Viviendo en una Casa del Árbol en Tanimboca, Amazonas Colombiano
De regreso a Leticia en el rápido Tres Fronteras, me fui hacia la Reserva Natural Tanimboca, a 10 kilómetros de Leticia por la carretera a Tarapaca, sobre la que el taxista me contó una curiosa historia, y es que la Ruta Nacional 85 fue proyectada con origen en Leticia pasando por Tarapacá y La Pedrera en el departamento del Amazonas colombiano hasta Mitú en el departamento del Vaupés.
Esta carretera cruzaría la selva amazónica uniendo las capitales del Amazonas y del Vaupés con el objetivo principal de incentivar el comercio con Brasil y conectar las poblaciones.
En 2004 tomé un autobús en Manaos que 2.300 kilómetros y 32 horas después me dejo en Caracas, y me maravilló el trabajo de ingeniería de los brasileños en la parte brasileña cruzando el Amazonas, casi 1000 kilómetros hasta Santa Elena de Uairén, frontera con Venezuela.
Pues bien, el trabajo de los ingenieros colombianos, aunque más bien habría que echarle la culpa a los políticos, en la Ruta Nacional 85, después de más de 30 años, consiste en unos míseros 22 km de estrecha vía desde Leticia, del total de de 164 km hasta Tarapacá. De los 500 kilómetros restantes hasta Mitú nunca se volvió a hablar, parece que gran parte del presupuesto en vez de en cemento se convirtió en dinero robado por algunos cargos.
Por todo ello las carreteras más usadas en el Amazonas son los ríos, mucho más baratas y también con menos impacto en el medio ambiente.
Los 22 kilómetros hoy albergan principalmente reservas naturales privadas que ofrecen alojamiento y actividades en la selva como caminatas, programas de supervivencia, campamentos en la jungla, observación de fauna y flora diurna y nocturna, canopying/dosel y escalada de árboles, canoas por los ríos, y visitas a las enormes malokas o cabañas comunales indígenas del río Takana donde podemos vivir una experiencia real de la vida ancestral de los pueblos indígenas más representativos de de la amazonia colombiana (huitotos, makunas, boras y yukunas).
Yo iba a gozar de un intenso programa de cuatro días de actividades en Tanimboca, cuyo propietario es un alemán de origen serbio, que construyó en la reserva tres cabañas en los árboles él mismo. Ese era un sueño largamente aplazado desde mi niñez, poder dormir en una cabaña al más puro estilo Tarzán, y la experiencia fue aún mejor de lo esperado.
Nada más llegar a Tanimboca me recibieron y me ofrecieron una deliciosa pizza amazónica de casabe, y enseguida me acompañaron a la cabaña, que estaba a más de 500 metros de la entrada por un estrecho y revirado sendero de jungla, y me dijeron que al oscurecer un guía vendría a buscarme para un paseo nocturno en busca de animales.
Cuando vi asomar por entre la espesa vegetación una estructura de madera a más de 12 metros de altura el corazón empezó a latir con más fuerza. Estaba apoyada en un árbol y un segundo árbol pasaba por dentro de la cabaña. Para llegar a ella había una escalera de madera que llegaba a la base de la cabaña, donde una trampilla daba acceso al interior.
A pesar de ser básica, tenía todas las comodidades, un baño con WC y ducha, una cama con mosquitera, una linterna LED, y una pequeña terraza con barandilla en la que se posaban los pájaros a un metro de distancia de ti sin sentir miedo alguno.
El guía, un indio huitoto llamado Alberto, apareció justo después del atardecer con una linterna extra que había pedido porque la mía era muy pequeña y de noche mejor iluminar bien porque no sabes lo que te vas a encontrar, y efectivamente el ramillete de especies de plantas y animales que vimos en el paseo de casi dos horas que hicimos podían en algunos casos matarte en un rato, como serpientes venenosas y ranas tóxicas.
