la única calle asfaltada del pueblo, la rua da igreja, en busca del delito que nunca sucede aquí, y de la basura que se genera, y a montones.
Por Abrao se desperdigan los carritos cargados con los equipajes y la gente en busca de su alojamiento, normalmente pequeñas pousadas, más de 100 en toda a la isla, que no se suelen ver porque son engullidas por la exuberante vegetación.
Compruebo que este crecimiento es descontrolado, que el alcantarillado brilla por su ausencia, y que se vierten directamente las aguas fecales en el puerto, dejando un rastro de mal olor por donde pasan. Los perros de Abrao, excepto uno que debe ser el amargado del pueblo, no parecen territoriales y no ladran ni se molestan cuando saltas por encima de ellos, ya que están tumbados en el medio de calles que a veces no tienen más de 2 metros de ancho.
Por suerte para la isla, es bastante montañosa y con zonas de difícil acceso que se mantienen vírgenes; durante un tiempo fue el equivalente brasileño a Alcatraz, ya que había un penal con unas condiciones bastante extremas.
Esa zona se ha convertido ahora en una reserva biológica, llamada das praias de Sul y Leste, y el parque marino de Aventureiro. La isla tiene más de 100 playas, a muchas de las cuales sólo se puede llegar por mar, y a otras después de extenuantes caminatas a través de la húmeda jungla que sube por los montes de hasta 1.000 metros que separan la isla norte y sur, el más famoso el Pico de Papagayo, porque su cima tiene la forma exacta de la cabeza de un papagayo, que más abajo os relato.
Hay más de 100 Km de caminos señalizados que prácticamente permiten dar la vuelta a la isla en una semana. La playa más conocida es la de Lopes Mendes, larga y de arena blanca, que está siempre llena de surfistas en busca de la Gran Ola. La isla es también un lugar extraordinario para el buceo, con decenas de barcos hundidos en sus costas, e incluso un helicóptero.
Mi posada es el albergue da Juventude, que está a media colina, con una vista extraordinaria de la jungla por las mañanas, mientras te tomasen en la balconada un café da manha y unas frutas tropicales y hablas medio inglés y medio portugués con el variopinto grupo de gente alojada.
Este balcón casi ha supuesto el fin de mi viaje, porque me he caído escaleras abajo (y eran de piedra), cuando mi decrépita silla venció y rodamos los 2; yo salí mejor parado que la silla, sólo con unas magulladuras, mientras que ella acabó su vida útil con 2 patas partidas.
He coincidido con las fiestas de San Sebastián, el 21 de enero, que no son tan animadas como cuando las pasé en Puerto Rico, pero que tienen su programa de actividades con novenas, novenas, novenas, novenas, un bingo y un concierto de forró, la música del nordeste del país, un baile muy sencillo inventado para que hasta los gringos lo aprendieran, y el nombre viene de la expresión inglesa “for all”, para todos.
Espero que se den cuenta en Ilha Grande de que una cosa es el negocio del turismo, y otra matar la gallina de los huevos de oro, porque hay miles de sitios paradisíacos en el mundo, y el turista no tiene la fidelidad como una de sus virtudes, si Ilha Grande sigue deteriorándose, encontrarán otro lugar, y la isla caerá en el ostracismo, perderá su fuente de vida principal, pero la mierda acumulada seguirá allí por mucho tiempo.
Si siguen el ejemplo de Paraty, comprobarán que no es tan difícil aunar turismo, ecología y calidad de vida.
Estoy con unos amigos argentinos que han desarrollado el portal turístico de Ilha Grande en español e inglés, y me sirven de apoyo y ayuda porque me prestan una cámara digital (¡¡gracias, Toba!!) ya que por un desgraciado accidente me he quedado sin cámara Sony hasta que llegue a Buenos Aires y me la sustituyan (¡¡gracias, Albert!!).
Con ellos y uno de los mejores conocedores de los secretos de Ilha Grande, Nelio, me voy a subir el pico del Papagayo en uno de los días más claros y soleados que he tenido en Ilha Grande; es el sendero más complicado, que no más largo, de la isla, unos 14 km ida y vuelta desde el pueblo, pero la distancia no es lo duro del camino, como más abajo comprobareis.
La montaña casi siempre tiene una nube enganchada en su pico; en este caso el nombre tiene doble significado, porque el monte tiene la forma de la cabeza de un papagayo, con el pico pétreo claramente silueteado.
