Isla Negra y La Moneda, dos símbolos de Chile.
Los españoles tenemos una imagen de nuestra historia reciente que dio la vuelta al mundo: el asalto al Congreso de los Diputados por Tejero, y desgraciadamente los chilenos también tienen la suya: el golpe de estado del 11 de setiembre de 1973, con los aviones militares bombardeando el palacio presidencial, y una foto de Allende pistola en mano en La Moneda; de esos días es también una foto de la Junta Militar, donde un Pinochet con gafas oscuras y cara de bulldog expresaba realmente su personalidad, y no la engañosa de bondadoso anciano que nos muestra ahora.
Muchos chilenos evitan Pasar por el palacio de La Moneda por los infaustos recuerdos que les traen, y cuando yo estuve por primera vez en Santiago en Enero de 2000, no pude evitar un estremecimiento viendo su fachada; el edificio estaba en reformas entonces, y, en una especie de metáfora sobre el lento retorno a la normalidad democrática, 18 meses después sigue en obras; se ha abierto el pasaje que cruza el palacio, pero os puedo decir que en media hora que estuve por allí, sólo lo vi cruzar a turistas.
Santiago es una ciudad grande, rodeada de montañas, ya que los Andes están sólo a 40 Km, y bastante ruidosa y contaminada, por los miles de autobuses viejos y coches que todavía usan gasolina con plomo, pero es al mismo tiempo una ciudad llena de vida, que me recuerda un poco al Madrid de los 80, ya que se ha llenado de cines X, y la gente se manifiesta por las calles continuamente, ya que le están perdiendo el miedo a los militares y policías, que visten un uniforme prusiano, con gorra de plato, manoplas, correajes, y toda la parafernalia militar; recuerdo que en España uno de los símbolos del retorno a la democracia fue cambiarle el uniforme a los «grises», incluyendo el color, y la gorra de plato por la boina.
Paseé por Santiago un lunes festivo y soleado, el día de las Glorias Navales, y estaba vacío, excepto en la zona del desfile, que crucé rápidamente, así que fue un placer caminar la Alameda, la calle principal, hasta el cerro Santa Lucía, que domina la ciudad, y tener una panorámica diáfana de los Andes desde su atalaya. Asistí también en compañía de amigos santiaguinos a una obra de teatro en la facultad de derecho, donde de manera discreta se mofaban de los «pacos» (la policía), y me alegró ver que las nuevas generaciones miran para delante y borrarán de la historia de Chile los años de ignominia.
Un ejemplo de los cambios «cosméticos» que se están produciendo en Chile, es que públicamente el ejército ya no habla de la Patria, del honor, de la defensa nacional y todas esas cosas, sino que, en un suplemento especial de El Mercurio sobre el día de las Glorias Navales, el portavoz de la Armada hablaba de los puestos de trabajo y el beneficio para la economía del país que suponían 2 proyectos de alto coste en los que están metidos, 2 submarinos, y 4 fragatas. Cambia el lenguaje, pero se mantiene la esencia, y el ejército y la iglesia siguen teniendo un gran poder en Chile.
Pero, por suerte, hay otra cara de Chile, la de cantantes como Victor Jara y poetisas como Gabriela Mistral, y Pablo Neruda, premio Nobel de Literatura, y mi poeta preferido. Visité la casa de Pablo Neruda junto al mar, en Isla Negra (que no es una isla), a unas 2 horas de Santiago, situada en un promontorio desde donde el poeta divisaba el mar mientras escribía. Neruda fue diplomático durante muchos años, lo que suponía que pasaba largas temporadas en otros países, y cuando retornaba, tocaba las campañas que hay en el patio de la casa.
Su condición de diplomático estimuló su afición coleccionista, y su casa es un auténtico almacén de mascarones de proa, timones, telescopios, caracolas, botellas con barco en su interior, estribos de caballo, mariposas, estatuas de madera, y hasta un caballo de madera a tamaño natural, que tiene 3 colas; Neruda decía que era «el caballo más feliz del mundo», por tener 3 colas. La casa es como la personalidad de Neruda, marina, impulsiva y romántica, con los techos de madera curvados como en los barcos, y se iba ampliando a medida que iba trayendo nuevas cosas de sus viajes; en el jardín hay una barca varada donde el poeta tomaba el aperitivo con las visitas.
Su escritorio estaba hecho con una puerta de un barco que un día apareció flotando en la playa situada frente a la casa, y allí escribió su obra póstuma, «Confieso que he vivido«. Estaba ya muy enfermo cuando sucedió el golpe de estado, y la noticia lo acabó de matar; fue trasladado a Santiago, donde falleció, y desde 1992 sus restos y los de su última mujer, Matilda, yacen en el mejor sitio posible, en su jardín y frente al mar, en la Isla Negra donde fabuló para que millones de personas en el mundo hayamos llorado y reído con sus obras.
Quiero terminar este diario con una canción de Pablo Milanés que siempre me gustó, pero que ahora siento como propia, al estilo del cartero de la película El cartero y Pablo Neruda, que de decía al maestro que la poesía es del que la lee y no del que la escribe:
Yo pisaré las calles nuevamente
De lo que fue Santiago ensangrentado
Y en una hermosa plaza liberada
Me detendré a llorar por los ausentes…
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¡¡ Hasta Pronto !!
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