Santiago de Compostela. Camino y Destino

Siempre digo que lo importante es «el viaje, no el destino», porque creo que lo que nos enriquece más como personas son las experiencias acumuladas viajando. Como toda regla tiene una excepción, esta es Santiago, que es al mismo tiempo etapa final del viaje de miles de peregrinos que hacen El Camino de Santiago, y un gran destino por si mismo.

Hace ya casi 20 años que Santiago me recibió como estudiante en una España postfranquista en la que el hedonismo era una religión entre las nuevas generaciones, y a buena fé que Santiago era un bastión de búsqueda del placer frente a las procesiones de curas y beatas que llenaban sus cientos de iglesias durante el día.

Por la noche, los templos visitados eran los de la modernidad y la nueva ola, donde se bailaba a Siniestro Total en su versión dura con «todos los ahorcados mueren empalmados», o a los más poéticos Golpes Bajos y sus «malos tiempos para la lírica», sin olvidar a los «nuevos románticos» como Duran Duran o Spandau Ballet.

En este Santiago efervescente disfruté de largas y agitadas noches de desmadre, y otras más plácidas de paseos por las rúas mojadas de la parte vieja mientras «chovía miudiño», en las que tus pasos eran el único sonido que te acompañaba, camino de locales que en sus nombres ya indicaban una declaración de principios, como el «Modus Vivendi» o «La Tetería».

Tiempo de amores universitarios en la calle Calderería escuchando a Serrat e intentando aprobar todas las «asignaturas pendientes» que nos dejó una educación represora.

Tiempo de algaradas universitarias, con un Beiras a la sazón combativo desde su cátedra de economía, germen de lo que es la política gallega en la actualidad.

Tiempo de conversación con los pocos peregrinos que llegaban entonces a Santiago sobre sus experiencias y las razones que les habían impulsado a salir a caminar, lejos del espectáculo mediático y publicitario que es hoy en día El Camino por culpa de «pelegrines» y autoridades políticas y eclesiásticas con vocación de estrellas.

Tiempo finalmente de disfrutar de una ciudad que rezuma casi tanta historia como moho por cada poro de sus piedras, historia que aunque la Iglesia Católica se haya apropiado de ella, nació mucho antes, cuando gentes inquietas se preguntaban qué habría al final de aquella mancha blanca en el cielo, y cuya estela siguieron no sólo hasta Santiago, sino en su etapa final hasta el «Finis Terrae», donde se acababa el mundo conocido.

El Santiago al que he vuelto 20 años después en una especie de etapa iniciática de mi viaje vagamundo, se parece muy poco al que dejé, aunque soy consciente de que probablemente yo tampoco me parezca hoy al Carlos que estuvo allí, pero estoy convencido de que el Santiago de funcionarios, urbanizaciones, chalets adosados y proyectos megalómanos ha perdido gran parte de su personalidad como Viaje y Destino.

¡Hasta Pronto!

vagamundos

Desde Santiago de Compostela, 25/12/2000