Noche de luna llena en Borinquen
Algunas de las mejores cosas que me han sucedido en la vida han sido en noches de luna llena, así que debo ser un poco lunático, y procuro hacer coincidir las ocasiones especiales con la luna llena; así, el día que hicimos la fiesta de presentación de vagamundos, el 13 de diciembre, era luna llena, y 4 semanas después, estoy en Fajardo disfrutando de lo más cercano al paraíso, que es estar sentado en una veranda respirando el aire fresco después de una tormenta tropical, saboreando un ron Don Q, y disfrutando de una conversación sobre cualquier tema, en este caso sobre el estilo de vida de los boricuas.
Se puede decir que cada puertorriqueño lleva adosada una nevera de playa, que son capaces de llevar a rastras incluso por las montañas, para disfrutar de un picnic. Otro apéndice habitual es el equipo de música, que va con ellos a todas partes.
En Fajardo se cogen los barcos que van a Culebra y Vieques, 2 islas muy populares entre los boricuas para pasar el fin de semana, y también se puede negociar en el pueblo de pescadores (las Croabas) para que te lleven a alguna islita desierta de la zona donde se supone que vas a estar sólo todo el día, y por la tarde te recogen a la hora indicada.
Lo cierto es que tuvimos muy mala suerte, porque lo que se suponía un día paradisiaco se convirtió en una pequeña pesadilla. Nada más llegar a la isla y ubicarnos en una playa de arena blanca con su palmerita que daba sombra a la nevera llena de cerveza Medalla, aparecieron en el horizonte 2 enormes catamaranes, que cual piratas del Siglo XXI, tomaron la isla al asalto, desembarcando a esa especie de turista barrigón en bermudas, que hace mucho ruido y respeta poco la naturaleza. Por suerte, la prisa y el stress sueler ser inherentes a sus recorridos turísticos, y una hora después se habían ido.
Pero como las desgracias nunca vienen solas, al poco rato apareció un velero que fondeó en la playa, y sus 3 ocupantes desembarcaron en busca de mariscos, seguramente carruchos, un molusco que se encuentra pegado a las rocas. Para rematar el día, no podía dar crédito a mis oídos cuando de repente empecé a oir música «house» que provenía de una lancha rápida que pasaba por allí modelo «como los coches-llena de luces-cromada-y con un estéreo que se oía a kilómetros», y que hubiera acabado de estropear el día sino fuera por la estupenda compañía en la que me encontraba.
Como es habitual por aquí, cayó una tormenta tropical, que paró rápidamente, pero puso en marcha a todos los mosquitos y majis (los mosquitos de los mosquitos, invisibles pero asesinos) de la isla, que está llena de manglares, y que se cebaron en nosotros ya que eramos en ese momento los únicos habitantes. Juraría que los mosquitos en Puerto Rico son una subespecie no estudiada por Darwin, mezcla entre insectos y reptiles, con una dentadura que muerde como los cocodrilos, ya que en segundos te devoran hasta el cuero cabelludo. Por suerte Israel, nuestro barquero, acudió a nuestro rescate media hora antes de lo convenido.
Otro punto negativo a destacar es la dejadez de los boricuas con sus maravillas naturales, ya que en mi recorrido por la isla encontré de todo, botellas, latas, ropa, cajas de porespán y hasta un depósito de gasolina oxidado. El turismo es una de las principales fuentes de ingresos del país, y el turista es un ser voluble, tan pronto pone de moda un sitio como lo hace desaparecer del mapa, así que deberían tener más cuidado en preservar sus riquezas.
Yo siempre aplico en mis viajes la máxima de «llevarme sólo recuerdos, y dejar sólo huellas», y las autoridades de PR deberían ser muy rigurosas con este asunto si quieren que su país siga siendo un paraíso.
En el próximo diario os hablaré de la música boricua y otros placeres mundanos.
¡¡¡Hasta Pronto!!!
Desde Fajardo, 10/01/2001
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