También vimos varias tarántulas, que a pesar de su terrible aspecto no son agresivas y aunque son venenosas su veneno no es muy fuerte, de hecho el guía tomó una con la mano y me la pasó, aunque no estuvo mucho rato en mi mano, no fuera a ser que con el temblequeo de mi mano se mareara y me picara.
Regresamos a la cabaña y cuando el guía me dio las buenas noches le pregunté de broma cómo funcionaba el servicio de habitaciones de noche, y me respondió que los únicos que estaban de servicio toda la noche eran los bichos, que cerrara bien la trampilla y la mosquitera.
A pesar de esta respuesta tan poco tranquilizadora dormí toda la noche como un bebé y al amanecer me despertó la mejor alarma posible, cientos de pájaros cantando al alba.
A las 8 de la mañana ya estaba de vuelta en recepción, ya que el día iba a ser muy intenso. Un rico desayuno colombiano con arepa y zumo natural me cargó de energía para el intenso día de actividades que tenía por delante, que comenzó con una visita el serpentario que tienen en la reserva con todo tipo de serpientes, algunas de ellas realmente hermosas.
Después del serpentario tocaba actividad física, y nos fuimos a las plataformas de observación de la jungla, conectadas por un cable de acero. Son tres plataformas, y la primera plataforma, a 35 metros de altura, llegas escalando con ayuda de un equipo de escalada a lo largo de una cuerda.
La técnica no es difícil, llevas los dos pies apoyados en cuerdas y mueves el cabestrante hacía arriba para ganar poco más de medio metro en cada movimiento, pero entre el calor, la humedad, la lluvia y los insectos la subida se hace eterna. Conmigo estaba una familia norteamericana, matrimonio y dos hijos adolescentes que todavía tardaron más que yo.
En la plataforma, a 35 metros de altura, estás en el dosel de la jungla, pero ves que todavía algunos árboles, sin duda los más «chulitos», siguen subiendo metros hasta superar los 50. De hecho los guías nos comentaron que la primera plataforma que construyeron estaba casi a esa altura, pero como mucha gente no llegaba, decidieron bajarla.
El paso entre plataformas se hace por medio de una tirolina volando entre árboles. El descenso desde la última plataforma es en rappel, mucho más rápido, y sobre todo más fácil, que la subida.
Después de la intensa actividad física de la escalada de árboles, nos subimos a una canoa y navegamos plácidamente por pequeños riachuelos en los que había que esquivar la espesa vegetación, hasta llegar a lo que sería mi segunda residencia en Tanimboca, una cabaña construida al estilo indígena amazónico pero que parecía un duplex de lujo, con dos plantas y el dormitorio en la superior con vistas sobre el río, y paredes de rejilla para que la brisa circulara y refrescara el ambiente.
El baño estaba fuera y era un ejemplo de reciclaje de materiales, ya que las paredes estaban hechas de botellas, lo que le daba una luz especial.
El comedor comunitario estaba construido a manera de las malocas indígenas, pero yo era el único clientes, y pase la tarde hablando con la familia que lo atendía, que tenía un niño muy dicharachero que no paraba de preguntarme cosas.
Los dos primeros días en Tanimboca habían sido muy intensos, pero no podía imaginar que los dos que quedaban serían todavía mucho más intensos, caminando durante horas en la jungla, visitando diferentes etnias y practicando sus costumbres, entre las que están el consumo de hoja de coca y otras sustancias que te hacen volar muy alto, pero esa es otra historia que será contada otro día.
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¡¡ Hasta Pronto !!
Carlos, desde Madrid, España, 6 de febrero de 2014
Hola buen día. Estuve leyendo tu crónica y me pareció muy chevere. Yo viajo en los próximos meses a Leticia y quisiera hospedarme en una cabaña en los árboles. Podrías recomendarme otras a parte de la que describiste ? También quiero saber si en esa que te quedaste era limpia por dentro, habían animales, bichos o otros insectos dentro de la cabaña o en la escalera mientras las subes? Hay otras cabañas con baño privado? Gracias Saludos desde Bogota.