El sendero parte de Abrao, y la primera parte es común al que va a Dos Ríos, al otro lado de la isla, pero enseguida un cartel indica que tenemos que penetrar en la jungla con una pendiente bastante pronunciada; por un lado se agradece, porque el dosel tapa completamente el sol, que a las 10 de la mañana cae a plomo, pero la humedad es tremenda, superior al 90%.
Empieza uno a sudar copiosamente, y todo se empapa en segundos; los mosquitos aprovechan para beber tus fluidos (un amigo español muy exagerado me dijo un día que en Brasil los mosquitos son tan grandes que llevan 2 indios encima, y empiezo a creer que no exageraba tanto), y la marcha se hace pesada; el sendero, bien marcado pero con ramificaciones que aconsejan siempre llevar un guía, tiene a menudo árboles caídos atravesados, que te obligan a pasarlos por debajo o saltarlos, y a veces la maraña de lianas lo convierte en un ejercicio de equilibrio.
Las raíces de los árboles que se alzan majestuosos a lo largo del camino sirven de apoyo entre el barro, pero también pueden suponer un tropiezo peligroso, por lo que la vista está puesta en el suelo habitualmente. Como voy en cabeza, me da tiempo a entrever algunas iguanas que desaparecen rápidamente del camino en el momento que uno se acerca.
Completamente empapado, mi ropa de montaña ya no puede expulsar más sudor, y el pantalón gotea chorros de agua, es increíble porque la temperatura no supera los 23 grados, pero la humedad lo hace todo, ves como cientos de plantas parasitarias, lianas estranguladoras, bromelias, “escalan” los árboles en busca de la luz del sol y sus nutrientes, un ecosistema de simbiosis muy complejo y delicado que en Brasil está sufriendo muchas agresiones.
Nos acompaña también el canto de cientos de pájaros diferentes, y en la lejanía oímos a los monos aulladores, que con su alarido me ponen la piel de gallina recordando como chillaban en los templos mayas de Tikal, Guatemala. Nos adelanta un chico que no volvimos a ver en la bajada, cuando el camino es único, y comentamos jocosamente que los monos aullaban porque se lo estaban merendando.
Hay que subir 3 colinas para llegar al pico, la primera es subida contínua durante una hora, y cuando ya había acabado prácticamente mis 2 litros de agua, encontramos un río en el que nos reaprovisionamos.
Seguimos camino y acometemos la subida del segundo morro, y entre la maraña podemos distinguir el pico del loro, pero aún nos queda la parte más complicada, porque la base del pico es una roca pétrea vertical, y la última subida se hace bastante complicada, te tienes que agarrar a plantas, raíces y lianas casi con uñas y dientes, porque hacia abajo son muchos metros de caída libre.
Finalmente llegamos después de 3 horas de subida, y el espectáculo es muy gratificante, debajo de nosotros se despliega toda la isla, con sus hermosas playas, Lopes Mendes, Dos Ríos, Saco de Ceu, y el pueblo de Abrao, y más allá toda la costa de la bahía de Ilha Grande con Angra dos Reis, Mangaratiba y la restinga de Marambaia, una lengua de arena de más de 60 km que va hacía el este en dirección a Río de Janeiro.
También se ve cerca el punto más alto de la isla, la Piedra del Agua, que le gana al Pico de Papagayo por menos de 100 metros.
Estamos más de una hora en la cima disfrutando de las vistas y descansando, y en este tiempo sólo llegan 3 personas más, unos chicos brasileiros. Acometemos el descenso, que en este caso no es como en la mayoría de las montañas, fácil y relajado; aquí el barro, las raíces y las lianas convierten el descenso en un ejercicio de concentración para no pegártela.
Mis amigos van muy lentos, y después de 2 horas de bajada, los dejo y me hago la última parte a mi estilo, el de cabra montesa, y llego al final del sendero media hora antes que ellos.
Por suerte todos llegamos sanos y salvos, excepto algunos arañazos, los músculos machacados por el esfuerzo, y sed, mucha sed, que 24 horas después, cuando escribo esto, todavía me dura, a pesar de los 6 litros de agua bebidos.
Haz clic aquí para ver todas las fotos del viaje Vagamundos 2003 por Brasil, Argentina, Chile y Antártida
Haz clic aquí para ver más información sobre Ilha Grande
¡¡ Hasta Pronto !!
Desde Ilha Grande, Brasil, 19 de enero de 2003
Deja tu comentario