Me crié en un país, España, durante la época final del franquismo, un periodo gris, literal y metafóricamente, donde aún resonaban las palabras de principios del siglo XX de Miguel de Unamuno, «¡Qué inventen ellos!».
En aquella época, algunos de los productos más deseados por cualquier infante, jovenzuelo e incluso adulto eran un reloj o calculadora Casio, una cámara Nikon o Canon, un walkman Sony o un tocadiscos Technics, una videoconsola Atari o una Gameboy de Nintendo.
¿Qué tenían en común todos estos productos?. Que habían sido creados por empresas japonesas, sinónimo en aquellos momentos de innovación, calidad y precios competitivos.
En tiempos en los que un tren de Galicia a Barcelona o Madrid tardaba 24 ó 12 horas para hacer 1200 ó 600 kilómetros respectivamente, escuchábamos atónitos la noticia de que un tren bala japonés llamado Shinkansen alcanzaba más de 200 kilómetros por hora en los trayectos entre Tokio y Osaka. Ahora esa velocidad está en los 320 k/h del tren Hayabusa.
Japón era por entonces la segunda economía del mundo y su renta per cápita superaba a la de Estados Unidos. ¿Cuándo se estropeó todo esto?. A principios de los noventa estalló la burbuja financiera, inmobiliaria y de crecimiento en la que estaba inmerso el país y desde entonces no ha levantado cabeza, atrapado en una espiral de envejecimiento de la población, una tasa de natalidad muy baja, la depreciación del yen y un descenso del valor real de los salarios por la inflación.
Estos pensamientos venían a mi cabeza sentado cómodamente en uno de los sitios donde más reflexionamos los españoles, coloquialmente llamado el trono.
Con un cuadro de mandos tan completo y complejo de manejar como el de la nave Enterprise de Star Trek, apertura automática de la tapa y luces incorporadas, asiento calefactado, música ambiental y ambientador automático, esta maravilla de la tecnología la he encontrado hasta en los hostales más básicos en los que me he alojado por quince euros la noche.
A diferencia de los productos que mencionaba anteriormente, que Japón convirtió en objeto de deseo y consiguió exportar a todo el planeta, el trono de alta tecnología de Toto, marca omnipresente en todos los baños del país, no ha dado el salto al Mundo.
Desde que llegué no paro de sorprenderme y extrañarme con cosas que no entiendo, como el hecho de que al lado de un rascacielos de trescientos metros veas que todos los cables de electricidad y teléfono están colgando en postes de madera al aire libre.
Me han dicho que es por el tema de los terremotos para poder reparar más rápidamente las infraestructuras pero estoy seguro de que si la tecnología permite construir trenes de alta velocidad compatibles con los terremotos, los cables de electricidad también pueden ir subterráneos.
Fruto también de la crisis de tres décadas en que lleva sumido el país, hay un grave problema social con gente excluida o auto excluida del sistema que a diferencia de lo que tenemos en Europa no está en el centro de las ciudades sino que por vergüenza se muestra raramente en público. He visto indigentes con casa de plástico y carros de supermercado, eso sí, perfectamente ordenados, como si los asesorara Marie Kondo.
En el aspecto positivo estoy encantado de no haber escuchado reggaeton durante un mes, de que la música ambiental sea normalmente jazz, y de que en el transporte público se pueda escuchar el silencio.
Hablando de transporte público, no sólo es muy eficiente sino que está totalmente integrado, y en Google Maps te indican los horarios, el andén desde que sale y la salida que tienes que tomar para ir a tu destino. Los trenes locales son muy económicos, por ejemplo he pagado 4€ por un metro que tomé en Osàka, se convirtió en tren de cercanías sin tener que cambiar de vehículo, y me dejó a 5 minutos de mi hotel en Kyoto 90 minutos después.
Viajar por libre en Japon no solo es sencillo, también es barato y práctico. Entre Google Maps, Google Translator, un sim o esim local y una plataforma de reservas de hoteles, hostales o casas de intercambio, el viaje te saldrá muy bien en relación calidad/precio; los vuelos directos a Japón son caros, pero un vuelo con escala en Shanghai o Beijing, que alarga el viaje entre 3 y 5 horas, cuesta en torno a 600€.
Aunque he oído varias veces la expresión masificación en Japón, hay que ponerla en contexto. Con una superficie de 378.000 km cuadrados y una población de 125 millones, más de la mitad vive en las áreas metropolitanas de Tokio, Yokohama, Osaka y Kioto, y en cuanto sales de estos núcleos el panorama cambia completamente.
Turismo de masas tampoco es una expresión correcta para aplicarla a Japón; si acaso turismo de masas a lugares concretos y en momentos concretos. Con 36 millones de turistas internacionales en 2024, un 30% de la población de Japón, mientras que en España hemos alcanzado la cifra de dos turistas internacionales por cada residente en el país, casi 100 millones, el verdadero problema es que casi todos vienen en primavera, de marzo a mayo, a la floración de los cerezos, y el 70% sólo visita Tokio, Kioto, el monte Fuji y si acaso Osaka.
Yo mismo estoy esperando a que empiecen a florecer para ponerme mi vestimenta de guerrero ninja y pelear por la foto del cerezo con quien sea, japonés o gaijin, seguramente más de estos últimos porque los japoneses harán una cola ordenada y la respetarán.
Mi viaje a Japón se acerca a su final pero estoy seguro de que volveré pronto, me han quedado cosas pendientes como hacer el Kumano Kodo, la ruta de peregrinación hermanada con el Camino de Santiago, bucear en las aguas tropicales de Okinawa, y seguir disfrutando de una gastronomía tan variada como diferente de la nuestra, o de la que nos venden como japonesa en Europa.
Me encantaría que compartieras tus experiencias e impresiones japonesas escribiendo un comentario abajo.
Un seguro de viaje es muy recomendable para viajar tranquilo, yo por experiencia propia recomiendo Heymondo.
¡Hasta pronto!. Carlos, desde Osaka, marzo de 2025.
Me gusta que describas las impresiones y «depresiones», nos hacen ver en occidente que es un país perfecto y está claro que eso no existe, pero si que es una maravilla tanto el país y su patrimonio como su gente. No lo he visitado nunca pero lo describes tan bien que me parece haber estado allí. Gracias Carlos