Los secretos de Madrid
Uno de los primeros diarios que escribí hace ahora un año en vagamundos.net era sobre alguno de los lugares que servían para escapar momentáneamente del ruido y las obras de Madrid, y gracias a ese diario varias personas descubrieron el parque de El Capricho, sito a la entrada de la Alameda de Osuna, y me lo agradecieron por email. Con este diario quiero ahondar en este parque, que tiene una historia tan original como su fisonomía.
En 1787, los duques de Osuna encargaron al francés Mulot el diseño de un jardín en torno a su palacio, de nueva construcción. El jardín se divide en tres sectores: el Jardín Inglés, el Jardín Francés y el Giardino Italiano. Cuando se entra en El Capricho, la primera sorpresa surge en la plaza circular donde giraban los carruajes, que se utilizaba también para ofrecer espectáculos taurinos a los invitados de los duques. Una vez franqueada la hermosa reja de hierro que da entrada al parque, hay un paseo flanqueado por diversos tipos de árboles como castaños y plátanos, y unas columnas llamadas de los enfrentados o duelistas, nos podemos imaginar perfectamente por qué.
Continuamos nuestro paseo y llegamos a una nueva plaza circular, llamada de los emperadores por los bustos de emperadores romanos que la bordeaban, de los cuales se conservan algunos en bastante mal estado, y un conjunto llamado la exedra, compuesto de 4 columnas jónicas y unas figuras de esfinges con cuerpo de leona. Si continuamos nuestro camino en dirección al palacio, aparecen jardines simétricos de estilo francés, y un enorme laberinto que haría las funciones de parque temático en la época. Frente al palacio se encuentra la fuente de los delfines y 2 rosaledas en forma de túnel bajo las que se camina. El palacio es de 2 plantas, con una escalinata doble muy bonita, y su sobriedad y discreto tamaño contrastan con la espectacularidad de los jardines.
Dejando el palacio, que no se puede visitar, subimos un repecho, y encontramos un pequeño templete con una estatua en el centro; a su derecha, uno de los lugares que sin duda contribuyó al nombre de El Capricho, ya que es un edificio suntuoso llamado el Abejero cuya única finalidad era poder ver de manera segura desde su interior como las abejas fabricaban la miel, ya que un ingenioso sistema permitía observar a través de cristales la actividad febril de las abejas, que no tenían que volar muy lejos para libar, ya que el jardín estaba lleno de flores. Muy cerca se encuentra la rueda de Saturno, llamada así porque es un conjunto de senderos en forma de rueda con 6 radios que convergen en un obelisco central.
De repente nos encontramos con una muralla fortificada rodeada de un foso, pero todo en miniatura, que supongo servía para que los niños aprendieran el arte de la guerra in-situ; una pradera inglesa, protegida por frondosos y altísimos árboles, invita a una siesta en el período canicular madrileño, y nos prepara para la siguiente sorpresa: un hermoso lago, lleno de cisnes y patos, con una isla en el centro, y un embarcadero con frescos en sus paredes, donde los nobles embarcaban para navegar indolentemente por la ría camino de su destino final: el casino de baile, a sólo 200 metros, que constituye la guinda del parque; fue construido en 1815, después del regreso de la Duquesa a Madrid desde Cádiz, ya que tuvo que abandonar el palacio porque los franceses lo habían confiscado para vivienda de su general en jefe durante la invasión.
La Duquesa había enviudado y decidió devolverle el esplendor a la finca; acometió múltiples reformas, de las que la más espectacular es el casino de baile; con 2 plantas, la baja de estructura rectangular, y la superior de estructura octogonal, cubierta de espejos y frescos, está construido directamente sobre un pozo que todavía hoy mana sin descanso para alimentar la ría y el lago. No es difícil imaginar a los nobles de la época empolvados y cubiertos de afeites y pelucas, en una versión decimonónica de «Fiebre del sábado noche»; otros tiempos, otras costumbres, pero en el fondo lo mismo de lo mismo.
Ya cerca de la salida, nos encontramos otro capricho de la duquesa: la casa de la Vieja, una casa de labranza que en su interior contenía una réplica de lo que era una casa popular, algo que los nobles desconocían, y había desde cuencos, cacharros, frutas de madera, hasta unos autómatas dotados de movimiento representando a una familia labriega, una anciana hilando, un muchacho, y un matrimonio.
Hubiera sido mucho más sencillo acercarse a cualquiera de los cientos de casas de colonos que estaban dentro de la propiedad de la Duquesa, ya que aparte de la Alameda de Osuna, se encuentran el olivar de la Hinojosa y la Quinta de los Molinos en sus inmediaciones, pero supongo que ni se les pasaba por la cabeza tratar con el populacho.
¡¡ Hasta pronto !!
Desde Madrid, España
Deja tu comentario