A este paso me voy a convertir en experto en el Mekong, porque lo he recorrido y navegado en China, Vietnam, Camboya, Tailandia y ahora Laos.
A la frenética actividad del río en Vietnam, con un delta tan cargado de tráfico como las calles de Saigón, se contrapone la placidez del río en Laos, quizá para amoldarse al carácter de sus habitantes, que nunca tienen prisa por nada.
Después de una breve incursión en el este de Tailandia, como paso intermedio entre Camboya y Laos para poder subir las fotos de Angkor a vagamundos, la primera «ciudad» que me recibió en Laos fue Pakse, a la que llegué en el transporte más popular en este país, el sawngthaeig.
Son camiones, furgonetas o camionetas reconvertidas para llevar pasajeros, de capacidad ilimitada; mi récord está en 40 pasajeros, pero otros viajeros me han dicho que iban hasta 50.
Incluso utilizan los techos, donde por el mismo precio tienes aire acondicionado y terraza/solarium donde ponerte moreno o achicharrarte, según la duración del viaje, entre eterno e indefinido.
Lo habitual es que para 100 km tarde entre 3 y 4 horas.
La opción más «civilizada» son minibuses para turistas que lo hacen en la mitad de tiempo y suelen tener aire acondicionado. Digo suele porque muchas veces está estropeado.
Pakse es un pueblo grande, donde se juntan el Mekong y uno de sus tributarios.
El único interés que tiene es como punto de encuentro entre viajeros que van/vienen a/de Tailandia y Camboya, y del norte al sur de Laos, o viceversa.
La ruta 13 pasa por el centro del pueblo, pero quitando esa calle, el resto es de una tranquilidad absoluta.
Parece que los franceses dejaron su impronta con la famosa frase «laissez faire, laissez passer».
El dueño del restaurante indio donde cené y desayuné estaba a todas horas del día, tanto a las 6h30 am como a las 21h, pero nunca movía un dedo, si acaso levantaba una ceja o sonreía para saludar a los clientes.
De Pakse me fui a Si Phan Don, una zona donde el Mekong se divide en varios brazos y ha creado lo que se llama 4.000 islas, un intrincado laberinto de canales, islas, cataratas y playas de arena, hogar de los famosos delfines Irrawaddy.
Hay varias islas habitadas, la más grande es Dong Khong, donde me alojé la primera noche, la única isla que tiene electricidad 24h, lo que agradecí porque el calor era infernal.
El bus desde Pakse me llevó 2 horas, a las que añadir el cruce en barca a la isla, que hicimos cuando el barquero consideró que tenía suficientes clientes.
Me alojé en una preciosa casa familiar de madera de teka, con hamaca en la veranda desde la que primero oi, luego olí y seguidamente vi una tremenda tormenta que descargó sobre el apabullante calor que nos aplastaba.
Enfrente de la casa estaban jugando a la petanca, otra de las herencias de los franceses, junto con el café, las baguettes, el paté y los quesitos «la vache qui rit», que están por todas partes.
Estuve charlando un buen rato con una pareja de ingleses que actualmente viven en Bangkok, pero la lista de lugares donde han vivido es impresionante para lo jóvenes que son.
Otra pareja, ella originaria de Myanmar/Birmania y él inglés, llevaban unos meses viajando por Asia para luego instalarse en Nueva Zelanda, en Queenstown, capital mundial de los deportes de aventura.
Sin duda ninguna los ingleses son los viajeros número uno del mundo, me he encontrado con muchos que llevan años vagando y no tienen ninguna intención de regresar a casa; con el clima que tienen y lo caras que están las pintas de cerveza lo entiendo.
Para ellos es muy fácil trabajar en cualquier país de la Commonwealth, en total 72, que abarcan un tercio de la población mundial.
Un día vi un mapa del mundo con las monedas de cada país, y el rostro de la reina Isabel, 50 años más joven, aparecía en más de 60 billetes.
De Dhong Khong me fui a 2 islas más pequeñas, Don Det y Done Khone, que no tienen electricidad, salvo por baterías o generadores, pero sí cobertura de móvil.
Son curiosas a veces las prioridades, debe ser que la electricidad es un servicio público y por tanto responsabilidad del gobierno, y el móvil un gran negocio para las empresas de telefonía.
Don Det está llena de cabañas idénticas colgadas a unos 4 metros de altura sobre el río porque en época de lluvias el nivel sube mucho, mientras que Don Khone tiene un ambiente más de pueblo.
Alojarse cuesta desde 1$ en dormitorio o 3$ por una cabaña, hasta 20$ en bungalows con baño privado, y 1$ por alquilar una bici para recorrer la isla.
