69396 razones para seguir vagamundeando.
Ahora que he parado motores para estar unos meses en dique seco por «mantenimiento», es el momento de hacer balance de estos 181 días, 4344 horas, 260640 minutos o 15.638.400 segundos; el detalle no es caprichoso, os garantizo que he saboreado todos y cada uno de los segundos que ha durado este viaje, hasta los malos momentos me han aportado algo bueno, y cuando las fuerzas flaqueaban, era un placer abrir mi email y encontrar decenas de mensajes de ánimo de amigos y desconocidos.
Han sido 69396 accesos a vagamundos.net hasta las 9 a.m. de hoy, más de 1.500 emails recibidos, a los que salvo error u omisión he respondido personalmente, 89 diarios de viaje escritos con éste, 59 cybercafés visitados, y más de 600 personas suscritas que formáis la familia más cercana a vagamundos; a la mayoría de vosotros no os conocía personalmente antes de comenzar mi viaje, pero creo que ahora os puedo llamar amigos.
Soy partidario de la comunicación interpersonal, incluso aborrezco el teléfono, y mis amigos saben que después de 5 minutos hablando se me «calienta la oreja», por lo que no tenía mucha ilusión puesta en el email y chat como maneras de comunicarme, pero estos meses me han demostrado que la tecnología es sólo un medio, que la calidad y el nivel de la comunicación dependen del mensaje; hay personas que me han abierto sus casas y sus corazones, a las que sólo he visto un día, pero que me hacían sentir como si las conociera desde siempre, he conectado con ellas de una manera increíble, con una intimidad en la que los cómos, los dóndes, los porqués, y los cuándos sobraban, y sólo tenía importancia el qué. A todos vosotros, gracias por ofrecerme tanto sin esperar nada a cambio.
Una de las preguntas que me habeis hecho habitualmente es <<¿Y después qué?>>, y mi respuesta invariable era <<¡Después más!>>. Cuanto más viajo más me gusta viajar, y la lista de lugares a visitar crece incesamente a raíz de mis encuentros con otros viajeros. A modo de ejercicio de modestia para los que creemos que hemos viajado mucho, en este viaje me hablaron de las islas Juan Fernández, en Chile, y reconozco que era la primera vez que las oía mencionar. Es la isla auténtica de Robinson Crusoe, y ahora encabeza (nunca mejor dicho) mi lista mental de sitios a visitar.
Si queremos condensar este viaje en números, han sido unos 50.000 kilómetros recorridos, desglosados así: 30.000 en avión, 15.000 por carretera, 2.000 caminando, 1.500 navegando a vela, 500 en tren, 300 en lancha rápida, 200 en bicicleta, 50 a caballo, 25 en tractor, y 25 en kayak. He visitado 16 países, dormido en más de 100 camas diferentes, subido a 4.300 metros, y bajado a -40; he llegado a la cima de varios volcanes, buceado en cuevas y océanos, y me he relajado en baños termales y en playas de arena nívea y aguas color turquesa.
He conocido cientos de personas, de las cuales unas cuantas han dejado una huella indeleble en mí y una amistad que transcenderá al tiempo y la distancia. Con todo este movimiento, he perdido 8 Kg. de peso, y he retado una vez más a mi salud de hierro, que ha respondido perfectamente, ya que en 6 meses no he tenido ni un simple dolor de cabeza, catarro, ampolla en los pies o diarrea, batiendo mi récord de 5 meses en África cuando nadie se creía que no había tenido ni una simple diarrea, el mal más habitual allí (uno de mis chistes malos dice que vas a África y regresas de Cagáfrica). A mi regreso, todos me dicen que estoy más alto (en realidad menos gordo), más guapo (en realidad más moreno), y sobre todo más feliz (eso sí, me sale la felicidad por todos los poros).
Otra de las preguntas habituales era si soy hijo de papá para poder hacer esta vida, y la respuesta es que soy hijo de mi padre, pero no rico. Hasta ahora he trabajado en empresas durante un tiempo, dejaba el trabajo, y con los ahorros me iba unos meses por el mundo. Lo de conseguir un nuevo trabajo está (o al menos estaba) fácil para los informáticos en España, y el coste de un viaje como el que he hecho está al alcance de mucha gente.
Sin contar los 2 auto regalos que me hice, el de Reyes, navegar en velero por el Caribe, y el de cumpleaños, visitar las Galápagos, me he gastado un millón de pesetas (6.000€) en 6 meses. Tengo que reconocer que tampoco he pagado billetes de avión, gracias (o desgracias) a las miles de horas de vuelo (y de esperas y retrasos y cancelaciones) hechas con Iberia. En todo caso hoy se consigue un billete de vuelta al mundo por unos 1.000€. Si echáis cuentas, mi presupuesto diario era de unas 6.000 pta (36€), y con eso he dormido, viajado, y comido en sitios económicos pero limpios, y sobre todo con ambiente acogedor y familiar, que te hacen sentirte en casa.
¿Y ahora qué?. Ahora viene lo mejor; la vendimia ha terminado, y es el momento de trabajar para que el vino resultante sea el mejor posible: ambiente fresco, quietud, buenas barricas, y el atento cuidado del maestro vinatero. Cada sentimiento, olor, sensación, pensamiento, sabor, color, aportarán su peculiaridad al caldo final. Pero no penséis que esto se acaba, es sólo una cosecha, la del 2001, y en próximos años habrá nuevas (y espero que buenas) cosechas.
Mientras tanto, para mantener la pluma (bueno, el teclado) ágil, en los próximos meses pienso profundizar en algunos temas y lugares que he visitado, y ofreceros los monográficos vagamundos desde una óptica más reposada, escritos desde mi mesa de biblioteca del s. XIX en mi ordenador del s. XXI. Además de las 1.500 fotos digitales hechas con mi Sony Mavica puestas en vagamundos, tengo 33 carretes tradicionales de mi Nikon que me están esperando revelados en Madrid, de los que pienso poner una selección en la web.