A pesar de no tener más de 500 habitantes, hay un enorme templo budista perfectamente pintado y decorado, lo que no se puede decir de las casas de la gente.
A unos 2km del pueblo hay unas cascadas muy bonitas, pero no fue buena idea ir al mediodía, porque hacía tanto calor que no podías tocar las piedras porque te quemaban.
En la playa de arena formada a unos 200 metros de las cascadas había un cartel que avisaba de lo peligroso que era nadar y que había muerto gente.
Estaba dedicado a Javier, fallecido en junio de 2003.
Intrigado por el nombre, le pregunté al dueño del hostal, y me confirmó que era español, y que la corriente lo había engullido delante de su prometida.
Precisamente el barquero que nos llevó al día siguiente a visitar la catarata más grande del sudeste aisático, la Khone Phapheng, fue quien encontró el cuerpo de Javier unos días después varios kilómetros río abajo.
La catarata no tiene nada de especial, con 15 metros de altura y pocos ramales, aunque supongo que en época de lluvias tiene que ser mucho más grande el volumen de agua, de hecho tenían un poster en el que prácticamente no reconocías la catarata porque el agua lo ocultaba todo.
Esperamos que bajara el sol un buen rato en un bar colgado al borde del precipicio, donde la brisa generada por el agua al caer refrescaba el ambiente, el único lugar donde la temperatura estaba por debajo de 40 grados. Teníamos 2 km de regreso a la barca caminando.
El viaje de regreso remontando el río fue algo memorable.
El intenso calor fue bajando al mismo tiempo que la incandescente bola amarilla del sol pasó primero a color naranja y luego a rojo vivo, mientras serpenteábamos entre canales contra corriente y rápidos que a veces amenazaban con volcar la canoa.
Nuestro barquero era hombre experto, de hecho maestro de otros barqueros.
Con el sol jugando a ocultarse entre las palmeras y la vegetación, llegamos a Done Khone a tiempo para tomarnos una merecida cerveza Lao helada mientras los últimos jirones de luz se disolvían entre las aguas del río y los cientos de palmeras de sus riberas.
Realmente el Mekong es mucho más que un río, es para sus habitantes la vida, la muerte, el sustento, la miseria, la belleza y el horror, todo en un grado máximo.
El tour para ver los delfines no fue tan fructífero, porque después de una hora río abajo te depositan en un islote de arena.
Han instalado 2 chiringuitos con toldos para protegerte del sol, ya que no hay árboles, y sillas de plástico para que te sientes como en el cine a ver los delfines, que están a una distancia no inferior a 50 metros y de los que sólo ves el lomo y la pequeña aleta dorsal.
Mientras avistaba los delfines, me tomé un coco, y como la señora no tenía donde dejar el bebé mientras abría el coco, me lo pasó, algo muy habitual por aquí.
En los camiones y tuc tucs te pasan a los bebés y tú pensando: «seguro que es ahora cuando se mea».
En este caso no pasó, y enseguida intercambiamos el bebé por el coco.
Estuvimos un buen rato viendo los delfines a lo lejos, y luego regresamos remontando la corriente.
Unos holandeses me comentaron que si les pagas extra a los barqueros se acercan a los delfines, algo que teóricamente es ilegal, pero «poderoso caballero es don dinero».
Don Det y Don Khone están conectadas por un puente, del único ferrocarril construido por los franceses en Laos, que tenía como objetivo principal la exportación de madera de teka.
Una herrumbrosa locomotora abandonada al lado del puente es el único vestigio que queda de aquella época.
La comida en la isla es deliciosa, todo recién pescado, cazado o recolectado, y el dueño del restaurante donde comía, que era también albergue, pero fuera del presupuesto de mochilero, el Auberge Sala Done Khone, le añadía un toque de alta cocina que convertía una simple tortilla en manjar de dioses.
Hablaba además perfecto inglés, aprendido en Australia en los 15 años que vivió allí, durante la época más represiva del gobierno comunista en Laos.
El regreso a Pakse fue de nuevo en un camión abarrotado de gente, y en las paradas venían las vendedoras ambulantes de comida a ofrecer de todo, huevos cocidos, mazorcas de maíz, carne a la parilla, arroz gomoso, y bebidas con colores fosforitos que metían en bolsitas de plástico.
En una de las paradas, un hombre con una serpiente de más de 2 metros de largo, estaba paseándola entre los puestos de comida a ver quien la compraba.
Si quieres ver todas las fotos del viaje de Vagamundos 2005 de 6 meses por China, Vietnam, Camboya, Tailandia, Laos, Malasia, Brunei, Singapur y Filipinas, haz clic aquí.
¡¡ Hasta Pronto !!
Carlos, desde Vientiane, Laos, 7 de Abril de 2005
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