Vagamundos existe por vosotros, no me considero tan pedante como algunos escritores que dicen que escriben para si mismos (entonces, ¿por qué publican?), y hace mucho tiempo que aprendí que la regla de oro en la vida es preguntar a la gente lo que le gusta y no le gusta, en vez de hacerse pajas mentales poniéndose en lugar de los demás; yo sé lo que me gusta, y sobre todo lo que no me gusta, pero próximamente os pediré que me ayudéis para que Vagamundos 2.0 (soy como Torrente, ¡¡volveré!!) cubra vuestras expectativas al 99% (el 100% no existe, siempre se puede mejorar).
No olvido a todos los que me dijisteis que estaba loco por dejar un puesto directivo en una estupenda empresa en un maravilloso sector en un fantástico país que «va bien», para irme a padecer sed, bichos, calor, hambre, robos, enfermedades, accidentes, terremotos, naufragios, erupciones volcánicas, y un etcétera de motivos para no partir. Pues bien, el último invierno ha sido el más lluvioso en España en los últimos 100 años, y yo he visto la lluvia en contadas ocasiones, la empresa en que trabajaba despide al 40% de su plantilla a nivel mundial, el sector informático está en «modo pánico», las valiosas acciones que perdía hoy se usan para empapelar paredes, y España va menos bien aunque no lo queramos reconocer.
¿Dónde está la locura?. ¿En desayunar de pie, salir corriendo al atasco, pasar 2 horas diarias de nuestra vida oyendo insultos de taxistas y teniendo como horizonte una interminable hilera de coches y el edificio de enfrente, soportar las presiones de nuestro insaciable sistema capitalista, ir al Pryca a comprar comida empaquetada, liofilizada, ultracongelada, llegar a casa y desmoronarse en el sillón para ver la tele 3 horas, gastando las últimas energías del día en hacer zapping, y no poder disfrutar siquiera de nuestros hijos y/o pareja, o en amanecer con el sol mientras despunta en el horizonte, tener como banda sonora de nuestro día el sonido del mar y del viento o una pausada charla con alguien sobre el efecto de los rayos gamma en las margaritas, mirar como crece una planta mientras los tibios rayos de sol de la mañana acarician nuestra piel, comer un pescado que saltaba delante de ti unos minutos atrás con unas verduras que le acabas de arrancar a Pachamama, conocer gente humilde que sin tener nada lo comparten todo contigo, o menos humilde pero que saben que la riqueza no está en lo que tienes en tu cartera, sino en lo que alberga tu corazón?.
Como veis la pregunta tiene su miga, pero no intento convenceros de nada, sólo quiero que reflexionéis sobre el sentido de la vida, y no me juzguéis por vuestra escala de valores, ya que yo no os juzgo por la mía.
Marisa, una amiga vasca, me acaba de enviar una preciosa poesía que lo dice todo:
¡Cuánta sabiduría porta el viento!
¡Cuánta sabiduría en el silencio!
¡Cuánta sabiduría guarda el árbol!
¡Cuánta sabiduría emana el fuego!
Y cuando escucho lo que me habla el aire,y estoy
atento a lo que dice el cielo,me pregunto:
¿De dónde sale tanto conocimiento?
Y la naturaleza me responde:
Lo guardo celosamente en cada elemento.
Para los que os habeis interesado por mi vida amorosa (el mundo está lleno de cotillas), sólo puedo deciros que mi colección de pulseras en la muñeca ha crecido, y que porto un hermoso diente de tiburón que rememora una pasión voraz.
Para terminar, habréis comprobado que La media vuelta al mundo en 40 cybercafés se ha quedado en «un cuarto de vuelta al mundo en 59 cybercafés», ya que me quedé corto en el número de cybercafés a visitar, y muy largo en el recorrido a hacer, ya que lo que iba a terminar en Australia, finalizó en Ecuador; el caracol que elegí como logotipo hizo bien su trabajo, ya que viajar lentamente es la única manera de poder raspar la piel de los lugares que visitas y penetrar en su esencia, Y Latinoamérica tiene mucho que ofrecernos a los que no viajamos de Conquistadores.
Una frase que me gustó mucho, de Antonio Gala, dice que «ya que no puedes hacer tu vida más larga, hazla más ancha«. Eso intento yo, ensanchar mis horizontes.
Con respecto a mi idea de que hoy en día se puede encontrar un cybercafé en cualquier lugar del mundo donde haya turismo y/o viajeros, puedo asegurar que al menos en Latinoamérica es así, porque el único momento en todo el viaje en que no he encontrado un cybercafé, fue en las islas San Blas de Panamá, ya que sus habitantes, los indios Kuna, son bastantes reticentes a lo que consideramos «civilización», y ni siquiera tienen energía eléctrica, aunque observé debilidades, ya que la cabaña de paja donde me alojaba se estaba convirtiendo en un hotel de 2 plantas de concreto (cemento), y el dueño, un Kuna de 80 años llamado Julio Burgos, estaba entusiasmado porque iba a tener bar y billar (¡agh!).
Por todo lo visto, vivido y acontecido en las leguas recorridas, sólo les puedo decir a Vuesas Mercedes que la cuenta atrás ha comenzado y que viajaré con vosotros (¡y los nuevos que vengan!) en La otra media vuelta al mundo en 40 cybercafés. ¡¡ Permanezcan atentos a sus pantallas!!
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¡¡ Hasta Pronto !!
Desde La Coruña, 04/07/2001
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